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Ramón Jarana Martínez nació en Cádiz el día 1 de septiembre de 1920 en el número 12 de la calle de la Rosa, encima de la célebre tienda Villa de Madrid. Nunca se dedicó profesionalmente a cantar, aunque el arte lo tenía como lo demuestran algunas grabaciones que realizó en reuniones de amigos y familiares, además de estar tocado con una gracia inusitada para decir "apaga y vámonos". Su vida fue difícil. Padre de familia numerosa y trabajador como ayudante en Transportes Cela que por una grave enfermedad en la vista tuvo que dejar quedando a expensas de una mísera pensión. Para buscar alguna ayuda se dedicó a vender lotería. A pesar de todo, nunca lo conocí con tristeza, siempre alegre. Falleció en 1993.

ANÉCDOTA EN CASA FLORES.
Recuerdo que una noche fuimos a la peña flamenca Tomás El Nitri, en El Puerto de Santa María, y antes de volver para Cádiz entramos en un bar de la Ribera del Marisco, en Casa Flores. Íbamos Ramón Jarana, Curro ‘La Gamba’, Paco Lazo, ‘El Aceitunero’ y yo. Al entrar le dice Ramón al camarero: «--Una botella de Fino Quinta. Y si no tiene, nos vamos». Y le dice al Aceitunero -señalando a un expositor- que todo lo que había allí quitaba el sentío: «--Esto es lo que tengo yo en la nevera de mi casa, y no tú, que lo que tienes son dos sardinas arenques y telarañas». De repente, nos sirven una bandeja de caña de lomo y le dice Ramón al camarero: «--Oiga, esto no se lo hemos pedido». El camarero, señaló a un señor que estaba en la barra, quien se acercó a nosotros. Era dueño de Osborne. Como Ramón había dicho que si no había Fino Quinta nos íbamos, y era un vino de su bodega, decidió invitarnos. Venga cante de Ramón y de Curro y bailes de Juan y de Paco Lazo. Otra botella y otra bandeja de langostinos. Y decía Ramón a Curro: «--¿Yo estoy soñando o despierto?». Y empezó a contar chistes y toda la clientela pendiente, y venga cante y baile, y otra de jamón, y nos dice este señor de Osborne: «--No os vayáis todavía». Y le contestó Ramón: «--Yo no me voy de aquí aunque aparezca por esa puerta uno de esos toros que tiene usted por las carreteras». El hombre, con lágrimas en lo ojos, no pudo más que espetar: «--¡Viva Cádiz!». Cuando nos despedimos Ramón, encima, le dijo: «--Aquí tengo todos los números de la lotería de mañana». Y el amable señor se los compró todos. /Texto: Felix Rodríguez Gutiérrez.

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