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La historia de Isabel Oreni Mayi, fallecida ayer a la edad de 81 años, es representativa de tantas mujeres que apoyaron a sus maridos en la conquista de las libertades democráticas. Esa libertad de la que hoy gozamos y que nadie regaló. Isabel como otras mujeres de activistas políticos durante la dictadura se señaló ¡y como!, sufrió privaciones y una situación de miedo prolongada en el tiempo. Miedo por ellas mismas y por sus maridos, quienes, valientes, luchaban por una libertad a la que España le era ajena. La mujer del primer alcalde del actual periodo constitucional, Antonio Álvarez Herrera es figura principal en la vida de éste, matrimonio que supo inculcar una serie de altos valores en sus hijos, María Antonia, Fernando y Agustín. En 2006, poco antes del fallecimiento de Antonio Álvarez, tuve la oportunidad de asistir a la entrevista que le hizo para Diario de Cádiz Francisco Andrés Gallardo.

Cuando Antonio recordaba junto a su Isabel como aguantaban las torturas, los suplicios a los que eran sometidos en los calabozos de la prevención del antiguo Ayuntamiento que está siendo restaurado, hubo un momento que no se describir. Recordaban como se daban fuerzas, ya detenidos, cantando ‘La Internacional’. Antonio empezó a entonarla, con un nudo en la garganta, su mujer le siguió, rompiendo a llorar,… recordando. Se hizo el silencio. Y un trozo de la historia de El Puerto se vivió en aquellas cuatro paredes del partidito de la calle San Juán, de alquiler, donde el alcalde Álvarez percibió los últimos latidos de la Ciudad. Recordando. Como hoy recordamos a esa mujer valiente, representante de otras tantas que apoyaron a sus maridos en la lucha por la libertad.

Isabel Oreni en el Bar Vicente. En primer término, Antonio, informándose. (Foto: Colección Bar Vicente).

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La Fábrica de Harinas ‘Virgen de los Milagros’ de la calle Postigo número 8, fue fundada en 1936, el año de la Guerra Civil, por Esteban Fernández Rosado. Se renovó completamente en 1949 tras sufrir un incendio.  En la actualidad la empresa es regentada por sus hijos, los Fernández Lópiz, especialmente Pedro quien, además es director del Instituto de Bachillerato Juan Lara. ¿Quien no recuerda, en el conticinio, en el silencio de la noche, el sonido de sus motores, cuando trabajaba las 24 horas seguidas.

La fábrica es un verdadero tesoro de maquinaría industrial situada en el centro de El Puerto de Santa María. La mayoría de los elementos que se utilizan para moler las harinas son de mediados del siglo XX, cuando a raíz de un incendio, se instala una moderna, entonces, maquinaría de tecnología neumática. El enjambre de tubos y conexiones son todo un espectáculo digno de ver. Sin embargo, al tratarse de un recinto aún en producción, no se puede visitar y la harina se vende en la fábrica tan sólo al por mayor, en horario de mañana de lunes a viernes.

Una de las salas de molienda de la Fábrica de Harina en 1949.

El mismo sitio durante este año 2011.

Producen distintos tipos de harinas como una especial para churros, bautizada con el nombre de ‘El Churrito’, otra especial para pan, muy utilizada para elaborar pan de telera y algo desconocido por el gran público y es que el pan artesano que se fabrica en numerosos municipios de la Sierra de Cádiz son surtidos por esta fábrica.

Cuatro estadios del seleccionado trigo duro durante la molienda.

Su producto más famoso, la harina especial para freír pescado ‘El Vaporcit’o, se vende en pequeños envases para uso doméstico. La harina de ‘El Vaporcito’ se puede encontrar en El Puerto de Santa María en Ultramarinos ‘La Giralda’ (ver nótula núm. 043 en GdP) y también se puede comprar en internet en la tienda La Alacena, que la envía a cualquier punto de España. (Texto: Pepe Monforte).

Logotipo de 'El Vaporcito', la primera harina de trigo de freir del mercado, hecha en El Puerto de Santa María.

RECOMENDADA.
La revista OCU Compra Maestra recomendaba como ‘Compra Maestra’, «para una fritura de buena calidad, use una harina especial. La merecedora del Mejor del Análisis es ‘El Vaporcito’», le siguen ‘¡Miau! Harina especial’ y la Harina de Trigo de El Corte Inglés, en el ranking de nueve marcas analizadas.

Tren de envasado de Harinas 'El Vaporcito'.

No hay que ser un experto para conseguir un auténtico ‘pescaíto frito’, para elaborar el conocido ‘frito gaditano’. En la fábrica de Esteban Fernández Rosado llevan casi un siglo haciéndolo. El secreto está en la harina del mejor trigo autóctono de la provincia de Cádiz, que capea la dura competencia frente a los gigantes de la producción harinera en nuestro país.

Otra maquinaria de molturación de la harina.

La harina de ‘El Vaporcito, pioneros en la harina de freír, sigue un proceso de elaboración heredero de la tradición de antiguas moliendas, lo que le da el característico sabor y propiedades. Un producto totalmente natural que se elabora y envasa a diario: cien por cien trigo duro de altísima calidad, seleccionado, sin aditivos químicos y sin conservantes.

Pedro Fernández Lópiz, gerente de la empresa, a la izquierda, junto al encargado de la Fábrica.

Contínua OCU Compra Maestra: «Una buena fritura debe perder poco peso durante la elaboración, indicativo de que la harina ha formado costra y que el producto final estará mas jugoso. Para ello, la harina debe cubrir todo el producto, adherirse bien y de forma uniforme. Teniendo en cuenta esto, hemos valorado las frituras que hemos realizado. En la degustación, las fruirás realizadas con las harinas especiales, en general, gustaron más, destacando por su adherencia, su aspecto y por lo crujientes las realizadas por las harinas de ‘El Vaporcito’».

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Hoy tengo que hacer una confesión: y es la sensación del tiempo perdido. Con lo escasa que es la vida, y lo efímero de su goce, he despilfarrado este don entre sueños no cumplidos, quimeras harto ambiciosas, rutinas alienantes y vacíos incomprensibles. He comido más chícharos que helados, y usado más el impermeable que caminar descalzo por el rocío que aún retiene la hierba.

Tres generaciones de memoria viva del Bar Vicente.

Hoy sentado en el velador del mejor rincón del Bar Vicente, el reservado para el patriarca de los Sordos; en el corazón del mentidero portuense, con la mirada perdida a través de los cristales, repaso algunas de mis incontables carencias. Tras cuarenta años de ‘paracaidista’ --expresión acuñada por Luis Suárez Ávila para calificar a los que no siendo porteños, abrazamos su bandera y decidimos adquirir el derecho y el honor de serlo-- lamentablemente, he llegado a conocer más su aspecto externo, que sus habitantes.

El año 2000 el Bar Vicente recibió el primer diploma del Centro Municipal de Patrimonio Histórico --obra exclusiva que año a año realiza Faelo Poullet--. En la imagen propietarios, familia, empleados y amigos delante del preciado galardón.

Nunca me he preguntado el por qué el Bar Vicente se matiene  impávido con el devenir de los tiempos; y no me refiero a su aspecto centenario y su merecida distinción como Diploma de Patrimonio Histórico, sino a las personas, al equipo humano, y a la dinastía de los Vicentes que son trasunto de las matrioskas, esas muñecas rusas, afines a la teoría cosmológica de que cada universo está anidado en otro mayor. La primera, Vicente Sordo el patriarca; dispuesto a cumplir el próximo decenio y llegar a la centuria. De su interior, más pequeño, otro Vicente Sordo: este, navega en esa indefinida edad en que se vuela inclinado, aferrando una mano a la juventud que se escapa, con la otra, rozando sin temor el tercio vital de la sabiduría, y en su vientre, el último de los clones, casi certificando el prosaico cambiable bancario de 30,60 y 90, con algún pequeño desajauste.

Sobre el letrero de 'Se reserva el derecho de admisión', la aljofifera (donde se guardaba la aljofifa, pedado de paño basto para limpiar las mesas) que permanece en el interior del local desde los comienzos de éste. A la derecha de la imagen, el Diploma de Patrimonio Histórico.

Aquí quería llegar cuando al comienzo de este artículo citaba mi tiempo perdido. No he podido beber de la experiencia del abuelo, y me queda lejos confraternizar con el nieto; pero he comenzado a disfrutar y seguir aprendiendo al descubrir, que en el interior del padre, el que gobierna el timón, hay una caja de sorpresas; como en casi todas las personas, pero este, es capaz de transformar al desconocido en cliente, al cliente en amigo y al amigo en hermano.

Una vista del Bar Vicente desde las cristaleras de la calle Sierpes.

Cuando alguien te estrecha la mano, unos te transmiten abulia, te la dan como si fuese un lenguado; otros por su posición, establecen distancia empujándola hacia ti; otros descargan, en una demostración de falso poder, toda la fuerza hasta convertir tu mano en un revoltillo crujiente de metacarpos, carpos y falanges… Otros al fin, como Vicente, transmiten calor, afecto, energía positiva, sentimientos sin aspavientos, con naturalidad, huero de hipocresía comercial, y a veces, te regala un fraternal ósculo. Este es mi amigo Vicente, el depositario del arcano de los Sordos. Y este es el bar Vicente al que siempre que puedo visito, y al que ya conozco por dentro. (Texto: Alberto Boutellier Caparrós). (Fotos: Colección Bar Vicente).

Más información del Bar Vicente en GdP.
014. BAR VICENTE. O Las Mellizas (el Rubio), o Los Pepes.
655. MANUEL GARCÍA GÓMEZ. El Tabique.
977. DOS SONETOS AL BAR VICENTE.

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El club de El Puerto nació en 1928  en 'La Sacristía', un bar en la esquina de la calle Vicario con la actual plaza de Juan Gavala. Era un grupo de jóvenes, que hasta entonces formaban el equipo llamado 'Chiculero', que con la voluntad de los pioneros del fútbol quiso dar el salto a un club consolidado, organizándose y plantando cara a otros rivales de la localidad.

El año en que nace el profesionalismo del fútbol español, con la creación de la Liga, el 10 de febrero de 1928, nace el Racing Club Portuense, que no ingresaría oficialmente en la Federación Española de Fútbol hasta 1933. Los 75 años de historia no pudieron refrendarse con el ansiado ascenso a Tercera tras el rocambolesco descenso de 2002. omando el nombre del Racing de París, el más afamado equipo francés durante décadas, el Portuense iniciaba hace algo más de tres cuartos de siglo su andadura.

(Texto y concepto del gráfico: Francis A. Gallardo. Gráfico: Miguel Guillén).

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Nada mas levantarse el telón del centenario de Muñoz-Seca cuyos actos se anunciaban en El Puerto de Santa María en torno al 20 de febrero de 1979 --hace cerca de 33 años-- dos fechas aparecían en escena como si fuera a ser protagonistas de una de las famosas ‘astracanadas’ del comediógrafo, en las que el despropósito de las situaciones era uno de los componentes principales. /En la imagen, Pedro Muñoz-Seca en el portuense 'Recreo de los Trapos'.

Un doble motivo, político y sentimental, dieron su origen a una cierta confusión en torno a la fecha del nacimiento de Pedro Muñoz-Seca. Porque consultando una amplia bibliografía, desde Consuelo Burel, en el Diccionario de la Literatura Española, de la Revista de Occidente, a Manuel Ríos Ruiz, en su Diccionario de Escritores Gaditanos, citando a Federico Carlos Saínz de Robles; del Espasa al Diccionario de Autores de Bompiani, en la edición española de González Porto; o desde Díez-Echarri y Roca Franquesa a González Ruiz, en su Literatura Española, publicada en 1943, por edictos ‘Pegaso’, dentro de su colección ‘La Cultura del siglo XX’ e incluso José Montero Alonso, en su libro ‘Pedro Muñoz-Seca. Vida, ingenio y asesinato de un comediógrafo español’, editado en 1939, todos coinciden en que Muñoz-Seca nació en 1881.

EL VATICINIO DE LA ‘CIVILA’.
Y es que el propio Muñoz Seca dijo en una ocasión a un amigo: «He nacido en 1881, capicúa. Moriré en 1991, otro capicúa que se las trae. Viviré por tanto ciento diez años, nada menos ¿Que esto es una broma mía? No. Me lo vaticinó mi ama, casada con un cabo de la Guardia Civil. Hay que creer siempre lo que dicen las ‘civilas’».

En 1950 se celebró en El Puerto de Santa María un homenaje al que asistieron algunos de los hijos de Muñoz-Seca y sus familiares portuenses y en el que estuvo presente el entonces ministro de Justicia, Raimundo Fernández-Cuesta.

MONUMENTO BIBLIOTECA.
Quedaba inaugurado el monumento-biblioteca que se encuentra en la Plaza de Isaac Peral y, con motivo de este homenaje, en los talleres de la viuda de Luis Pérez, se editó un libro conmemorativo. En él aparecen dos fechas para el nacimiento de Pedro Muñoz-Seca. En la semblanza biográfica que abre la edición leemos el siguiente párrafo: «Nació Pedro Muñoz-Seca el 20 de febrero de 1881 y bajo el agua bautismal de la Parroquia de Nuestra Señora de los Milagros, Iglesia Mayor Prioral, catedralicia en su construcción, entra a la vida con el marchamo de su origen portuense».

El monumento sirvió para un homenaje de periodistas y escritores  a finales de la década de los cincuenta del siglo pasado. /Foto: Rasero.

Pero en la contracubierta aparece la firma de Muñoz-Seca y la fecha de su nacimiento: 20 de febrero de 1879, así como la de su muerte: 29 de noviembre de 1936.

PARTIDA DE NACIMIENTO.
Además de no aparecer ningún dato referente a 1881, en el archivo de la Parroquia de Nuestra Señora de los Milagros se encuentra la partida de bautismo de Pedro Muñoz-Seca. Por otro lado, la partida de nacimiento coincide casi textualmente con la de bautismo.:

Acta de nacimiento de Pedro Muñoz-Seca.

«En la ciudad del Puerto de Santa María, a las diez y media de la mañana del día veinte y uno de febrero de mil novecientos setenta y nueve, ante D. Ángel Medinilla, Juez Municipal, y don Rafael Cañas, secretario, compareció D. José Muñoz, natural de Cádiz, término municipal de Idem, provincia de ídem, mayor de edad, casado, procurador, domiciliado en esta ciudad, Zarza treinta y cinco, presentando con objeto de que se inscriba en el Registro Civil, un niño y al efecto, como padre del mismo declaró: Que dicho niño nació en la citada casa en el día de ayer a las diez de la noche. Que es hijo legítimo del declarante y de doña María Seca, mayor de edad, natural del Pto. Sta. María, término municipal de ídem, provincia de Cádiz, su ocupación la de su sexo y domiciliada en el de su marido. Que es nieto de D. Francisco, difunto, natural de Megico, y doña Antonia Cesari, viuda, natural del Pt. Sta. María, término municipal de Idem., provincia de Cádiz y por línea materna de don Pedro, natrual del Pto. Sta. María, mayor d edad, de estado casado, de ejercicio propietario, domiciliado en esta ciudad y doña Milagros Miranda, natural del Pto. Sta. María termino municipal de Idem., provincia de Cádiz, difunta. Y que al expresado niño se le pone el nombre de Pedro».

Aporta ésta el dato del número de la calle Zarza donde nació, el 35, y aparece refrendada la concesión por el Rey de la unión de los apellidos ‘Muñoz-Seca’ otorgada al célebre comediógrafo y sus descendientes en 1926. /A la izquierda, portada del libro conmemorativo editado con motivo de la inauguración del monumento a Muñoz-Seca, en 1950, del que se editaron 1000 ejemplares.

TERMINA CON UNO…
Se imponía, por tanto, buscar alguna justificación a este cambio en la fecha de nacimiento de Pedro Muñoz-Seca. Rosario, una de sus hijas que vivía en Madrid, nos declaraba coincidiendo con una de las sobrinas del comediógrafo, Pilar Muñoz Bela, que lo de quitarse años respondía «a su coquetería y porque quería que el año de su nacimiento fuera capicúa». Con todo, y al preguntarle desde cuando se produce, Rosario consultó con su hermano… «Cuando llegó la República él --como una premonición-- manifestaba que desde entonces diría que nació en 1881, porque empezaba con uno y terminaba con uno…»

En esta época, junto al humor, incluye en su teatro la pasión política, combatiendo las ideas republicanas y obras como ‘La hora del reparto’, ‘La Oca’, y ‘Anacleto se divorcia’ van a significar la firma de su ‘sentencia de muerte’.


Placa del homenaje que recibió el escritor en 1920, en la casa donde vivió en la calle Nevería.

YA EN 1920.
Sin embargo, al parecer, Muñoz-Seca se quitaba años de edad bastante antes. La fecha de 1879 aparece también en la lápida que se encuentra en la fachada de la casa que los Muñoz-Seca tenían en la calle Nevería: «Los pueblos que honran a sus hijos ilustres, se honran a sí propios -El Puerto de Santa María a Pedro Muñoz-Seca-- nació este insigne comediógrafo y poeta en esta ciudad el día 20 de febrero de 1879. 8 de septiembre de 1920».

Mientras, en el Teatro Principal se representaban entonces dos obras suyas: ‘Las traineras’ y ‘Pepe Conde’, aquel día de la Patrona, después de la función principal, toda la comitiva oficial se dirigió a la entonces calle Castelar (nevería como la conocen todos los portuenses y que fue rotulada con el de Pedro-Muñoz Seca). La lápida, que había sido costeada por suscripción popular, fue descubierta por el alcalde, señor Ruíz-Calderón, y por el propio escritor. Muñoz-Seca pronunció un discurso en el que, según la Revista Portuenses, dijo que entendía modestamente su labor compensada por el éxito, no hija del talento, sino debida a la fe que en ella imprime y muy principalmente a la protección de la Santísima Virgen de los Milagros, a quien adora. Y añadió: «Este acto para ustedes es un ‘placeré’, para mí es un orgullo, para mis padres que los presencian, es emoción. Yo procuraré ser siempre un digno hijo de este pueblo». /En la imagen, Muñoz-Seca, de blanco, en el escenario durante el descubrimiento de la placa.

«Este acto ha sido --continúa la Revista Portuense-- de una emoción verdaderamente excepcional. La respetable señora madre del ilustre escritor, tras la verja del piso superior de la casa, lo presencia rebosando su alma intensa alegría que asoma a su faz por la que surcan lágrimas de inapreciable valor»... /En la imagen de la izquierda, el busto del comediógrafo expuesto en el patio de la casa de la calle Nevería donde, durante años, ha estado la exposición permanente sobre la vida y obra de Muño-Seca, hoy en el Edificio San Luis.

«Mamá, ya no voy a poder seguir quitándome los añitos que me quitaba», le dijo Pedro Muñoz-Seca, según el testimonio que del procurador jerezano Pedro Lassaleta --«tan seguro como que se dijo delante mía»-- pudimos conocer a través de Manuel Palacios Muñoz-Seca, canónigo de la S.I. Colegial de Jerez de la Frontera, y de su hermana, sobrinos de Pedro Muñoz-Seca, cuyo centenario se preparaba en El Puerto el 20 de febrero de 1979. (Texto: José Ignacio Buhigas Cabrera).

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JUAN JOSÉ LÓPEZ AMADOR. Pocas veces tenemos la oportunidad de estudiar elementos tradicionales que aún son de uso en nuestra forma de vida actual, y mucho menos ponerlos en relación con usos similares, pero en épocas muy antiguas, especialmente si se trata de un amuleto que parece tener propiedades mágicas. El objeto arqueológico estudiado se mantiene en su esencia como una tradición marinera, sobre todo en la Bahía de Cádiz, y fundamentalmente en El Puerto de Santa María, aunque he podido ver su uso en la costa de Huelva y el Algarve portugués. En la actualidad está distribuido por toda la geografía nacional, pero casi seguro, que en la mayoría de los casos son adquiridos como adornos exóticos, sin saber que la tradición popular le dota de poderes sobrenaturales. /En la imagen se pude observar la forma más común de llevarlos, trabados en hilos y cadena de oro, y colgados del cuello, expuesto en el taller de platería Selma en nuestra Ciudad.

Durante largo tiempo he estado siguiendo la pista de esta pequeña pieza ósea, y para ser más concreto desde que en la excavación en 1984/85 (Túmulo 1. Necrópolis de Las Cumbres. Castillo de Doña Blanca), donde tuve el privilegio de colaborar, apareció uno de estos fotolitos en el ajuar de un difunto allí enterrado. Me llamó poderosamente la atención pues en mi casa era algo frecuente, mi padre tenía fe ciega para sus cefaleas. Aquello me dejó un poco con la incógnita de por qué este talismán se encontraba entre las cosas personales de quien estuviera allí enterrado.

AMULETO.
Para saber de sus virtudes hamos utilizado la sabiduría popular, sobre todo la de las personas mayores relacionadas con el mar. Durante largo tiempo hemos llevado un otolito con nosotros, se ha preguntado lo que sabían al respecto a personas que lo llevaban colgando al cuello, joyeros, en muelles, mercados, y enseñado a mayores en un recorrido por las de ciudades y pueblos como Algeciras, Tarifa, Barbate, Conil, Cádiz, El Puerto, Sanlúcar, Huelva Isla Cristina, Ayamonte y en Portugal, Vila Real de San Antonio, Tavira, Faro, Segres y muchos más.

Antiguamente, y de ello tenemos constancia, los otolitos de corvina eran transportados en bolsitas de tela o, incluso, sueltos en los bolsillos. Actualmente se comercializan en forma de anillos, pendientes y colgantes según su tamaño.

 

De los amuletos hay que decir que han sido empleado en todas las culturas y épocas de la historia, por sus supuestos poderes sobrenaturales. Las costumbres y tradiciones populares dan singular relevancia a la magia, y en especial, a los amuletos. Estos sueles ser objetos generalmente portátiles y unipersonales a los que supersticiosamente se le atribuyen alguna virtud sobrenatural: preservar de algunos males, evitar y sanar enfermedades, o traer suerte. Entre estos amuletos, hemos incluido los fotolitos. El portador considera el amuleto como un talismán que posee propiedades para ahuyentar el mal y los maleficios. Esta creencia forma parte de esta idea consustancial en el hombre de atribuir poderes sobrenaturales a elementos de la naturaleza, astros, animales, plantas, rocas, … Es algo que permanece vivo aún hoy en nuestra cultura, pero que va desapareciendo. /En la imagen la ubicación de los otolitos en la cabeza del pez tal vez hubiese influenciado para su uso como amuleto donde se muestra de la ubicación exacta del saco que contiene los otolitos en la cabeza de una gran corvina.

La corvina es uno de los pescados blancos que mas favorecen  a la salud al consumirlos, rico en fósforo y calcio y no tiene absolutamente nada de colesterol.

LA CORVINA.
Producto de la larga vinculación que desde la Prehistoria tenemos con el mar, es el singular uso que los habitantes de estas costas hemos dado a una pequeña parte de un pez: la corvina. Aparece desde momentos que remonta su antigüedad a más de 3000 años, convirtiéndose, posiblemente, en una de nuestras más antiguas manifestaciones mágico-religiosas originadas en el mundo marino.

Plato de corvina y pimientos.

La corvina aún se captura en nuestras aguas y forma parte de nuestra gastronomía. No es un pescado muy abundante y se encuentra en regresión por todo el litoral. Hace años se solían capturar en algunas alambrabas donde se pescaba el atún, pero siempre en menor proporción. Su captura se destina a la venta directa y no a la conserva. Se prepara en forma de filete o rodajas aprovechando para su corte la separación de las vértebras: la cabeza , que contiene el fotolito, una vez seccionada se vende aparte y a buen precio, según los pescaderos. La mayoría de las corvinas que hoy se venden provienen del ‘Moro’, zona geográfica que comprende la banda atlántica de Marruecos y el norte de las islas Canarias (Ferrer: 1993), siendo los de mayor tamaño de 12 a 20 kilogramos, mientras que los del Golfo de Cádiz tienen menor porte.

 

Un otolito engarzado en plata, otra forma de usarlo como colgante.

Al pez se le atribuyen poderes sobrenaturales, se le considera como un ser psíquico, dotado de poder ascensiones de lo inconsciente, tiene sentido fálico, es símbolo de fecundidad, etc. (Cirlot: 1969). Otras culturas le atribuyen un simbolismo espiritual, como ocurría entre los chinos, babilonios, asirios y fenicios.

EL OTOLITO.
Los otolitos o estatolitos son pequeños huesecillos que tiene la corvina en su cabeza. Tiene forma de saco y es parte del órgano de equilibrio en los peces y su ficha de crecimiento, situándose, en los vertebrados junto a los órganos acústicos. Desde antiguo, este hueso de aspecto alabastrado atrajo la atención de los marineros, que solían guardarlo como algo muy preciado. De hecho, como he dicho, mi padre, José López Navarrete (ver nótula núm. 422 en GdP), siempre lo llevaba en el bolsillo. Es curioso que hoy podemos observar estas piezas en el escaparate de cualquier joyería, formando parte de la orfebrería, ya que se ha conservado su uso como amuleto y es una tradición muy popular en la Bahía de Cádiz.

A nuestro amuleto se le atribuyen cualidades y propiedades curativas sobre cefaleas y dolores de cabeza, y buena fortuna, según la gran mayoría de consultas que se han efectuado fundamentalmente en el área geográfica del Golfo de Cádiz. Es verdad que existen muchas versiones de sus poderes mágicos, pero en general, la base de todas giran entorno a las mencionadas anteriormente.

Túmulo 1 y ajuar funerario de la Necrópolis 'Las Cumbres'. Castillo de Doña Blanca. El Puerto de Santa María.

EXCAVACIONES.
Dedicamos nuestra reflexión a este huesecillo que formando parte de la estructura ósea de la cabeza aparece siempre individualizado, así es como ha aparecido en varias excavaciones arqueológicas. Debemos señalar que la mayoría de las excavaciones corresponden al período Orientalizante. [Aparecen en El Puerto en las excavaciones de  Pocito Chico: año 1.000 a.C.; Castillo de Doña Blanca: s. VIII A.C. En Huelva, La Joya: s. VII a.C. En Gibraltar s. VIII a III a.C. En Sanlúcar, La Algaida s. V a II a.C.]

Aún son pocos los datos que tenemos de estos otolitos, singulares objetos arqueológicos, aunque estarán de acuerdo que su rastro es muy coincidente. Nos conduce a una serie de evidencias a tener en cuenta. Su aparición siempre forma parte de las ofrendas en distintos ritos, delimitado claramente en el tiempo. Así pues, al menos podemos definir claramente su uso en épocas Fenicio-Púnica, adaptándose y superviviente desde la fundación de Gadir hasta la llegada de los romanos.

Para finalizar quiero decir, que me gustaría poder ofrecer alguna teoría más al respecto, su procedencia, uso, etc. Pero como es lógico son pocos los datos que poseemos. Gracias a la tecnología y los análisis actuales como el ADN y otros. Tal vez muy pronto sepamos la procedencia geográfica de alguna de las personas que en la antigüedad utilizaban nuestro amuleto, y esto junto a otros datos nos aclaren un poco más sobre este singular patrimonio.

En la actualidad este amuleto tan arraigado en el Golfo gaditano, se ha visto trasladado a otras zonas de Andalucía, y también de España, como adorno personal, pero aquí ha quedado como parte de nuestro ajuar personal y nuestra tradición oral. Sea como fuere, este amuleto se distribuye en una región geográfica concreta como es el Golfo de Cádiz. Con una función creadora, en un sistema de relación hombre-objeto de manera muy compleja, especificándose creencias religiosas en relación con el medio natural, escondiendo viejos ritos bajo creencias tradicionales, que por suerte perduran hasta la actualidad.

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Cuando echamos la mirada a atrás a aquellos años anteriores a 1928 aún nos cuesta mucho imaginar nuestras calles, nuestras casas, nuestras gentes... Rememorar ese pasado supone dibujar en el lienzo de nuestra historia una imagen borrosa de lo que fuimos, una fotografía en sepia de una ciudad mucho más pequeña, mucho más costumbrista, y quizás, sólo quizás mucho más humana.

La Puntilla en los años 20 del siglo pasado.

Eran años de duro trabajo, de verbenas estivales y de carros tirados por mulas. La bonanza de nuestro clima fomentaba los baños terapéuticos en nuestras playas, y atraían hasta nuestra ciudad a los primeros turistas en aquellos trenes botijo utilizados mayoritariamente por las clases populares en los meses del estío andaluz, las cuales para combatir la sed y los rigores del calor complementaban el equipaje con botijos que permitían mantener fresca el agua en los interminables trayectos de la época.

La calle Larga, en la década de los veinte del siglo pasado.

La ancestral tradición del fuego purificador en el solsticio de verano, firme y arraigada desde tiempos remotos en los pueblos y ciudades de toda la costa mediterránea, primero con la quema de muebles viejos o cartón, y más tarde con una festividad agrícola en la que los labradores aprovechaban el día más largo del año para la recolección de las cosechas, y la noche más corta para la destrucción de todos sus males, nos sirve de nexo de unión con nuestro personaje de hoy.

José María Py y Ramírez de Cartagena, nació en El Puerto de Santa María en el año 1881. Después de haber residido en Valencia durante más de 25 años –enrolado en varias Comisiones Falleras, llegando a plantar dos Fallas en el año 1917-, llegó a Alicante en 1922, donde su padre, Don José María Py y Puyade, ejercía de notario en su despacho de la Plaza de Isabel II. Su casamiento con Doña Mercedes González y Gutiérrez, de origen cubano, fue el motivo por el que sus padres lo desheredaron. Poseía el título de Barón de Rosta por vía materna, título del que jamás hizo ostentación. Tenía por aquél entonces 41 años y seis hijos: Gloria que murió con 17 años, José María, Mercedes, Elvira, Juan y Pilar. /En la imagen, José María Py.

Estableció su domicilio en el Barrio de Carolinas, en la calle Plus Ultra, para trasladarse más tarde a la Avenida de Alfonso el Sabio, trabajando de dependiente y ayudando a su padre en la notaría. Más tarde, haría labores de funcionario en el Ministerio de la Gobernación con destino en la Administración de Correos.

José María fue un portuense inquieto, alegre, alto de estatura, enjuto, con un destacado bigote borgoñés, simpático y acumulador de amigos. Frecuentaba varias tertulias de la capital alicantina, especialmente la que se reunía en “Alicante-Atracción”. Allí dio a conocer por primera vez su idea –acogida con entusiasmo por todos- de que, carente la ciudad de grandes festejos, se podría implantar la fiesta del fuego a la usanza valenciana pero dotándola de características y personalidad propias: celebrándose en el mes de junio, coincidiendo con el solsticio de verano y con la denominación de “Fogueres de San Chuan”. Era intuitivo y voluntarioso, excesivamente trabajador y desinteresado, tanto que llegaron a denominarle “el formidable”. Su artículo “Les Falles de San Chusep en Valencia y les Fogueres de San Chuan en Alacant”, publicado en “La Voz de Alicante” el 28 de marzo de 1928, prende la mecha y entusiasma a los alicantinos, que comienzan a interesarse por el tema.

Las hogueras de San Juan.

Py, acompañado por Don Miguel Llopis Reyner, presidente de “Alicante-Atracción”, visita al alcalde de la ciudad Don Julio Suárez Llanos para explicarle la cuestión y pedir su conformidad. Su objetivo principal no era la atracción de forasteros, sino el que Alicante, todos los alicantinos, llegasen a encontrarse a sí mismos, a salir de lo que alguien había llamado “modorra suicida” y no era más que el residuo  de un siglo romántico en una ciudad adusta y liberal en nupcias con el buen tiempo perenne y el mar.

Comienzan inmediatamente a formarse comisiones en diversos distritos, siendo la de la Plaza de Isabel II la primera que se inscribe en el registro, por lo que es la más veterana y antigua de todas las hogueras alicantinas. El 22 de junio de ese mismo año, el alcalde publica un bando autorizando la fiesta y pidiendo al vecindario, comercio e industria, que se asocie a tan feliz iniciativa. Este bando dio carácter oficial a las Hogueras.

Aquel primer año se plantaron nueve hogueras. La fiesta había comenzado su andadura y poco a poco fue tomando tal auge que en 1930 se hizo necesaria la creación de una comisión gestora que coordinara la labor de las diversas comisiones, a la vez que organizase los actos oficiales a celebrar.

José María Py fue elegido presidente de esta primera comisión gestora, falleciendo dos años más tarde (15 de marzo de 1932) de un infarto en su casa de Alfonso el Sabio, precisamente en vísperas de las Fallas Valencianas. En 1961 se instala una placa en su casa mortuoria, una calle con su nombre y un concurso bibliográfico. Sus restos reposan en el Cementerio de Alicante en el “Jardí del Silenci”.

El pleno del Ayuntamiento de Alicante, en sesión ordinaria celebrada el día 22 de julio de 2011 con el acuerdo unánime de todos los miembros de la corporación municipal, acordó conceder el honor de ‘Hijo predilecto de Alicante’ a título póstumo a este portuense casi desconocido en su propia tierra en un acto celebrado el pasado día 10 de noviembre. (Texto: Manolo Morillo)

Hoy 3 de diciembre  se cumplen 322 años  de la formalización oficial en El Puerto de Santa María del culto a San Francisco Javier, quien, junto con San Sebastián (ver nótula 631 en Gente del Puerto) y la Virgen de los Milagros, completan la nómina de patronos de la Ciudad. Pero la existencia y vinculación de estos santos varones con El Puerto pasan desapercibidos hogaño de la feligresía, creyente o no. En 1679 empezó una epidemia de peste -unidas a otras calamidades padecidas en el siglo XVII- que asolarían la Ciudad, con una mortandad de un quinto de la población. La medicina y demás remedios naturales no funcionaban y se recurrió a lo sobrenatural: plegarias al otro co patrón anterior, a San Sebastián y también a la Virgen de los Milagros, a San Roque, San Ruperto, el arcángel Rafael, la Soledad de la Victoria o la Santa Cruz no dieron resultados. Pero hete aquí que se recurrió al misionero jesuita, San Francisco Javier y el 3 de diciembre de 1681 la epidemia empezó a remitir. Así, el Cabildo eclesiástico aprobó celebrar cada 3 de diciembre la festividad del apóstol de las Indias, en la Iglesia Mayor creándose un culto a su figura. Pero poco duró la alegría en la casa del pobre.

A poco la mejoría que experimentó El Puerto tras la epidemia, se vino abajo y la situación empeoró y con ello el culto al jesuita, por lo que los fieles, cada vez menos convencidos del papel intercesor del santo, hicieron que la celebración de dicha efemérides fuera considerada una fiesta menor y hoy se encuentra prácticamente desaparecida. Si consolidaría, aunque de forma intermitente en El Puerto a los Jesuitas, quienes ya contaban en la Ciudad con una compañía para la propagación de la Fé. Así fundarían un oratorio público y posterior colegio en la calle Luna esquina con Nevería, donde se encuentra la torre hexagonal que todavía, cosa rara, hoy se puede ver en pie. La imagen de este co patrono, obra de Juan de Mesa, se puede ver en la Iglesia de San Francisco. La última procesión en honor al patrón, se celebró, de forma excepcional junto a la Virgen de los Milagros el 8 de septiembre de 1991. (Texto José María Morillo.)

CRÓNICA DE UN DESCUBRIMIENTO.
El profesor e investigador Francisco González Luque ha estudiado la talla ubicada delante del presbiterio de la iglesia de San Francisco en la calle del mismo nombre: «En 1924, en el transcurso de una restauración de la talla de San Francisco Javier que llevó a cabo José Bottaro, apareció un documento (¿autógrafo de Juan de Mesa?) en su interior que atestiguaba la autoría y cronología de la imagen. Dicho manuscrito, que celosamente custodian los PP. Jesuitas de El Puerto, está muy bien conservado y la claridad de su letra lo hacen perfectamente legible. Entre otros datos aporta el precio (1000 reales la hechura de la talla y 500 reales su dorado), su paternidad (Juan de Mesa, “discipulo de Juan Martinez Montañes natural de la ciudad de Cordoba”) y fecha (en 1622, “a los primeros de mayo de dicho año”). También se incluyen los nombres de los clientes (los caballeros Veinticuatro de Sevilla), el Papa, el Rey, el Arzobispo y el Rector del Colegio de San Hermenegildo de Sevilla, para donde fue realizada

Será el propio Bottaro quien dé a conocer en 1930 la autoría de Juan de Mesa respecto a los santos jesuitas “que desde los últimos tiempos del Colegio, siendo rector el R.P. Nicolás Campos, se veneran en la iglesia de San Francisco”. El artículo que publicó la Revista Portuense incluía el texto que aquí reproducimos e indicaba que el documento lo entregó a los Padres Jesuitas de El Puerto, “que lo conservan en estima”. Se trató en aquella época de una auténtica revelación, pues la mayoría de las obras de Mesa se atribuían entonces a su maestro Montañés. Se ha calificado el hallazgo de verdadero “bautizo artístico” del imaginero cordobés, eclipsado hasta comienzos del siglo XX por aquél. A partir de este testimonio se disiparon dudas, se aclararon muchas atribuciones gratuitas y, sobre todo, se reconocía por primera vez la ciudad natal de Mesa y el nombre de su maestro. Poco después fueron apareciendo otros documentos igualmente reveladores, como fueron su partida bautismal, el contrato de aprendizaje con Montañés y la autoría de muchas imágenes.

LA IMAGEN.
La imagen conservada en El Puerto es una escultura de talla completa de 172 cm. de altura (sin contar la peana) que representa al santo jesuita navarro todavía joven, de pie, vestido e interpretado con algunos símbolos clásicos en su iconografía. La cabeza es pequeña, cubierta con cabellera corta y mechón central, escasa barba negra, grandes ojos de mirada penetrante bajo cejas finas, nariz recta y boca entreabierta por la que asoman los dientes. Pienso que la actual fisonomía, aunque de facciones que acusan el realismo de Juan de Mesa, no responde a la original del imaginero, pues en la desafortunada restauración que efectuó Botaro, desfiguró algunos rasgos y policromía del rostro, aunque éste mantuviera que apenas alteró el estado primitivo de la talla. Basta comparar con los rasgos faciales de otras representaciones de santos, incluso con la otra figura pareja, San Ignacio de Loyola, en la misma iglesia portuense de San Francisco, que no fue retocada, para percatarnos de la errónea restauración. La belleza y expresividad del rostro de San Ignacio, con facciones típicamente mesinas, han desaparecido en el de San Francisco Javier, que se nos ofrece ahora mucho menos expresivo, más anodino y con menor interés artístico».

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José Puente García tomó posesión en Febrero de 1.967 como Segundo Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de El Puerto de Santa María, errar concejal desde el 2 de febrero de 1964. En Abril del mismo año asumió la Jefatura de la Junta Municipal de Educación que dejara vacante el maestro nacional José Luis Gómez Colomer, de grato recuerdo. En paralelo llevaba, varios otros Servicios Municipales de destacada responsabilidad.

Anterior a su mandato se había hecho la sustitución (1.962) de la escuela graduada Ntra. Sra. Del Carmen, en ruinas en la calle San Juan, compuesta por seis maestras nacionales por la Agrupación Escolar San Agustín. Ya en su ejercicio en la Junta Municipal de Educación, se efectuaron las sustituciones de edificios ruinosos como: las Escuelas del Polvorista, las microescuelas Juan de la Cosa, las microescuelas de Cristóbal Colón, las adaptación provisional de las escuelas del Mercado (Mayoristas de Frutas y Verduras) y de las escuelas del Hospitalito. /A la izquierda, José Puente García con la toga de Graduado Social.

Preparó las donaciones de suelos y parcelas al Ministerio de Educación para las ubicaciones de Colegios Públicos sustitutos de las escuelas nacionales ruinosas, así como para atender las necesidades escolares en las nuevas y populosas barriadas que circundaban el casco histórico.

A las nuevas viviendas promovidas por el inolvidable Patronato Municipal de la Vivienda --recordamos a Manuel Rebollo Laínez, nótula núm. 027 en GdP-- y las promovidas por Cooperativas: Taxis, Ntra. Sra. Milagros, Gades, Hermandad de Labradores, Obra Sindical del Hogar, San Ginés, y otras; y las promociones privadas: Rufino Naves, Modroño, Zafer, y otras, se les dotó de Colegios Públicos próximos. /A la izquierda, el ministro José Luis Villar Palasí.

LEY VILLAR PALASÍ.
Al coincidir, ya en 1.970, con la nueva Ley promovida por el ministro  Villar Palasí los colegios públicos llevaban el diseño arquitectónico adecuado a la nueva Ley que instauraba la Educación General Básica. Fue la verdadera promoción de la educación buscando niveles mínimos, como cotas de educación e instrucción, promoviendo al maestro nacional con estudios ampliatorios para hacerlos profesores de EGB. Dignificando al profesor en lo profesional, en lo técnico, en lo didáctico y en lo económico.

Fiesta infantil en el Colegio de San Agustín el 24 de agosto de 1962.

PATROCINIO PRIVADO.
Si nos remontamos a 1.963 cuando se iniciaron en El Puerto de Santa María seis unidades de profesores para las clases nocturnas de alfabetización y promoción cultural de adultos, el ansia cultural hizo que se ampliara con cargo a la Bodega Terry, Hermandad de Labradores y Ganaderos y Cofradía de Pescadores otras seis unidades escolares las cuales se ubicaron en su mayoría en el Colegio Público San Agustín. Estos colectivos de adultos, ya en 1.967, empezaron a reclamar la construcción de nuevos Colegios Públicos en número y calidad para cubrir la escolarización total de niños.

Módulo escolar en el Cristóbal Colón. 27 de juio de 1967.

INSTITUTO MUÑOZ SECA.
Ante la inexistencia de puestos escolares en la Enseñanza Media pública, los concejales José Puente García y Joaquín Gaztelu Díaz, iniciaron las gestiones para donar al Ministerio de Educación el solar donde hoy se ubica el Instituto Muñoz Seca. Mitigó en parte las necesidades de enseñanzas medias que posteriormente que se cubrió con más Institutos.

Y previo a la creación del Instituto Muñoz Seca, rigiendo la Delegación Provincial de Educación Pedro Valdecantos, asignó seis unidades escolares sin cobertura municipal, dentro del Programa Extensión Escolar del Ministerio de Educación, al Colegio Público San Agustín donde se impartieron enseñanzas medias, bajo la modalidad delegada de otros instituto, en Aulas de Audición del Bachillerato Radiofónico. Posteriormente se pasaron estas aulas al edificio de Falange de la calle Larga --hoy Centro Alfonso X ‘el Sabio’-- donde el mismo José Puente fue profesor de esta modalidad de enseñanza.

Inauguracion de un centro escolar en 1968, el 29 de julio. De izquierda a derecha, el presidente de la Diputación, Portillo, el gobernador civil Luis Nozal, el alcalde Luis Portillo, los sacerdotes Carlos Román Ruiloba y Manuel Salido Gutiérrez y a la derecha, en escorzo José Puente.

CASA DE LA CULTURA.
En esta época se promovió la creación de la Casa de la Cultura que inaugurara el profesor de Literatura Manuel M. Alfonso --ver nótula núm. 1.051 en GdP--. Se inició en la concejalía de José Puente. Su importante Biblioteca fue dirigida por Pilar Alcina del Cuvillo. Edificio que tiene Salón para Teatro, Concierto, Conferencias, aulas del Conservatorio, Centro de Profesores, Editorial de libros portuenses y un sinfín de actividades culturales.

Inauguración Casa de la Cultura por las autoridades de la época. 6 de abril de 1975.

En el período de los concejales José Luis Gómez Colomer y José Puente García, las relaciones del Magisterio Nacional en el Puerto y la Corporación eran muy cordiales y de colaboración como se reflejaba en las celebraciones conjuntas del Día del Maestro, Día de la Hispanidad, Navidad con Amor,  Centros de Colaboración Pedagógicas y otros actos. (Texto: Cipriano Pérez Barroso). (Fotos: Archivo Municipal).

Más información de José Puente en GdP.

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Manuel Delgado Villegas ‘el Arropiero’, el asesino en serie, con 48 crímenes confesados, era incapaz de sentir culpa o de empatizar con sus víctimas, según el investigador que lo detuvo y que recorrió con él los escenarios de sus delitos. Salvador Ortega Mallén convivió durante tres años con el asesino múltiple más prolífico de la historia de España, Manuel Delgado Villegas, ‘el Arropiero’, un sociópata incapaz de sentir cualquier empatía con otro ser humano y absolutamente indiferente con el sufrimiento que causó a las 44 personas que confesó a la Policia haber matado y las otras cuatro que admitió ante su abogado, en varios casos con episodios de necrofilia.

Ortega, catedrático en Criminalística y Medicina forense y experto en estupefacientes, destinado entonces como policía en El Puerto de Santa María, lo detuvo y después viajaron juntos para reconstruir los escenarios por los que deambuló este transeúnte asesino, entre ellos Ibiza. «No sabemos cómo llegó a la isla». Allí acabó con la vida de la francesa Margaret Helene Boudri. Deambulando por el campo para hacerse con algo de comer llegó a Can Planas, donde vio luz y a la muchacha dormida en una habitación. La estranguló, pero después le asestó un par de cuchilladas leves para despistar a los policías y lavó el cuerpo. Cuando regresó custodiado para la reconstrucción «decía que habían cambiado el colchón», rememoró el investigador, a quien el inquilino le explicó que solo habían cambiado la funda. Se la volvieron a poner sin decirle nada al asesino, que al volver a verla la reconoció al instante. /Recorte de prensa de la época.

De izquierda a derecha, el criminalista Salvador Ortega que durante tres años junto a otro experto en criminología, Manuel Alcalá a la derecha, viajaron con el asesino en serie --quien aparece en el centro de la imagen-- por toda la península, “con una maleta de sumarios por resolver, buscando pistas de los crímenes que cometió”. “Con mucha dificultad nos ganamos su amistad, y gracias a estos viajes en los que nos movíamos por la calle y dormíamos juntos pudimos imputarle siete asesinatos”. Este fue “El primer y único viaje de este tipo que se ha llevado a cabo por ninguna brigada criminal”. Además Ortega resaltaba que con el escaso sueldo que ganaban no les daba para sufragar los gastos y tanto él como el juez, tuvieron que pedir sendos créditos para continuar con la investigación.

Fruto del tiempo que viajaron juntos, el criminalista asegura que si le dijeran que El Arropiero mató a 120 personas, «no le pondría pegas», tal era su indiferencia ante la vida. En la radio escucharon un día que en Mexico habían hallado más de cien cuerpos enterrados en la finca de un asesino. Delgado se sintió provocado: «Jefe, déjeme suelto cuatro días, que ese hijoputa no mata más gente que yo», asegura Ortega que le dijo El Arropiero totalmente en serio.?? Era analfabeto, disléxico y tartamudo, pero «no era imbécil». Buscó coartadas hasta para el crimen por el que le cogieron, el de una chica discapacitada mental que frecuentaba y que se prostituía entre los camioneros. En pleno coito, El Arropiero decidió que ella no le podía «poner cuernos» y la mató con sus propios leotardos. El curioso juicio moral de un vagabundo que también ejercía de chapero por un plato de garbanzos. Cuando le interrogaron dijo que había ido al cine y sacó su mitad de la entrada rasgada. «¿Quién conserva eso?» se preguntó el comisario. Por eso llamó al cine para ver si coincidían las películas que El Arropiero decía haber visto con las que proyectaron, y no coincidían. /Portada del documental.

El asesino y su captor.

Terminó por confesar su primera muerte y les llevó hasta el cuerpo. Después, por si acaso, Ortega le preguntó por otro cadáver hallado, el de un joven víctima del 'golpe de la muerte' (un golpe seco en el cuello) que aprendió en la Legión, que se haría tristemente célebre, y así empezó el recuento de sus víctimas. ??Lo anárquico de sus desplazamientos y la nimiedad de las causas por las que podía desatarse su violencia hicieron que no se le relacionara, hasta su confesión, con la mayoría de los delitos que cometió, incluso algunos de ellos pasaron por accidentes. Es el caso de Venancio Hernández, quien apareció muerto en el río Tajuña, en Madrid. El Arropiero, huyendo de la policía tras una reyerta, le pidió comida. «Viéndolo fornido como era, Hernández le dijo que trabajara como todo el mundo». El asesino admitió que «hasta que no oyó 'que dejaba de hacer glugú' no paró». ??Era oportunista, como cuando vio a un hombre dormitando en la playa del Garraf, en Barcelona, y le abrió la cabeza con una piedra para afanarle el reloj y la cartera. Del mismo modo zanjaba sus líos de faldas, y así sucedió cuando se emparejó con una señora mayor y «muu gorda» que vivía con su sobrina en Italia. Aquella le sorprendió encamado con esta. «Formaron tal escándalo que las tuve que matar a las dos», justificó El Arropiero.

Programa de "Dossier 21" (1993) de RTVE dedicado a la figura de Manuel Delgado Villegas, "El Arropiero", uno de los más conocidos asesinos en serie de la historia de nuestro país. El programa, que cuenta con una entrevista al personaje, del policía que lo detuvo y de caras y espacios conocidos de la Ciudad, algunas de los años 70, no llegó a ser emitido en su día por televisión española

Más información en GdP
201. El Arropiero. El vagabundo de la muerte.

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Hoy queremos traer algunas pinceladas del buen hacer de un prolífico poeta portuense que llenó con sus versos, plenos de fina gracia y de mordaz crítica, muchas páginas de la Revista Portuense en la última década del siglo XIX.  Se llamaba Manuel del Rio y García, y aunque su poesía es de la considerada "menor", gozaba de una gran aceptación entre sus paisanos contemporáneos. Manuel Martinez Alfonso lo cita en varias ocasiones en su obra "El Puerto de Santa María en la literatura"  y se extiende en elogios de una zarzuelita: "Ojeada al Puerto" de la que él era el letrista´y la música del también compositor local Francisco Javier Caballero. La obrita, estrenada en 1895, se anunciaba como revista local cómico-lírica, resaltando la prensa de la época su fácil versificación, fluidez y sonoridad. "Viene a ser la tal "Ojeada" -indica Martinez Alfonso- como un desfile de cuanto había en El Puerto digno de crítica, observación o aplauso".

Señala la Revista Portuense escenas de verdadera gracia y vis cómica, entre ellas la de la Electra Peral Portuense, personaje que tenía en sus manos un tridente, en cuyas puntas lucían tres lámparas eléctricas de diversos colores. El personaje femenino, en un sentido homenaje al que fuera candidato a diputado por la ciudad, declamaba:

Yo soy la luz eléctrica, señores,
la que más se asemeja a la del día;
la que en esta ciudad de Andalucía,
de la ciencia derrama resplandores.

No hay nadie que me mire y no se asombre
en este siglo lleno de portentos:
soy el no más allá de los inventos,
la última prueba del saber del hombre.

Por más que mis ventajas se disputan
cuantos aman la ciencia y el progreso,
víctimas del obscuro retroceso
pocos pueblos de España me disfrutan.

Cabe al Puerto el honor de que él ha sido
uno de los primeros que ha gozado
las ventajas de llevar este alumbrado;
y este honor se lo tiene merecido.

Pues digno de mejoras y de honores
es todo pueblo noble y patriota;
todo pueblo que lucha hasta ver rota
la red en que le envuelven sus traidores.

Y El Puerto, en lucha atroz por la justicia,
la razón, la verdad y el patriotismo,
triunfó de la coacción y el egoísmo,
de la envidia, la saña y la malicia.

Recompensa, no más, a su hidalguía
aquel por quien luchó le ha dispensado,
y si el éxito hubiese coronado
su justa aspiración, más le daría.

Invento que honra el siglo XIX
¿sabéis por quién lo tiene El Puerto?
¿Quién lo instaló con tan notable acierto?
¿Sabéis mejora tal a quién se debe?

Al sabio que hoy admira el mundo entero;
al español hidalgo, genuino;
al ilustre, al patriota, al gran marino
don Isaac Peral y Caballero.

Un cambio laboral trasladó a nuestro poeta a la capital gaditana al comienzo del siglo XX pero desde allí, intermitentemente y hasta bien avanzada la segunda década de dicho siglo, continúo colaborando con la publicación local mas conocida. De la Revista Portuense del 8 de julio de 1904 son estos versos que él mismo protagoniza cuando venía a ver los toros:

Dicen que El Puerto está muerto.
Lo que estaba era dormido.
Pero ya que está despierto
se ve que es el mismo Puerto
que toda la vida ha sido.
¡El mismo!... con sus parejas,
sus jazmines y sus rosas,
sus cierros bajos, sus rejas,
testigos de amantes quejas,
y sus bodegas famosas.
Tierra de las alegrías,
con hembras que son tesoros
de andaluzas simpatías,
que se ostentan en los días
de las corridas de toros.
Pues la fiesta nacional,
conjunto de sol, luz, vida,
colores, bullicio y sal,
tiene en mi tierra querida
un atractivo especial.
¡Oh, Puerto, en eso descuellas,
y del mar surco las olas
para verte, y ver en ellas
lucir a tus hijas bellas
sus mantillas españolas!
Por eso inundan los trenes
de viajeros tus andenes,
y al muelle vienen y van
llenos, y dando vaivenes.
Por eso, cuando hay corrida
marcha a mi tierra querida
toda la provincia entera.
Por eso eres tu mi anhelo
y por verte me desvela
porque es la gloria tu suelo,
o porque tu cielo se ríe
y porque testigo eres
de mis risas y mis lloros,
y porque brindan placeres
la gracia de tus mujeres
y la fama de tus toros.

(Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz. A.C. Puertoguía).

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Joaquín Ruiz Golluri, nació en 1888 en El Puerto de Santa María, en la primera casa de calle Cielos, donde actualmente se ubica el Hotel Duques de Medinaceli. Es uno de los “gurús” de la radiodifusión española, con una dilatada vida profesional de más de medio siglo. Jefe técnico de la segunda emisora montada en España:“Unión Radio” que se reconvertiría en la Sociedad Española de Radiodifusión (SER) y responsable de la puesta en funcionamientos de las emisoras de Sevilla, Valencia, Barcelona… así podríamos completar varios folios con el brillante currículo profesional de este pionero de la radio, paisano nuestro.  Pero queremos dar a conocer solamente en esta nótula una pequeña parte de su vida,  vivencias llenas de intensidad, emoción y tragedia en el verano de 1914, contadas por su protagonista. (No disponemos de una imagen de mayor resolución de nuestro protagonista, Joaquín Ruiz Golluri. Esperamos de la comprensión de los lectores de GdP, disculpando la baja calidad de la misma).

El 17 de junio de 1925 se constituía en Madrid la Sociedad Anónima 'Unión Radio' cuyo objetivo era dar un impulso decisivo a la radiodifusión española. S. M. el Rey Alfonso XIII inauguraba la estación dirigiéndose ante el micrófono a los radioyentes españoles.

Hace unos días llegaron a mis manos 29 folios mecanografiados con el siguiente encabezamiento: ’Relato de mi vida profesional y de los hechos más salientes durante la misma’ una memoria autobiográfica inédita, confeccionada por don Joaquín a la edad de 82 años, escrita en Barcelona donde vivía, y finalizada la víspera del día de la patrona portuense, la Virgen de los Milagros, el 7 de septiembre de 1967, de la que reproducimos la  parte de la narración  en la que relata los curiosos incidentes en los que se vio envuelto.

Transporte de heridos por la Cruz Roja, en triciclos, durante la I Guerra Mundial.

Joaquín Ruiz Golluri estudió la carrera de ingeniería, especialidad de radio telegrafía en la Universidad Católica de Lovaina,  terminando la carrera en junio de  1914.  A los pocos días –el 28 de julio-  se inició la que conocemos como 'I  Guerra Mundial', sorprendiéndole en Agen. Así lo cuenta: «… pude salir de allí (de Agen) con intención de regresar a España vía Bélgica y Francia, pero en Lieja quedé bloqueado y, al segundo día de guerra, durante un bombardeo, fui alcanzado por un obús del calibre 28, cuya metralla me produjo muchas heridas, entre ellas, la más grande, una en el bajo vientre. El camillero que iba conmigo tuvo peor suerte, ya que uno de los cascos de metralla le entró en el corazón y quedo muerto a mi lado. Yo fui recogido por una ambulancia y trasladado a un puesto de socorro; pero los alemanes habían amenazado con bombardear la ciudad desde el zepelín si no se rendía en un plazo de dos horas. Ello asustó a los médicos y a la mayor parte de las enfermeras, que se marcharon dejándonos abandonados y, gracias a que, en una ambulancia que llegó, me llevaron a la estación de Guillemens y me colocaron en el último tren de heridos que salió para Bruselas, donde me internaron en el hospital civil de Escarlec. En ese hospital, y nada más llegar, me operaron de la herida en el vientre y en la de la mano derecha».

En la imagen, Rodrigo de Saavedra y Vinent, II marqués de Villalobar (1864-1926), enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en la legación de España.en Bruselas cuya actuación durante la Primera Guerra Mundial en aquel país aún recuerda y agradece el pueblo Belga.

Continúa Joaquín Ruiz Golluri, que en esa fecha tenía 29 años, relatando las peripecias por las que atravesó, en las que la fortuna le fue propicia hasta que, finalmente, y padeciendo numerosos percances, consiguió llegar a su casa: «Al día siguiente los alemanes entraban en Bruselas y se presentaron en el hospital con la pretensión de evacuarnos a Alemania ya que allí todos los heridos eran militares. Yo alegaba mi condición de español, pero como estaba desnudo y sin documentación alguna, no me querían creer y, gracias a que permitieron que por teléfono se avisase al ministro español en Bruselas, marqués de Villalobar, el cual inmediatamente se personó en el hospital, me reconoció (porque era amigo de mi familia) y en su propio coche los alemanes permitieron que me sacara de allí y me llevara a la casa del barón Empain, presidente accionista del banco más fuerte de Bélgica, e incluso de los tranvías de Madrid y Barcelona. (…) A requerimiento de mi padre, el ministro marqués de Villalobar logró del General Jefe de los Ejércitos de ocupación de Bélgica un documento en el que se me facilitaba la salida de Bélgica a través de la frontera con Holanda, por Maestric, para mi regreso a España. El marqués me facilitó dinero y billetes de ferrocarril, desde Maestric a Rotterdam y el pasaje de Rotterdam hasta La Coruña en el gran buque de pasaje ‘Gloria’».

Gran Plaza de Bruselas, con la Casa de las Corporaciones al fondo, hace 100 años.

Sin embargo no fue gratuita la ayuda, pues el ministro español le encomendó a cambio del favor otorgado, dos “peligrosas misiones” según él mismo califica: «la primera, recoger en Lieja información detallada del fusilamiento de una familia española, que tenía un comercio de venta de frutas en la plaza de la universidad, frente a la misma. Los alemanes habían establecido, en la universidad, unas oficinas militares y colocaron en la puerta sus centinelas, los cuales fueron tiroteados por unos pocos desde los edificios de enfrente. A consecuencia de ello, y al no conseguir que los vecinos de enfrente de la plaza entregaran  al culpable, sacaron a todas las docenas de vecinos y los colocaron en línea contra la fachada de la Universidad y, con ametralladoras, los mataron a todos: viejos, mujeres, hombres y niños. La segunda comisión que me encomendó el marqués de Villalobar fue recoger en Lieja a una señora francesa, esposa de un médico militar francés que estaba en Marruecos y, con sus tres hijas, acompañarlos hasta España, haciéndoles pasar por españoles».

Nuevamente la buena suerte de nuestro protagonista, de la que sin duda estaba tocado, hizo su oportuna aparición en el momento adecuado para esquivar las dificultades finales. Así narra Joaquín Ruiz Golluri su salida del territorio ocupado: «Los alemanes nos trasladaron en un tren militar, en un vagón cerrado, desde Bruselas a Lieja, en donde nos dejaron para presentarnos en la Comandancia militar para obtener el medio de ir hacia la frontera holandesa y pasar la misma. Ya en Lieja, y en la misma entrada del Palacio de Justicia donde habían establecido la Comandancia, tuve la enorme y útil sorpresa de ser parado por un oficial alemán montado en bicicleta. Lo reconocí en el acto, pues era, nada menos, que el propietario del piso en el que tuve yo alquiladas dos habitaciones durante mi época de estudios. A mí me apreciaba bastante, así como su esposa, y me explicó que había estado viviendo en Bélgica, en calidad de espía, siguiendo órdenes superiores. Gracias a este oficial fui introducido inmediatamente en el despacho del General Gobernador Militar de la plaza, el cual puso a mi disposición un automóvil, ordenando a mi antiguo patrono que me acompañara hasta la frontera holandesa, lo que realizamos sin dificultad, pasando con facilidad la frontera, gracias al oficial que nos acompañaba». /En la imagen el general alemán Von Emmich entrando en Lieja

Foto realizada en la primera década del pasado siglo en los jardines de la Casa-Quinta de la Familia Ruiz López (actual Hotel Duques de Medinaceli). De pie, en cuarto lugar de izquierda a derecha,  nuestro protagonista, rodeado de su padre y hermanos.

Posteriormente se trasladaron en ferrocarril a Rotterdam, embarcando en un buque de pasaje con destino a Lisboa, con escala en La Coruña, barco que cuando atravesó el Canal de la Mancha fue interceptado por la marina inglesa que, después de comprobar la identidad de pasaje, escoltó con dos destructores al “Gloria” hasta la salida del canal. Desembarcó en La Coruña y desde allí, por ferrocarril hasta El Puerto, donde cicatrizaron sus heridas. (Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz. A.C. Puertoguía).


Iglesia Mayor Prioral, puertas de las Campanas, a la izquierda y del Sol a la derecha.

Hace 100 años, el 24 de noviembre de 1911, se celebró un curioso y solemne bautizo en la Iglesia Mayor, siendo la receptora del sacramento una mujer adulta de nombre Lucía Cauly, amadrinada por la dama portuense doña Manuela Zurutuza, Vda. de Tosar. En la ‘Revista Portuense’ cuenta con todo detalle el inusual acto: «Ayer, a las 7,30 de la mañana, concurso numeroso de fiel es que presenciaron la ceremonia que tuvo efecto en la iglesia Mayor Prioral del acto solemne de abjurar de sus errores protestantes e ingresar en nuestra sacrosanta religión católica la antigua y respetable convencían, doña Lucía Cauly, procedente de secta anglicana».

En la puerta de las Campanas le esperaba el arcipreste Sr. Barreda, revestido con  pluvial morado, bordado en oro que actuaba como oficiante del acto, por concesión especial del Arzobispo de la diócesis. Allí, siguiendo las oraciones contenidas en el Ritual «hizo la abjuración de sus errores y prácticas protestantes, diciendo con voz firme y clara que creía y confesaba cuanto cree y confiesa la religión católica, apostólica, romana, en cuyo seno quería vivir y morir.»  Tras esta renuncia de sus anteriores creencias solivió ser bautizada y, «tras besar el crucifijo que le acercó el celebrante» se trasladó a la capilla bautismal, exornada especialmente para dicho acto «recibiendo al mismo tiempo que sobre su cabeza corría la regeneradora agua, los nombres de María de los Milagros, Lucía, Luisa.»

Pila bautismal de la Iglesia Mayor Prioral.

Foto de una ceremonia similar de abjuración del Protestantismo y conversión al catolicismo de cuatro alemanas, celebrada en la iglesia de Igeldo (San Sebastián) el 30 de septiembre de 1914, 3 años después de la celebrada en El Puerto.. De izquierda a derecha, delante: P. Martínez, superior de los Jesuitas de S.S.; Felipa Horn; Margarita Werthe; Luisa Peters; Emma N.; Braulio Iraizoz, párroco de Igeldo. En segundo término las personas que apadrinaron el acto.

Fueron testigos los presbíteros Julián Carril y Ricardo Luna los cuales se ocuparon previamente, comisionados por el arcipreste, de instruirla en los conocimientos necesarios para ser bautizada. Posteriormente, en la capilla del Sagrario recibió por primera vez la Sagrada Eucaristía, «escapándose de sus pupilas abundantes lágrimas, visibles señales de gozo que inundaba su alma». Finalmente, subió al camarín de la Patrona, Ntra. Sra. de los Milagros, orando bajo su manto. (Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz. A.C. Puertoguía).


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María Vera, portorrealeña con ascendencia porteña afincada en nuestra Ciudad es la mujer de quien fuera Secretario General del PCE en El Puerto (1974-1981) y concejal del PSOE (1987-1991), Miguel Marroquín Travieso. Su historia es representativa de muchas mujeres que apoyaron a sus maridos en la conquista de la libertad que hoy gozamos, sufriendo privaciones, sintiéndose señaladas y en una situación de miedo permanente ya que desconocían en que circunstancias se encontraban sus maridos cuando eran detenidos por sus ideas políticas, o cuando sería la próxima vez. María Vera nos cuenta su historia.

«--Mi padre era de izquierdas. Mi madre en cambio, nunca se interesó por la política. Supe que a mi padre le interesaba la política y que era de izquierdas cuando conocí a Miguel: mi padre y él no paraban de hablar siempre de política. En mi casa nunca se escuchó ningún tema referente a la política, de manera que yo, tampoco me interesé por ella hasta que conozco a Miguel.  Entonces tenía yo 15 años. Miguel comenzó a llevarme a reuniones y, cuando cumplí 17 años también yo ingresé en el Partido. Mi padre lo asumió bien, en cambio mi madre no; cuando cayó Miguel preso, me decía: ‘Mujer, tan joven y lo que ya estás sufriendo, lo que estás pasando…’ Y era cierto, pero yo lo quería mucho y deseaba estar  a su lado».

¿Perteneció Vd. a la Sección Femenina? [rama femenina de la Falange Española, constituida en 1934 y disuelta en 1977]. María nos contesta rápidamente: «--No, yo solo pertenecí al Partido Comunista». ¿Como conoció a Miguel?. «--Mi madre era de Puerto Real, pero mis abuelos vivían aquí, en El Puerto de Santa María. Yo pasaba mucho tiempo con mis abuelos y me hice amiga de la hermana de Miguel. Yo tenía 15 años y él 17». /Publicidad de la Sección Femenina.

«Me fui enterando poco a poco que Miguel estaba metido en política. Al principio me decía: ‘Me voy a una reunión’ (antes no se podía ni nombrar al PC). Yo me preguntaba que para que iba a una reunión, una reunión de que… Hasta que me dijo que pertenecía al PC, y como estaba enamorada de él no me importó. Empezamos a trabajar los dos. Me uní con las mujeres que también estaban en el Partido y asistía a movilizaciones.

LA CAIDA DE LOS SETENTA.
Recuerdo la caída de los setenta, cuando muchos amigos y compañeros cayeron presos. Y por supuesto, mi marido. Hubieron muchas concentraciones para intentar sacarlos de la cárcel. Nos metimos en la Iglesia Mayor tres días. La policía intentaba entrar pero no podía. Hubo muchos palos… No conseguimos nada, a Miguel se lo llevaron a Cádiz, donde estuvo tres meses. Después lo trasladaron a Madrid para el juicio y le condenaron durante tres años, luego volvió a caer a los seis meses y cumplió una condena de 18 meses en Palencia. Estuvo en muchos sitios, en Jaén, Madrid, Palencia, en El Puerto, en Cádiz. En el Penal solo estuvo cuatro noches, pero según él fue el mas horrible… /Logotipo realizado en hierro del Partido Comunista.

No me quedaba tranquila cuando mi marido salía por las noches a tirar octavillas o a reuniones, pero… ¡Que iba a hacer! Siempre estaba muy asustada y, cuando tuve a mi hija peor, aunque realmente el miedo y la angustia siempre fue la misma. Era horrible escuchar en la tele o en la radio cualquier cosa y de repente pensaba… ¡Seguro que van a venir a por él! Hemos sufrido muchísimo, solo de pensarlo… si tuviera que volver a vivirlo preferiría morirme antes.

DETENCIÓN Y BODA.
La primera detención de Miguel fue en el setenta, yo era su novia, nos íbamos a casar. Estaba metiendo los muebles en mi casa cuando me dijeron que se lo habían llevado. Me dijeron: ‘A tu novio se lo han llevado, pero solamente le van a hacer unas preguntitas y sale enseguida, ahora mismo viene para acá’. Me llamaron y me dijeron que estaba preso, salió a los tres meses, entonces fue cuando nos casamos, en julio. Nos casamos por la iglesia, pero lo hicimos, sobre todo, por mi madre. Cuando detuvieron a Miguel, que cogieron a tantísima gente, mi padre se fue al campo --había estado en la Guerra Civil--, hizo un agujero y enterró todos los libros que mi marido le había dejado. /Una imagen del joven Marroquín.

Por supuesto, por parte del Estado no teníamos ningún tipo de ayuda. Provenían de los trabajadores, las empresas, … Pero realmente la ayuda que teníamos en aquellos momentos tan difíciles errar de la gente del Partido. Aquella cuota que pagábamos se utilizaba para estas cosas, para momentos de urgente necesidad. Pero aún así, si por cualquier razón no hubiera suficiente dinero de las cuotas para alimentar a una familia donde el padre estuviera preso [político], las demás familias se encargaban de que no les faltara casi de nada, o al menos no se quedaran sin comer. Allí todos éramos como una familia.

Tenía mi hija cuando a mi marido se lo llevaron preso [Eva Marroquín Vera nació en 1971] cuarenta días. Le tuve que quitar el pecho. Estuvo un año y pico. No tuve mas remedio que irme con mi suegra, no tenía a mi gente aquí, y estaba completamente sola. Estuve así hasta que me fui para Palencia, a cuya cárcel trasladaron a Miguel.

LA CÁRCEL.
Cuando estuve en Jaén llevé a mi hija para que viera a su padre.  Ella era muy chica, tenía siete u ocho meses. No paraba de llorar, no quería estar con su padre, no lo conocía. Se llevaron a su padre cuando ella tenía cuarenta días, era normal que no se acordara… Ella no paraba de llorar cuando Miguel la cogió en brazos. Aquello le dolió muchísimo, es muy duro que, sin haber hecho nada, te quiten la libertad, pero peor es aún que te priven de los primeros pasos de tu hija… él lo lamenta muchísimo. Cuando estuvo preso en Cádiz no la llevé. Ni siquiera me dejaban entrar a mí, me tenía que hacer pasar por la mujer de otro para que me dejaran entrar.

Antigua Cárcel de Palencia, donde su marido estuvo preso.

PALENCIA.
A los dos o tres meses de estar en Jaén lo trasladan a Palencia. Me fui para allá, llevándome, por supuesto, a mi hija que era aún muy pequeñita, tenía entonces 18 meses. Nos tuvimos que ir a una pensión. Allí pasé lo mío, mi hija y yo, tuvimos que, incluso, dormir en el suelo… después Miguel conoció a un señor en la cárcel. La mujer de aquel hombre estaba en la misma situación que yo, de manera que, alquilamos una casa juntas y nos apoyamos mutuamente mientras que nuestros maridos estaban presos. Así estuve un mes y pico. En Palencia Miguel tenía un régimen abierto, el cual consistía en lo siguiente, trabajaba fuera de la cárcel, en una imprenta, comía en mi casa con nosotros --entonces fue cuando mi hija comenzó a conocer a su padre--, y tenía que dormir en la cárcel.

María Vera en el centro de la imagen y su marido Miguel el Día del Trabajo de 1979. Entre los manifestantes, se puede ver a José Marroquín “Alicate” y a la derecha de la fotografía, al padre de Isabel Oreni Mayi, suegro de Antonio Álvarez Herrera, Fernando Oreni. La fotografía está tomada en la calle Luna, a la altura del antiguo Banco Hispano Americano, esquina con la calle Larga.

A mi hija nos la llevábamos  todos sitios, venía a manifestaciones, por las tardes al Partido, donde tenía sus amiguitas. Donde no nos la llevábamos era a las concentraciones grandes, porque allí lo único que había era muchos palos.

TORTURAS.
Cuando fui a verlo al Juzgado, la primera vez, le habían dado una paliza que no sé ni como no me lo mataron… tenía el oído reventado, la boca reventada, … estaba totalmente desfigurado. La nariz se la dejaron hecha polvo… No quiero ni acordarme, yo no sé ni como me pude mantener en pie cuando lo vi en aquella habitación. Y le hacían todo aquello sin que ellos se dignaran a hablar, si hubieran hablado… ni quiero ni pensar lo que le podían haber hecho. Aquella no fue ni la primera ni la última vez que le hacían eso.

Las banderas preconstitucionales de España, FE de las JONS (Falange Española de las Juntas Ofensivas Nacional Sindicalista), la de España con el escudo del águila y la bandera tradicional Carlista, ondeando en el balcón principal del antiguo ayuntamiento en 1970 cuando aún estaban las centenarias araucarias.

LA ENFERMEDAD.
Cuando él salió de la cárcel me entró una pancreatitis y estuve al filo de la muerte. Aquella enfermedad fue a causa de tantos disgustos un día tras otro… Cuando salí del Hospital él me preguntó si quería que dejara la política. Yo le dije que no, que siguiera trabajando, que no se preocupara, que no hacía falta… Me siento muy orgullosa de él, de mi y de mi hija [tienen otro hijo, Miguel, mas pequeño], de todo lo que hemos pasado, de lo fuertes que hemos sido y de que nunca nos hemos echado para detrás, que es difícil no hacerlo…

EL ENTORNO.
Nunca tuve apoyo por parte de los vecinos. Ellos lo sabían pero no querían saber nada. Nadie quería saber nada, todo el mundo tenía mucho miedo, no los culpo, todos estábamos aterrorizados. Una vez entraron en casa de mi vecina --a ella le habían fusilado a toda la familia, solo quedó ella- ¡Pobre muchacha! Ella sabía que Miguel estaba en la cárcel, pero no se atrevía ni a preguntar. ¡Que lástima de mujer!

Todos pasamos mucho. Recuerdo que cuando Miguel tuvo uno de los juicios, no recuerdo exactamente cual fue, entre condena y condena se le juntaron 20 años de cárcel. ¡Yo me quería morir! Tenía a mi hija muy pequeñita y pensaba: ‘¿Que hago yo con mi marido 20 años en la cárcel? ¿Mi hija no va a conocer a su padre hasta que cumpla veinte años?’ Me fui a casa de mi suegra, porque tenía a la niña muy chica. Me metí en una habitación y no salía para nada, hasta que, menos mal, que Miguel salió a los seis meses y se lo llevaron para Palencia, entonces nos fuimos con él. ¡Aquello fue horrible!».

HABLA LA HIJA.
Rememora su hija Eva: «--Recuerdo perfectamente un día que vinieron a llevarse a papá. Ya yo era más grandecita y lo recuerdo con mucha claridad. Fue en 1976, después de que Franco muriera. Yo fui la que abrió la puerta, era muy tarde, por la noche, y aparecieron delante de mi dos hombres muy bien vestidos y demasiado altos. Así es exactamente como lo recuerdo. De repente vi que mis padres se iban corriendo hacia su habitación. Yo me preguntaba que pasaba… mi padre empezó a vestirse. Yo me decía a mi misma: ‘¿Donde va mi padre con lo tarde que es?’. Mi padre desapareció con aquellos hombres tan altos y tan bien vestidos, y mi madre empezó a vestirme y nos fuimos a la calle a buscar a mi tío, que era abogado, para ver si podía hacer algo para que mi padre volviera a casa, con su familia, que ya había sufrido bastante».  (Texto: Leticia Sánchez Moy y María Mercedes Aguza Carrascal).


 

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Parece que fue ayer cuando se caía una moneda de una peseta, e incluso una perra chica o una gorda y hasta sonaba a dinero. Vd. habrá comprobado de ciencia propia que hoy [el artículo está escrito en la década de los noventa del siglo pasado] se cae al suelo una moneda de quinientas pesetas y no suena a nada. La verdad es que la peseta está depreciada, desprestigiada y vilipendiada. Ya se sabe, según ha dicho Solves, preclaro dirigidor de la economía patria, que la culpa de todo la tiene el P.P. /En la imagen de la izquierda, Antonio Leiva Aguilar 'Severo'.

Vd. con una peseta en el bolsillo hace el ridículo. Vamos, el ridículo se hace hasta con dos mil duros en el bolsillo y aun con más. Tiempo hubo en que con una perra chica, convenientemente golpeada sobre el cristal de la vitrina de un carrillo o sobre el mármol del mostrador de un almacén de ultramarinos, se alertaba al dependiente y hasta le producía al dueño ese sonido una especie de orgasmo financiero venial.

Cuando una patulea de niños, cada uno proveído con su perra chica o su perra gorda, se acercaba a un carrillo, lo de cajón era golpear con la perra y añadir gritando:¡Oiga, despacháaa!. Alrededor del Teatro Principal, siempre hubo un especial clientela fija. Alrededor del Teatro, se instalaron los carrillos, primero, el de Severo; luego, durante un tiempo el del "Guardapavos"; y luego el de Carmelita "La Rubia", frente por frente, en la parte más estrecha de "La Placilla" a la entrada de la calle San Bartolomé. /En la imagen de la izquierda, la tercera mujer de Severo, Rafaela Morón Suárez.

DEL CAMPO AL CARRILLO.
A "Severo" lo hizo vendedor de chucherías su médico, don Rafael Rioja. Fue unos años antes de la guerra civil. Pero Severo, no se llamaba Severo; Severo se llamaba Antonio Leiva Aguilar. Lo de Severo le venía de su padre y de su abuelo. Severo era de campo. Tenía una finquita en el Pago de Cantarranas, en las arenas, y otra en un lugar llamado "Los Navazos". La verdad es que don Rafael Rioja le encontró no se sabe qué dolencia y le aconsejó, como primera medida, dejar el campo.

Con las quinientas pesetas que obtuvo con la venta de las fincas, Severo se vino a vivir a la calle del Postigo mandó construir un hermoso carrillo, con ruedas de bicicleta, vitrina, depósito en la parte inferior, cubierto todo con un gran toldo de lona graduable. Con este armatoste, Severo se instaló, primero que nadie, en la boca de la Placilla, sobre el muro del frontero Teatro, justo al lado de la puerta del Bar "La Concha". Allí, Severo se convirtió en el "Rey de las pepitas", porque pepitas se llamaron siempre a lo que hoy son pipas e incluso piponazos.

El Carrillo de Severo, atendido por su mujer, Rafaela.

LAS TRES BODAS DE SEVERO.
Severo, como Fernán Caballero, se casó tres veces. Severo, de sus matrimonios dejó una prole compuesta por Anita, Milagros, María, Juan José y Paco, éste último fallecido. Severo, ceñido por su gran cinturón, con los pantalones caídos, la barriga pronunciada, su sombrero o su boina, se convirtió en el recaudador del "peaje" a la Placilla. Por cierto que Severo ha quedado en dichos populares. Cuando a un niño se le veía con la correa apretadita, por debajo del ombligo, y los pantalones faltos de tiro, se le decía: «--Anda, hijo, que te pareces a Severo, el del carrillo».

Pues bien, aquel lugar donde Severo asentó su negocio, además de ser un incesante "pasito de tórtolas", tenía el aliciente de las sesiones matinales de los domingos en el Teatro, esto es "la infantil", en la que todos nos divertimos viendo "Piter Pan", "La Dama y el Vagabundo", "Blancanieves y los siete enanitos" e incluso lloramos a lágrima tendida con "Marcelino, pan y vino", comiendo pepitas, tostadas y saladas, con ese puntito único que les daba Severo, quien aparece en la imagen de la izquierda.

PIPAS TOSTADAS.
Y nada de bolsas de plástico, ni fórmulas cualitativas. En cucuruchos de papel de periódico, que lo que no mata engorda, allí se expedían, una chica, una gorda, e incluso dos reales en casos de economía boyante, las sabrosas pepitas. Tal era la cantidad de pipas que vendía que, en numerosas ocasiones, tuvo quejas de Manolo, de Pepe y de Eduardo Nuchera por el cúmulo de cáscaras que quedaban en el patio de butacas, en las plateas, en los palcos y, sobre todo, en el "gallinero", una vez concluidas las sesiones cinematográficas. Pero, en particular eran famosas las llamadas al orden de Güelfo, el diligente y eficiente portero y acomodador, cuando subía de tono el crujido de las pipas o alguno se ventoseaba en el "gallinero". "De ahí para abajo, todo el mundo a la calle", decía,  y requería a los serenos "Pacuqui", Espinosa, "Merengue" o cualquier otro para que evacuara a los crujidores o al presunto ventoseador.

Severo fue a más. Su principal fuente de riqueza fueron las pepitas de girasol, pero no abandonó nunca el "paloduz", el citrato, las algarrobas molidas, los caramelos, los altramuces, y mil y una chucherías, además del triquitraque, las mechas y piedras de mechero, el tabaco de cuarterón, el papel de fumar, las cerillas, etc., etc. etc. El carrillo lo guardaba, de noche en la parte trasera, por la calle San Bartolomé, de "Las Columnas", propiedad de Quintín Puente, pero donde tenía su cuartel general era en una accesoria de la calle Cielos, justo enfrente de la calle Santa Clara, destinada a almacén y tostadero.

LA COMPETENCIA: GUARDAPAVOS Y LA RUBIA.
Pronto, a Severo le salieron competidores. A su lado colocó el carrillo, aunque efímeramente, el "Guardapavos". Así dicho, seguramente no sabrá Vd. de quien se trata, pero si le digo que era el "tío de las cadenas", que salía de penitencia en la procesión del Nazareno, con una enormes cadenas atadas a los pies, detrás del paso de Cristo, ya habrá Vd. caído de quién se trata.

Rafaela y su hija Milagros, casada con José Rebollo 'el Rubio', en el carrillo.

Frente por frente, se le instaló a Severo, Carmelita "La Rubia", con un carrillo bien surtido, que regentaba ella misma pero, sobre todo, su sobrino, José Rebollo "El Rubio", quien --lo que es la oligarquía y la endogamia tanto en el negocio del vino, como entre las nobles familias de cargadores a Indias, como entre los propietarios de carrillos de chucherías-- se casó con una hija de Severo llamada Milagros. "La Rubia" durante el día atendía, con su sobrino, el carrillo de la Placilla y, por la noche, su kiosko del Parque, en la esquina de enfrente de la tribuna de la música.

OTROS CINES.
Tras del invento de Severo, en los aledaños de otros cines, como en el "Macario", por ejemplo, se instalaron una pareja de viejos, con su carrillo. Eran José de los Reyes y de los Reyes, "El Chato Paterna", y su esposa. Enfrente puso su carrillo una buena anciana, llamada Juana, que tenía un rodete y en su cara y en sus manos tenía señales de padecer de vitíligo. A la puerta del cine "Colón", recuérdese, también, el carrillo de Manuel Álvarez "El Cochero" y  a "El Gamba" con su negocio de higos de Lepe metidos en miel. Y en todos los cines, las capachas de piñones: "¡Piñones, como cabezas de gorriones!", que pregonaban, y cada vez a la medida, un cajoncito de madera muy pequeño, se le añadía más y más papel de estraza doblado en el fondo en franco fraude comercial. /Rafaela Leiva, en el carrillo del lateral del Teatro Principal.

LAS VENTANITAS.
No es lugar este para hablar de las "ventanitas" que surtían, en las cercanías de los colegios, migas, academias y escuelas, a los más pequeños. Estas "ventanitas" regentadas por tal cual viuda de un carabinero, o por una viejecita de "estado honesto" proporcionaban el suplemento necesario a la pensión de viudedad o a la ayuda del montepío tan escuetas.

Puede decirse que Severo --a la izquierda de la imagen fotografiado en la calle Postigo-- fue el pionero del carrillo de chucherías y que Carmelita "La Rubia" lo fue del kiosko. Perdidos ambos, un Concejal del Ayuntamiento portuense, Juanito Ponce, propuso a la viuda de Severo cambiar el carrillo por un kiosko. Así se hizo y, mientras estuvo en pie el Teatro Principal, se mantuvo en su mismo sitio. Luego, incendiado el Teatro, se trasladó a la Plaza de Juan Gavala, donde se mantiene. Pero ya, los niños no hablan como antes, porque la caja tonta les ha homogeneizado el lenguaje, no tienen tatas, y sus maestros son de fuera. No hay perras chicas, ni perras gordas, ni moneditas de dos reales, ni las pesetas suenan a dinero, ni se golpea la vitrina, ni el mostrador al grito de "¡Oiga, despacháaa!". (Texto: Luis Suárez Ávila).

Más información en GdP:
104. SEVERO. El carrillo de la ilusión.

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Con motivo del primer centenario de la inauguración de la Parroquia de San Joaquín de El Puerto, se va a presentar en breve un libro recordatorio de esta efemérides cuyo autor es el porteño Luis Alba Medinilla (con nótula 822 en GdP). Para despejar el camino  a esa presentación, hoy, traemos a esta web unos pequeños apuntes extraídos de la amplia recopilación de datos realizada por su autor de cómo se gestó el nacimiento de la popular Parroquia.

En el encabezamiento del Libro 1º de Bautismos figura una nota manuscrita del primer Cura Párroco que la dirigió, el Reverendo Salvador Martín Rodríguez, que dice textualmente: Se inauguró la Parroquia en el día 1 del mes de noviembre de 1911. Salvador Martín’. Y esta misma nota se repite en el encabezamiento del Libro 1º de Matrimonios, en el de Defunciones y en el de Confirmaciones.

Los antecedentes a la misma se sitúan en el 4 de septiembre de 1728, día en el que se celebró la primera misa en una sala baja de unas casas cedidas al efecto en la calle Cielos frente a la de Ginés de la Fruta, constituyéndose como Ayuda de Parroquia de la Iglesia Mayor Prioral. Los promotores de la construcción de la Iglesia de San Joaquín fueron Francisco Moreno, Vicario de la Prioral, y el Reverendo Pedro Ambrosio Rodríguez Villarello, Capellán del Convento de la Reverendas Madres Capuchinas. Ambos personajes solicitaron licencia de construcción al, todavía en aquellas fechas, Conde de El Puerto de Santa María, Nicolás Fernández de Córdoba y de la Cerda, Marqués de Priego y Duque de Medinaceli, que la otorgó en Madrid el 21 de diciembre de 1728. La construcción de esta primitiva iglesia se sufragó a costa de limosnas, y se inauguró en el año 1737 según publica en su Historia de El Puerto Anselmo José Ruíz de Cortázar. Durante casi dos siglos se mantuvo la labor de esta Iglesia Auxiliar del Señor San Joaquín hasta el momento en que fue elevada al rango de parroquia independiente el día 1 de noviembre de 1911, año en el que se inició su actividad pastoral. /En la imagen, el paso de la Veracruz procesionando, cuando ya estaba su sede en San Joaquín.

Boceto del retablo de San Joaquín, obra de María F. Lizaso.

Las nuevas instalaciones nacían con un impedimento de envergadura que a la postre resultaría definitivo para su posterior desarrollo. La vieja iglesia auxiliar de la que apenas existen datos contrastados tenía una característica bien conocida, y era la de su pequeñez, heredada de sus primeros tiempos; era poco más que una ermita que la hacía inviable como nueva institución parroquial destinada a la atención religiosa de la mitad de la población de El Puerto.

Interior de la Parroquia de San Joaquín, al fondo el retablo en el altar mayor realizado por el porteño José Ovando.

Tras algunas vicisitudes de localización por mor del poco espacio (estuvo hasta 1917 en la entonces Iglesia de San Juan de Dios, sita en la calle Luna núm. 11, donde hoy día se ubica la Congregación de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús), volviendo ese mismo año a su sede en la llamada calle Federico Laviña (hoy Cielos) que fue remodelada a través de la iniciativa de un parroquiano que costeó las obras, aunque su espacio vital no quedó con la capacidad que realmente se requería para la ocasión.Finalmente y bajo los auspicios del Cardenal Eustaquio llundain Esteban (en la imagen de la izquierda), arzobispo de Sevilla, el día 23 de mayo de 1927 se cierra nuevamente la Parroquia para realizar las obras de ampliación definitivas que con más o menos reformas ha llegado hasta nuestros días. Durante el periodo de obras se habilitó para Parroquial la Iglesia del Convento de las Reverendas Madres Capuchinas, teniendo lugar la inauguración de la nueva Parroquia un año más tarde –el domingo 9 de junio de 1928- sin el retablo que actualmente luce el altar mayor.

Luis Bellido Salguero, quien fuera durante muchos años párroco de San Dionisio en Jerez, estuvo destinado en El Puerto y, como se aprecia en la imagen, imponiéndole en San Joaquín la insignia de Acción Católica al niño Enrique Pedregal Valenzuela, (con nótula núm. 841 en GdP), en presencia de Luis Almansa.

Con la guerra civil de por medio y una posguerra que marcó a sangre y fuego el devenir de varias generaciones de españoles, es en 1945 cuando se empieza a tener noticias del proyecto de retablo mayor que el párroco de la época –Don Manuel Salido- tenía anotado en su hoja de ruta, amén de aumentar en cuanto pudiera el valor patrimonial y artístico del recinto parroquial. El escultor elegido fue el porteño José Ovando, formado en la Academia de Bellas Artes de Santa Cecilia y discípulo del afamado escultor Castillo Lastrucci.

En la fotografía, tomada en 1952, aparece el equipo de monaguillos de San Joaquín: de izquierda a derecha, Manolo Girón ya por entonces sacristán (con nótula 110 en GdP), Manuel Salido, Cura Párroco, Antonio Espinosa de los Monteros, ayudante de Sacristía, y los monaguillos Gabriel Núñez, Diego Oviedo, Fernando Bueno y el niño Antonio.

José María Rivas Rodríguez, párroco durante 38 años de San Joaquín sucedió a Manuel Salido Gutiérrez, párroco igualmente de  dicho templo, cuando el segundo marchó a la Iglesia Mayor Prioral. En la imagen con el alcalde Miguel Castro Merello, en el ágape que siguió al pregón de la Semana Santa el 16 de marzo de 1959

El retablo fue costeado en buena medida por la Hermandad de la Vera Cruz y por suscripción popular que se abrió en la ciudad, quedando inaugurado el 19 de marzo de 1947 con una Misa solemne oficiada por el propio cura párroco y con la asistencia de las autoridades civiles y militares de la época, así como por una amplia representación de las Hermandades de Penitencia.

Guillermo Camacho Negreira, actual párroco de San Joaquín, durante esta semana siendo recibido por el alcalde de la Ciudad, Enrique Moresco, con motivo de la efemérides del centenario del templo portuense. Fueron coadjutores del templo Juan Luis Calvo Guerrero y Eduard Mc'oi.

Según palabras del profesor de Historia del Arte Francisco González Luque, la obra de Ovando funde los elementos arquitectónicos, escultóricos y ornamentales con gran acierto, logrando el ennoblecimiento del altar mayor de San Joaquín. Un siglo da para mucho o para poco, según se mire, pero no cabe duda que la Iglesia de San Joaquín ha estado inmersa y formando parte muy activa de las historias y vicisitudes de nuestra ciudad y sus habitantes en la última centena de años vividos. (Texto: Manolo Morillo).

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Elena de Winthuyssen y Urruela nació el 18 de febrero de 1852 en El Puerto de Santa María siendo la mediana de tres hermanos: Pastora, su hermana mayor  y Felipe, el pequeño y que murió joven y soltero.

Su padre, Juan de Winthuyssen Martínez de Baños, nació el 18 de agosto de 1819 y fue capitán de fragata; hijo de Pedro de Winthuyssen y Bustillo, natural del Real Arsenal de la Carraca, que fue capitán de Caballería y Caballero de Paja de S. M. el rey Carlos IV y que casó en la parroquia de San Martín de Madrid con Felipa Martínez de Baños. Ambos abuelos paternos de Elena. Su madre, Inés de Urruela y Barreda, nació el 21 de agosto de 1822 en Cádiz y fue la pequeña de una familia numerosa; el padre de ésta José Julián de Urruela y Casares, nacido el 7 de enero de 1780 en la Nueva Guatemala de la Asunción era hijo de Gregorio Ignacio de Urruela y Angulo natural de la villa de Retes, Álava, que  se trasladó a Guatemala en 1774 a bordo de una fragata y se casó allí, en 1779, con María Josefa de Casares y Olaberrieta, hija, ésta, de padres españoles.

Embarcó, Julián, en 1802, con destino España junto a José Frayle y Jorro, con la intención de fundar una casa de comercio en Cádiz que respondería al nombre de URRUELA HIJOS Y JORRO. Es en Cádiz en donde se unió en  matrimonio con la onubense Pastora Barreda Ortiz de Zarate y con la que tuvo seis hijos.

En los años treinta del siglo XIX se trasladaron a El Puerto, donde Julián fijó su residencia en el número 75, por aquel entonces, de la calle Larga, actualmente conocida como ‘Palacio de Winthuyssen’. De fachada barroco tardío con alguna referencia neoclásica y de interior ecléctico, donde se combinan diferentes estilos, neogótico, neoclásico y mudéjar por unos preciosos arcos lobulados localizados en algún que otro salón. Allí mismo viviría Inés de Urruela con su marido Juan de Winthuyssen y tendrían a sus hijos. El 13 de agosto de 1845 falleció Julián y pocos años después su esposa. En 1865 pasaron a vivir los Winthuyssen Urruela a un anexo de la mansión con el número 9. Irían con ellos dos sobrinos de Inés y primos de Elena: Julián y Olimpia García de Polavieja y Urruela. /En la ilustración, óleo de Juan de Winthuyssen.

En febrero de 1880, contando Elena con 27 años de edad, casó con el Maestro Mayor  Titular de Obras del Ayuntamiento de El Puerto de Santa María: el jerezano  Miguel Palacios y Guillén, nacido en 1841; poseedor éste del título oficial de la Escuela  Superior de Arquitectura de Madrid además de ser perito agrimensor y tasador de tierras. Los recién casados se trasladarían ese mismo año al nº 14 de la calle Diego Niño en donde nacerían sus seis hijos: los hermanos Palacios Winthuyssen, fijando, poco mas tarde y definitivamente, su residencia en el número 6 de la Avda. Rodrigáñez, al final del Paseo de la Victoria, en las inmediaciones del Monasterio de la Victoria.

 

En la foto familiar tomada en el número 6 del Paseo de la Victoria, aparecen reunidos en primer lugar y en un extremo sentado, don Miguel Palacios y Guillén y su nieta Elena Palacios Muñoz-Seca y en el otro extremo doña Elena de Winthuyssen y de Urruela. De izquierda a derecha y de pie: doña María Teresa Muñoz Seca, tras don Miguel, le siguen a ésta su hermana Antonia Muñoz Seca, su marido don Manuel y hermanos de éste, don Antonio y doña Pilar Palacios Winthuyssen; doña Catalina Beigbeder y Gallegos y su marido don Pedro Nolasco Palacios Winthuyssen posando junto a Elena, su madre. A la izquierda de don Miguel, su cuñada Pastora de Winthuyssen y de Urruela siguiéndole un jesuita amigo y vecino de la familia que esta sujetando a dos de los nietos del matrimonio y doña Olimpia García de Polavieja y de Urruela. En el suelo Manuel Palacios Muñoz-Seca junto una prima suya. La foto la tomaron con la gruta, de fondo, que otro hijo de doña Elena y de don Miguel les hizo. 22 de octubre de 1914.

El 27 de noviembre de 1899 perdía Elena a su madre a la edad de 76 años y tres años mas tarde, en 1902, a la edad de 83 años, a su padre, el ya retirado capitán de fragata, que viviría sus últimos años en la casa de la calle Diego Niño.

 

Sepelio aparecido en la Revista Portuense en 1925.

En su nueva residencia al final del Paseo de la Victoria, sobre la que ya escribí con el título de “La huerta de tía Pilar”, (nótula 857 en GdP) pasaría el matrimonio formado por Elena y Miguel el resto de su vida. El 12 de octubre de 1925, a los 74 años de edad, fallece Elena de Winthuyssen y Urruela. (Texto: J. Manuel Rguez Gay-Palacios. 'Juan de Winthuyssen').

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Vista de El Puerto. Anton van Wyngaerden. Detalle. /Foto: Fito Carreto.

Durante cuatrocientos años aproximadamente, estuvo oculta en Viena una ilustración de El Puerto de Santa María fechada en 1567, y llevada a cabo por el especialista en vistas urbanas: el belga Anton Van den Wyngaerden, quién con una precisión a caballo entre la topografía y el arte del fotógrafo, recorrió la España de Felipe II con el real encargo de realizar grabados de las principales poblaciones del país para editar un Atlas que nunca vio la luz.

Este dibujante recorrió El Puerto del Siglo de Oro. Conoció distintas vistas de la Ciudad y las plasmó en sus obras: El Puerto desde el camino de Sanlucar, desde la otra banda del río Guadalete, desde la Bahía de Cádiz. Se hospedó en pensiones de la época: ¿quizás la de la calle Ganado, por aquel entonces llamada calle de la Zangarriana?.

Wyngaerden recrea El Puerto del último tercio del S. XVI. Recoge en su Vista desde el Sureste detalles de naos en el río Guadalete, algunas como la réplica de La Niña que en breve surcará la Bahía. Esboza “Las Ruynas de puente antyque que solía essre? por porte Real”. Nos deja unas vistas inéditas del Castillo y la Iglesia Mayor, sin sus actuales reformas aquel, o antes de la reconstrucción de ésta. Coloca en lugar preponderante las montañas de sal y la explotación de las salinas porque estas “producían tanta sal que acontece muchas veces cargarse juntas 50 o 60 naos, y varcas de sal para Flandes, Ingalaterra, y otras partes”, según se recoge en crónicas de la época. O vistas de la desaparecida Ermita de Guía en la desembocadura del Guadalete, junto a la Playa de la Puntilla, con un molino de viento al lado.

La vida que se refleja en el grabado --que muy pocos conocían aunque fue editado hace varios años en sendas publicaciones por Richard L. Kagan en su libro Ciudades del Siglo de Oro (1986) y reproducido como cartel promocional por la concejalía de Turismo (2002) y estudiado por el historiador Miguel Angel Caballero (2008)--, es la que hemos imaginado muchas veces oyendo a los especialistas en historia hablar de un El Puerto dinámico, que se empezó a hacer a sí mismo hace 730 años, aunque llevando en su interior lo aprendido con acierto desde la época de los fenicios. La reproducción es de uno de varios bocetos ya que el original pereció en un incendio.

Reproducción completa de uno de los bocetos, el editado por la Concejalía de Turismo. /Foto: Archivo de Oronoz.

Otros autores, con posterioridad, han dibujado El Puerto con la poesía, la literatura, la música, la escultura, la investigación, la gestión política, o la iniciativa empresarial, creando instantáneas de una Ciudad en que siempre ha estado en constante movimiento, que hacía que quienes la habitan y la visitan -no solo en verano- quedaran prendados de su calidad de puerto acogedor. Ahora El Puerto que pintara Wyngaerden reclama otra instantánea, otra fotografía. Esperemos que ésta no quede oculta otros 400 años. (Texto: José María Morillo).

Fachada principal del Monasterio de la Victoria (Iglesia). Año 1935.

En un vistazo general a la zona del Ejido de la Victoria  allá por los años cuarenta del siglo XIX nos llama la atención el viejo monasterio que tiene tres siglos y ha sido abandonado por la comunidad de los franciscanos Mínimos que lo habitaron hace apenas un lustro. Él sería uno de los novecientos conventos exclaustrados en España en 1835 por el chiclanero Juan de Dios Álvarez Mendizábal, en su calidad de ministro de hacienda y presidente del Consejo de Ministros de España por esas fechas con la Desamortización que lleva su nombre. En años venideros, ya secularizado y formando parte de los bienes estatales, sufrirá vicisitudes, transformaciones y gran parte de sus instalaciones usos de utilidad pública: hospicio, centro penitenciario y sala de congresos el propio edificio del convento y un paseo romántico y las instalaciones de Renfe que ocuparon parte de las huertas monacales.

En esta fecha, aunque hacía casi una década que Niepce había experimentado con éxito la captación de imágenes por medio de una cámara obscura, se tardará aún dos décadas más para que las imágenes capturadas se reproduzcan en un soporte de papel. A falta de este material gráfico de esa época, voy a intentar confeccionar para los lectores de GdP un breve retrato literario de la iglesia del Monasterio. /A la izquierda, proyecto de Retablo para el Convento de la Victoria. Año 1675. Archivo Fundación Medinaceli. Sevilla.

Aun están las campanas en su torre: tres medianas y una pequeña.  Nos situamos en el amplio atrio de la iglesia y vemos en su costado derecho la capilla casi terminada que levantó la hermandad de la Soledad, que nunca pudo cubrir y que acabarían por derribar años después las autoridades,  al frecuentar sus abandonados muros, rufianes y prostitutas. Sigue el almacén y la sala de sesiones de dicha hermandad. Después un jardín cercado de tapia, con árboles y plantas que aún están cuidadas, un pozo y una noria con canjilones nuevos que apenas se han usado al emigrar la comunidad de  Mínimos poco después de su construcción  La sólida puerta principal de dos hojas, adornadas con trabajados herrajes está ahora cerrada.

El Monasterio de la Victoria visto desde la parte trasera.

Si pudiéramos penetrar en el interior de la iglesia, veríamos una filigrana de luces proyectada sobre los escalones de mármol negro del presbiterio procedente de los ventanales altos, cuyas cristaleras aún se conservan y,  posiblemente,  nos resultase un tanto deprimente mirar los retablos vacíos, las cortinas empolvadas,  los deslucidos banco de pino y los deteriorados candelabros de madera repintada desechados por los frailes escuchando de fondo el rítmico sonido de un reloj de péndolas colgado  en la pared de la nave central que acentuaba la soledad casi sepulcral del recinto recientemente secularizado.

En la capilla que fue sagrario solo quedaba la balaustrada de hierro cuyas perillas, de reluciente metal antaño, mostraban una roñosa costra. Un confesionario y el púlpito, recordaba el culto de otros tiempos, así como las imágenes que permanecían en sus retablos y pedestales, pertenecientes casi todas ellas a las hermandades de la Soledad y Humildad que en dicho recinto tenían su sede. En la primera capilla de la derecha, la talla del Cristo de la Humildad y Paciencia en un retablo de madera con altar. En otra más adelante,  la imagen de San Francisco de Paula, fundador de la orden que habitó el monasterio, también en retablo de madera pintada con altar.

En la fotografía superior izquierda, talla del Stmo. Cristo de la Humildad y Paciencia. 

En la fotografía de la izquierda talla de Ntra. Sra. de la Soledad.

En la parte contraria, un retablo nuevo con las efigies de un crucificado, la Virgen y San Juan, pertenecientes a la Humildad y en la última capilla de ese mismo lado otro altar con retablo de madera en el que estaba instalada la Virgen de la Soledad.  Colgados de las paredes quedaban dos cuadros: uno, de una Dolorosa y otro, de mayor tamaño, con la figura de santo Tomás de Villanueva y en el coro de atrevida arcada, al que se accedía por una estrecha escalera de caracol habían dejado los monjes un órgano portátil pequeño, tres bancos, un facistol, un ataúd y en un nicho de pared, una imagen de la Virgen de Belén.

(Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz. A.C. Puertoguía).

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