| Texto: Mengíbar López
A finales del pasado mes de mayo, coincidiendo con la Feria de Primavera, la portuense Ana Cristina Arévalo Bernal, la primera mujer en ostentar la alcaldía de El Ronquillo (Sevilla), puso punto final a su breve e incierto mandato. Con una carta de tono conciliador pero firme, la dirigente socialista, natural de El Puerto de Santa María, anunció su dimisión irrevocable tanto del bastón de mando como del acta de concejala. Detrás de la decisión, según se encuentran “motivos personales”, pero el trasfondo político revela una historia más compleja.
La trayectoria de Arévalo al frente del consistorio comenzó hace poco más de un año, el 25 de abril de 2024, en medio de una tormenta institucional que ya había dejado varios naufragios. Su llegada al poder fue el resultado directo de una moción de censura liderada por el PSOE contra Cipriano Huertas, el alcalde que había alcanzado el cargo tras una efímera etapa de José Antonio López, también socialista, cuya gobernabilidad naufragó en menos de mes y medio por la falta de entendimiento con la coalición Con Andalucía (IU).

El juego de alianzas, rupturas y bandazos ideológicos ha sido la tónica de esta legislatura ronquillera, que acumula ya más relevos en la alcaldía que años de mandato. Tras la caída de López, Huertas ascendió con el apoyo del PP, lo que derivó en su expulsión de su formación y una nueva crisis interna. Aquella grieta en la arquitectura municipal terminó favoreciendo el ascenso de Arévalo, cuarta en la lista socialista, a la que se le encomendó la difícil tarea de estabilizar un gobierno profundamente erosionado.
La ya exalcaldesa ha optado por una salida con discreción y palabras de gratitud hacia vecinos, partido y entorno personal, asegurando que cierra esta etapa para “escribir otra nueva”. Pero más allá de los gestos de despedida, su renuncia expone el desgaste de un mandato marcado por la fragmentación política, la falta de cohesión en la izquierda y la volatilidad de los pactos en los municipios pequeños, donde las relaciones personales y los desacuerdos internos pesan tanto como las siglas.
Esta dimisión vuelve a dejar al municipio al borde del abismo institucional: en apenas dos años de mandato, El Ronquillo ha conocido tres alcaldes y se prepara para investir al cuarto en el pleno que se celebrará esta misma semana. Una cifra insólita que refleja no solo la fragilidad de los equilibrios de poder, sino también la crisis de liderazgo que atraviesan muchos ayuntamientos rurales ante la falta de cuadros políticos sólidos y alianzas estables.