| Texto: José María Morillo.
La participación de María Lizaso en el jurado del Tartget Prize introduce una mirada especialmente enriquecedora, nacida de la confluencia entre la pintura, la ciencia y la experiencia vital. Artista multidisciplinar de El Puerto de Santa María, Lizaso encarna un perfil poco común en el panorama actual: el de quien ha transitado de la Biología —su formación inicial— y la labor como Técnica Ambiental, al mundo de la creación artística, sin renunciar a la exigencia ni al compromiso. Su formación en el Taller del Prado y su especialización en técnicas de grabado se desarrollaron en paralelo a su maternidad, un hecho que atraviesa, de forma sutil pero constante, su obra.
El trabajo de Lizaso destaca por una fuerte carga simbólica y una exploración técnica que no se limita a lo meramente formal: hay en ella un deseo claro de traducir la experiencia íntima en lenguaje plástico universal. Obras como “Espera”o“Biografía del tacto” ilustran esa intención, combinando la estampa tradicional con collage y pigmentos naturales para construir relatos visuales sobre el cuerpo, el tiempo y la identidad. “Trabajo con la memoria como se trabaja con la materia: capa sobre capa, dejando que lo invisible aflore”, ha señalado en alguna entrevista.
Esa vocación narrativa se ha visto reforzada por su actividad como docente, ilustradora y gestora cultural, campos donde también ha dejado huella. Como miembro del jurado, aporta una combinación poco frecuente de rigor técnico —nutrido en parte por su etapa como copista en el Museo del Prado— y sensibilidad hacia los procesos creativos, especialmente los de autores emergentes. Su criterio valora tanto la autenticidad del discurso como la solidez del oficio. Pero su papel va más allá de la evaluación: su presencia en el certamen es un recordatorio elocuente de que el arte no es solo resultado, sino camino. Un camino que, como el suyo, exige vida, tenacidad y una cierta dosis de osadía.