Saltar al contenido

Miguel Morales Augusto.  El zapatero de la calle Larga y de su tiempo #6.259

| Texto: José María Morillo | Foto: Miguel Sánchez Lobato

El Puerto de Santa María, año de 1926. En las calles aún se escuchaba el silbido de los serenos al caer la noche, los carros de mulas marcaban el ritmo de la Ciudad, y en la taberna de La Burra se hablaba más de uvas que de bancos. Fue en ese mismo año cuando vino al mundo Miguel Morales Augusto, en una población que todavía olía a pesca, sal y creosota, huerta y vino, y donde el tiempo parecía andar en alpargatas.

Mientras Rafael Alberti escribía La Amante soñando carreteras y modernidades, y Pedro Muñoz Seca seguía desgranando comedias a un ritmo que parecía imposible, en una modesta casa portuense nacía Miguel, hijo de Roque Morales Ahumada y Luisa Augusto. Segundo de tres hermanos, criado entre la voz de la radio galena y las escobillas de betún, Miguel aprendió temprano el sonido del martillo sobre la horma y el arte de escuchar los pasos ajenos a través de sus zapatos.

La Guerra Civil le sorprendió siendo aún un muchacho. No combatió, pero vivió el miedo de los apagones, la escasez y el silencio espeso de la posguerra. En ese tiempo donde el hambre tenía muchos nombres y pocos remedios, Miguel se convirtió en zapatero como su padre. Oficio humilde, sí, pero esencial. Porque incluso en tiempos de cartilla de racionamiento, había que andar. Y para andar, hacía falta un buen par de zapatos.

Su taller lo tuvo siempre en el mismo sitio, como quien pone bandera en tierra propia: calle Larga, frente a lo que hoy es la Clínica Pastoriza, pero que en tiempos fue banco, antes almacén, antes quién sabe. En su accesoria no había lujos, pero dentro se respiraba oficio: olor a cuero recién cortado, a cola caliente, a cera virgen y colofonia —o perrubia, como la llamamos aquí—, esa mezcla que usaba para preparar el serote, su receta maestra para los cabos de coser, que transmitió con casi reverencia a su sobrino Roque, como si fuese una reliquia de familia.

Miguel tenía su mundo perfectamente trazado, como una postal antigua: de casa, en la calle Muro —rebautizada luego como Ricardo Alcón— al taller; del taller al bar La Perdiz, donde pedía su copita y se sentaba a hablar, sin prisas ni afanes, de toros, de fútbol o de la última novedad que hubiera cruzado la plaza del Isaac Peral. A veces se dejaba ver en la droguería de su hermano Roque, en la calle Ganado, donde aún olía a jabón de sosa, a fórmulas magistrales de droguero y a colonia económica de litro. Por último vivió en la calle del Perpetuo Socorro.

Casado con Luisa Varoni, levantaron una familia de cuatro hijos: Luchi, Leo, Roque y Francisco Miguel —éste último, párroco de San Sebastián, en la imagen de la izquierda—. Orgullo de padre, a la antigua, de esos que no necesitan decirlo para que se sepa.

Quienes lo conocieron aún recuerdan su forma de hablar, con el tono justo entre la sabiduría del que ha escuchado mucho y la sorna del que ha vivido lo suficiente. Decía que los zapatos hablan y que, si uno presta atención, puede saber en qué trabaja un hombre, por dónde camina o qué carga en la espalda. Tenía razón.

Miguel se fue hace ya 15 años, con 84, y su ausencia se siente como el hueco que deja un banco de taller vacío o el silencio que sigue a una historia bien contada. Aún parece que va a salir de cualquier esquina, limpiándose las manos en el delantal, con la mirada tranquila de quien supo vivir sin aspavientos, pero con la dignidad intacta.

Y cuando uno pasea por la calle Larga, entre escaparates modernos y franquicias sin alma, hay un rincón de la memoria que sigue oliendo a cuero, betún y serote. A Miguel. A lo que fuimos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

- Al enviar este comentario estoy aceptando la totalidad de las codiciones de la POLITICA DE PRIVACIDAD Y AVISO LEGAL.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies