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1.666. TOMÁS OSBORNE GAMERO-CÍVICO. Un “gentleman” del vino

Más de dos siglos después de su llegada a El Puerto de Santa María, los descendientes de Thomas Osborne Mann, un hidalgo británico, continúan ligados a la elaboración del “sherry” que les hizo famosos y que Washington Irving introdujo en Estados Unidos. El escritor Juan Eslava Galán recorre la historia de una empresa que uno de sus logros ha sido formar parte del imaginario popular gracias a la silueta del toro de Manolo Prieto que salpica nuestra geografía.

Al viajero le llama la atención un pasaje del libro: “No basta con nacer Osborne. Hay que serlo las 24 horas del día, los 365 días del año”. Medita sobre su significado mientras contempla a lo lejos El Puerto de Santa María desde la borda del catamarán que cruza la bahía de Cádiz, bajo un sol luminoso, respirando las fragancias del yodo, las algas, el marisco...

Bajo estas aguas yace el mayor cementerio de barcos hundidos del planeta: panzudas naves fenicias, estilizados bajeles griegos, barcos romanos que sacaban de estas tierras el aceite del imperio, navíos bizantinos, árabes, galeones españoles del oro, naves piratas inglesas, mercantes holandeses... Esta tierra, que tantas cosas ha sido y que encierra las primeras ciudades de Europa, Cádiz y Tartessos, siempre fue un emporio comercial, la meta de trujamanes llegados de lejanas tierras... Los grandes apellidos de la región lo confirman: Terry, Byass, Domecq, Osborne...

El viajero ha cruzado la comarca jerezana hasta Cádiz. Ha contemplado la sucesión de colinas cubiertas de vides Palomino que conforman el triángulo mágico del Sherry, el comprendido entre Jerez mismo, El Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda. Estas tierras blancas (ricas en carbonato cálcico) absorben el agua como una esponja y crean una corteza que impide la evaporación, lo que, unido a un clima singular, regulado por la cercanía del mar, y a los vientos vinateros (el poniente atlántico húmedo y templado que moja las cepas y el levante seco del este que las seca y las cura) crean las condiciones ideales para la crianza de un vino único, el sack mencionado por Shakespeare y apreciado por connoisseurs de todo el mundo.

ENCUENTRO.
El viajero tiene una cita con Tomás Osborne Gamero-Cívico, (Sevilla 1945) presidente del consejo de administración de una prestigiosa empresa que comercia en vinos y licores desde el siglo XVIII. El viajero se trae aprendidos algunos datos sobre la familia. Los Osborne llegaron al Puerto de Santa María hace dos siglos y pico. Descienden de Thomas Osborne Mann, un joven hidalgo de Exeter, Devon, que buscaba fortuna lejos de su país devastado por la Guerra de los Siete Años y se asoció, en la capital gaditana, con dos compatriotas suyos, Sir James Duff y William Gordon. También se casó con una de las hijas del apoderado de la empresa Duff-Gordon, un aristócrata menor alemán, Juan Nicolás Böhl de Faber. Los Böhl de Faber eran afamados bibliófilos y escritores (una de las hijas fue Fernán Caballero). /en la imagen de la izquierda, Thomas Osborne y Mann.

En este círculo, Thomas trabó amistad con escritores tan relevantes como Washington Irving que visitó El Puerto y terminó allí sus Cuentos de la Alhambra. De regreso a los Estados Unidos, el escritor se convirtió en un entusiasta propagandista de los vinos de Osborne. En una carta solicitaba que le enviasen el vino añorado «el mejor Brown Sherry (...) desearía que fuese un vino del cual yo pudiera enorgullecerme. Me propongo, con un poco de este vino, conseguirles muchos pedidos de Boston».  /en la imagen de la izquierdaWashington Irving

Tomás Osborne tiene sus oficinas en un edificio antiguo remozado y rodeado de bodegas. Es un hombre alto, rubio y bien parecido que podría pasar por inglés recriado en Andalucía. «--Creen que soy inglés hasta que abro la boca y hablo», bromea con su suave acento andaluz, mientras bebe té.

–«¿Qué significa hoy el apellido Osborne?» «–Yo pensaba que era el toro, el vino, el brandy, pero hace tres años, cuando iba camino de Murcia, a la boda de un primo, paro en una gasolinera y creo reconocer a un torero famoso. Le pregunto a la chica que me atiende: “¿No es aquél César Rincón?”. Y ella responde: “No lo sé. Lo que sí le puedo decir es que los de aquel coche son Osborne”. “Bueno”, le dije, “yo también soy Osborne”. Nunca pensé que nos pudieran reconocer, aparte, naturalmente, de mi primo Bertín, al que todo el mundo conoce».

A Thomas Osborne, fallecido en 1854, lo sucedieron sus hijos. El mayor, Tomás (ya escrito a la española), se dedicó al comercio de vinos, mientras Juan Nicolás, que había heredado la afición a las letras de los Böhl maternos, escogió la carrera diplomática y marchó a Moscú con el embajador español, duque de Osuna. “Este Osuna era un derrochador que lanzaba al río las vajillas de Limoges después de cada banquete. Naturalmente se arruinó”. Juan Nicolás, ennoblecido por el papa Pío IX con el título de conde de Osborne, murió en París sin descendencia y el título pasó a su hermano. /en la imagen, Juan Nicolás Osborne Bölh de Faber, primer Conde de Osbonre.

Tomás Osborne Böhl de Faber tuvo 10 hijos, que se educaron a caballo entre Inglaterra y El Puerto de Santa María, y encabezaron esa tradición de la aristocracia anglosajona establecida en la comarca que consiste en ser más andaluces que nadie sin por ello renunciar a sus raíces británicas. Antonio, uno de los 10 hijos de Tomás, se metió a jesuita. El propio Tomás era tan aficionado a los toros que presidió la sociedad constructora de la plaza de toros, de la que Joselito diría: “El que no ha visto toros en el Puerto no sabe lo que es una tarde de toros”.

ÉXITO.
El vino de los Osborne, todavía denominado Duff-Gordon, creció en fama y aceptación, especialmente, en los ambientes más refinados de Europa. A las oficinas de El Puerto de Santa María llegaban pedidos del duque de Gloucester, de la familia real británica, de la casa real belga y de la rusa, desde San Petersburgo.

En 1860, los Osborne adquirieron la parte de la sociedad de los Duff-Gordon y cambiaron el nombre de la empresa por el suyo. La fama de los caldos no se resintió, más bien creció con la nueva denominación, de fonética más española.

«--En 1904, mi bisabuelo Tomás (el tercer Tomás de esta dinastía) y su hermano Roberto fundan en Sevilla una empresa cervecera, la Cruz del Campo, y entonces deciden que los dos en Sevilla y los dos en El Puerto no puede ser y se intercambian las acciones de Osborne y de Cruz del Campo. Mi bisabuelo siguió en El Puerto y su hermano se quedó en Sevilla. Esa rama Osborne, a la que pertenece Bertín, vendió sus acciones hace años».  /en la imagen de la izquierda, Roberto Osborne Guezala.

Los negocios de los Osborne prosperaron en el siglo XX y recibieron un gran impulso durante la Guerra Civil Española. Las guerras, según parece, estimulan el consumo de vino, en definitiva, el consumo de vida.

«--La generación de mi padre ha podido vivir de los dividendos, pero en la mía eso es ya imposible: somos 200 accionistas, todos con el apellido Osborne, regidos por un consejo de administración de 10 miembros, con destacada participación de las mujeres. Nos hemos multiplicado tanto que el reparto de los dividendos no da para vivir. Por lo tanto, los jóvenes Osborne han diversificado sus trabajos, muchos son profesionales independientes, tienen negocios propios o trabajan en bancos... Lo que nos mantiene unidos es el amor a la bodega. Aquí abajo tenemos el bar de los consejeros, que es el de la familia y los amigos, una especie de remota versión de un club inglés, que abre a las dos de la tarde y cierra cuando marcha el último cliente. Yo, el día que puedo, bajo al bar antes de regresar a casa».  «–Ustedes, la aristocracia del vino y del toro, se casan con ricos, como las dinastías reales».  «–No creo que sean bodas premeditadas. Simplemente la gente de dinero se relaciona con otra gente de su clase y los jóvenes se enamoran».

SANTUARIO.
Una visita a su territorio laboral enseña mucho, más aún si te la enseña un Osborne que ama el vino y su cultura. Las calles del entorno tienen nombre de vino y albergan bodegas de nombres sonoros: La Pastora Chica, el Cuartel de la Palma, Buenos Aires, Bodega Honda, el Jardín... Son catedrales silenciosas, perfumadas con la fragancia del mosto viejo, tenuemente iluminadas tras las arpilleras que celan las ventanas. El aire circula en las altas techumbres, sostenidas por pilastras. Abajo se alinean, en varios pisos, las botas de roble americano de 516 litros, que respiran a través de los poros para que el vino se oxigene.

«--Es para homogenizar el vino. Al mercado hay que darle un producto uniforme, con pocas variantes. Los vinos que se imponen hoy son los homogéneos, los australianos, el chileno... Es un concepto bastante moderno. Hasta hace un cuarto de siglo, el jerez se vendía a granel, en botas, y se embotellaba en destino. La costumbre era vender el vino ‘a cartilla’, o sea, al gusto del cliente, que pedía más o menos color: vino de color, oloroso, cream... Lo que fuera, una sastrería enológica. Claro, así era imposible mantener la homogeneidad y la calidad. Cada bota tiene su sabor, las pruebas y son diferentes... Por otra parte, el comprador no siempre lo adquiría en la misma bodega, aunque luego lo comercializara bajo la misma marca. Las botas se las quedaban en Inglaterra para los whiskeros. Todo esto se ha terminado: ahora se embotella en origen y el mercado inglés tradicional ha cedido su primacía al holandés».

«Por otra parte, el mercado de hoy exige cambiar, diversificarse. Nos hemos extendido a otras empresas como Anís del Mono yhemos adquirido una finca de 1.000 hectáreas en Malpica (Castilla-La Mancha), para fabricar tinto. El mercado del tinto está en expansión. En el vino, como en todo, la cosa va por ciclos: el brandy pasa de moda porque se asocia con el señor mayor con la copa de balón. Hay que abrirle mercado con un aspecto más juvenil. Intentamos asociarlo al trago largo mezclado con cola o con limonada».

«–Ahora la gente bebe esas horrendas mezclas, el rebujito…» «–En las ferias, sí. Bueno, antes sólo se bebía jerez, luego han decidido que la manzanilla es más light que el jerez, cuando si tuviera menos grados no sería vino de jerez, pero la ven más clara y menos fragante y se decantan por ella. Las modas cambian muy rápido, pero hay que aguantar para conservar lo bueno».

Paseamos entre las murallas de botas, en el silencio y la penumbra de la bodega. Por contraste, en la planta de embotellamiento reinan la asepsia y la luz de un laboratorio futurista. /en la imagen, afiche publicitario de la campaña 'Veterano tiene 'Eso', con Elena Balduque y el actor y modelo jerezano --hoy con mas de ochenta años-- Antonio Pica.

«--Sorprende, ¿eh? Todo a la última. Dentro de nuestro ambiente, los Osborne hemos sido siempre bastante modernos. La tercera generación matriculó, en 1903, los primeros automóviles de Cádiz. Desde los años 70, las mujeres se incorporan al accionariado de la empresa. También, por entonces, se emprendieron las primeras campañas publicitarias modernas, con la bellísima modelo Elena Balduque susurrando: ‘Veterano tiene eso: un veterano sabor’”.

La imagen del brandy Veterano de las bodegas Osborne: Antonio Pica y  Elena Balduque,. Una campaña publicitaria de éxito durante tres temporadas en TVE a mediados de los años sesenta del siglo pasado.

Tomás Osborne tiene en la memoria el árbol genealógico de la familia, con los logros de cada cual. La empresa creció y se modernizó con Rafael Osborne McPherson, un hombre de mundo, casado con una rica heredera tejana, Claudia Heart, amigo de Dalí (que diseñará una famosa botella y hará publicidad de la empresa) e impulsor de uno de los mayores aciertos publicitarios del siglo XX: el toro de Osborne. /En la imagen, el brandy Conde de Osborne, etiqueta y botella diseñada por Salvador Dalí.

De regreso, el viajero pasa ante uno de los toros negros de Osborne diseñados por el publicitario y artista Manolo Prieto en 1957. La negra silueta contempla serenamente el denso tránsito de la autopista de peaje. En los años 80, una ley defensora del paisaje prohibió la publicidad fuera de las ciudades. Osborne interpuso un recurso y lo ganó. Éste decía: “Debe prevalecer, como causa que justifica su conservación, el interés estético o cultural que la colectividad ha atribuido a la esfinge del toro”. (Texto: Juan Eslava Galán).

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