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José Manuel Rebollo. El valor del cine pequeño y con mucho ‘Coraje’ #6.396

Su última película se puede ver en la plataforma FILMIN

| José Manuel Rebollo, durante el pre estreno de 'Coraje' en el Festival de Cine con Acento

| Texto: José María Morillo.
Por fin alguien le planta cara, con humor y ternura, a la mística del cine de autor precario. Y lo hace el productor, guionista y director de cine José Manuel Rebollo (El Puerto de Santa María, 1991), con su segundo largometraje: Coraje. El título no engaña. Se necesita coraje --del bueno, del que no se compra en la tienda del bazar chino de proximidad-- para filmar una película sobre gente que lucha por filmar una película. Metacine andaluz, con acento de la Bahía de Cádiz y sabor a merengue recién batido de la confitería La Merced-Los Sanluqueños.

Rebollo está en posesión del Premio al Mejor Talento Español en 2021 en Notodofilmfest, y tiene en su haber más de quince cortometrajes. Pero donde ya nos había dejado con la ceja arqueada al estilo Zapatero y el corazón encogido fue con su primer largometraje Sola (2023), aquella historia mitad fantasmal, mitad terapia maternal. Ahora, en Coraje, cambia los ectoplasmas por los rodajes ‘low cost’, pero mantiene lo invisible: las emociones y las heridas que no salen en los créditos.

Y con un final, que no vamos a desvelar, sobre las subvenciones y los Ayuntamientos. El protagonista moral del filme no es el monstruo de cartón piedra ni la cámara tambaleante, sino esa especie en peligro de extinción que son los actores y actrices aficionados, que se ganan la vida de camareros, dependientas o reponedores mientras sueñan con su plano general.

La película se mueve por los rincones luminosos de la Bahía de Cádiz, en Cádiz-Cádiz, con el sol que no pide permiso para colarse por los balcones y con el Puente de la Pepa de fondo, recordándonos que incluso el hormigón puede ser poético si se filma con cariño. Loli, la protagonista --a la que da vida una inspiradísima Montse Torrent--, trabaja en una pastelería, vive con una hija que arrastra más sombras que pestañas, y se agarra a su sueño de ser actriz como quien se aferra al último salvavidas en un mar de rutinas laborales.

José Manuel Rebollo y la protagonista del film, Montse Torrent

Y claro, llega la oportunidad: protagonizar un largometraje que tiene más ilusión que presupuesto. A partir de ahí, Rebollo mezcla los tonos con habilidad: drama cotidiano en la vida de Loli, comedia negra en el rodaje del “monstruo cotidiano” (una criatura grotesca que pasea por Cádiz con más dignidad que algunos productores). Hay guiños, sarcasmo y, sobre todo, una mirada cómplice: el director no se burla de sus personajes, los abraza con compresión y cariño.

Coraje se puede visionar en la plataforma de streaming FILMIN

Coraje podría haber sido una tragedia sobre la frustración y los sueños rotos, pero Rebollo –muy listo él-- la convierte en una película entrañable, que se ríe de sí misma y de la precariedad artística sin despeinarse. Su humor es socarrón, muy de aquí sí, pero también empático. Cuando muestra los rodajes imposibles, los cables enredados y las improvisaciones marca de la casa, uno sospecha que hay bastante autobiografía en juego. Y eso la hace aún más divertida y a la par honesta.

| El actor sevillano Antonio Dechent

En el reparto, además de la inmensa Montse Torrent --que borda el papel con una verdad que solo dan los años de tablas y los sueldos cortitos--, brilla el actor sevillano Antonio Dechent, que convierte cualquier plano en una lección magistral. Aquí ejerce de mentor, confesor y casi santo patrón de la protagonista. En tono correcto, aunque funcional, está el actor de Chiclana de la Frontera, Adrián Pino, quizás alter ego del propio Rebollo, pero en modo director egocéntrico de manual: el típico que promete arte y acaba pidiendo milagros a base de limpiacristales.

Coraje es cine hecho con las uñas, pero con alma. Un homenaje a todos esos intérpretes anónimos que sostienen el teatro y el cine de verdad, el que no vive del glamour, sino del empeño. Y cuando en los títulos finales –y ese final jocoso que, repetimos no deben perderse-- aparecen las cifras que retratan la precariedad del gremio, uno siente una punzada entre la risa y la indignación.

Y es que, al final, lo que José Manuel Rebollo nos dice con esta película es simple pero profundo: el cine, como la vida, no siempre sale bien… pero merece la pena seguir rodando. Aunque sea con poco dinero, con mucho corazón y, sobre todo, con coraje.

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