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Los 18 hijos de la familia Troncoso Guisado. Crónica de un pan con sudor #6.260

| Texto: José María Morillo

| Foto de la familia: Francisco y Dolores en 'sus casas' con los 18 hijos

Corría el año de 1975 y, en la plaza Maestro Francisco Dueñas, entre muros de ladrillo blanqueados y patios donde la colada se agitaba como banderas de familia numerosa, vivía la estirpe de los Troncoso Guisado, repartida en tres pisos corridos como quien extiende una colcha para que quepa todo el mundo. Allí mandaban en la intendencia Francisco, peón de albañil, y Dolores, ama de casa sin horario ni domingos. A su cargo, nada menos que dieciocho criaturas. Dieciocho. Como una orquesta sinfónica con toda la percusión de la vida diaria.

Francisco, que antes se ganaba el pan doblando el espinazo en el campo, vivió la dureza de una España que, en cuanto te despistabas, te dejaba en la cuneta del paro. Siete meses sin jornal, y con nueve hijos ya en la mesa, que se dice pronto. En ese tiempo, recogía cáscaras de ostiones en la playa para venderlas a la fábrica de harinas, porque en El Puerto de Santa María siempre ha habido quien convierte lo que el mar escupe en moneda menuda. Luego, pluriempleado como tantos otros porteños de a pie, trabajaba hasta los domingos, que para él eran sólo otro día más para no quedarse atrás.

Dolores, que antes de casarse con 18 ya trabajaba desde los 14 en casa de los Medinilla, tenía memoria de pan y cuentas. “--Doce kilos al día, mire usted”, decía con ese acento que convierte una queja en sabiduría popular. “--¿Por qué no suben el marisco, que es capricho, en vez del pan, que es vida?”, preguntaba como quien lanza al viento una pregunta razonable. Enero era, según ella, mes de partos. Le salían los niños como a la tierra los almendros en flor. Y en un diciembre, el 22, parió dos veces: uno un año, otro al siguiente. “--Un año en blanco, y al otro... ¡mellizos!”, contaba entre risa y resignación, como quien se sabe parte de una comedia familiar escrita por la providencia.

En la boda, retratada en sepia, Francisco y Dolores aún no sabían que harían historia por resistencia cotidiana. Al año siguiente, 1976, Cádiz se coronaba como la provincia más fértil de España, con más de 21.000 nacimientos, como si el viento de Levante empujara a nuestros comprovincianos a poblar el mundo. En la capital, se celebraron 1.080 bodas y hubo 208 partos múltiples. También 456 abortos declarados, que en aquellos tiempos se contaban bajito y con la vista en el suelo.

| De la mano de los Reyes de España, Juan Carlos y Sofía, en mayo de 1976, recibiendo el saludo y reconocimiento por el Primer Premio de Natalidad por hijos vivos.

Ese mismo año, los Reyes recién proclamados visitaron Cádiz. En el acto de imposición del alfiler al mérito familiar, a Francisco se le resistía la condecoración. El pincho se dobló, como tantas cosas en su vida, pero el Rey Juan Carlos —ya entrenado en el arte de lo simbólico— dijo: “--Yo no puedo, voy a hacer como si lo clavase para la fotografía y dile a tu señora que te lo ponga”. Y así quedó, clavado en el recuerdo más que en la solapa.

Mientras tanto, en El Puerto, otro escenario del teatro andaluz. El exalcalde Fernando Terry Galarza ocupaba asiento en el banquillo, junto al secretario del Ayuntamiento y el jefe de la Policía Municipal. El juicio, más que por el desenlace, hizo ruido por el quién. Usurpaciones, coacciones, amenazas... palabras grandes que llenaron pasillos y cafés de habladurías. Al final, las imputaciones quedaron en agua de borrajas, pero el eco quedó con la pena de banquillo.

Pero de todo eso, en esa barriada colindante con los pinares junto al Camping, lo que más pesaba seguía siendo el pan. Doce kilos diarios. Y dieciocho bocas. La crónica de una familia como tantas, que se enfrentaban al porvenir sin otra arma que el coraje y la costumbre. Porque la vida, a veces, se resume en que el pan no falte. Aunque lo suban.

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