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Cosas que pasaron en El Puerto (1) #6.328

El sexagenario y el lebrillo

| Texto: Enrique Pérez Fernández | Imágenes generadas con IA a partir de fotografías antiguas.

De cuando en cuando vamos a recoger y comentar hechos y anécdotas que ocurrieron en El Puerto de Santa María en distintas épocas. Como la vida misma, algunos serán jocosos, otros tristes y trágicos, predominando las historias cotidianas y populares, sin faltar las paranormales. Darán pie a presentar escenarios de la ciudad hoy perdidos o muy transformados. Y quizás algunos lectores de Gente del Puerto puedan reconocer los nombres de algún lejano familiar.

Sin más, comenzaremos por un suceso con ribetes cómicos pero que terminó en tragedia. Ocurrió el 18 de julio de 1919 en el Parque Calderón, habitual lugar de paseo y solaz de los portuenses de la época.

Por entonces el mundo seguía con sus cosas… Hacía unos días que concluyó la Primera Guerra Mundial y unos meses que la Unión Soviética invadió Ucrania. Europa seguía en plena pandemia de gripe, que en España causó más de 200.000 víctimas. En El Puerto se dio por terminada en junio. (Gente del Puerto, 4.284) Los afortunados supervivientes pudieron votar (las mujeres no) en las elecciones generales celebradas el 1 de junio, que ganó el PP de entonces contra el PSOE y sus aliados. En fin, todo como siempre.

Contó el referido suceso, al modo de los viejos periodistas, la Revista Portuense: “Anoche a las once llamó la atención de los concurrentes al Parque de Calderón, ver transitar por dicho paseo a un hombre cargando a las espaldas un lebrillo de los de lavar. Dicho individuo, que recorrió con su carga casi todo el paseo central salióse de éste y llegó hasta el cantil del muelle en las proximidades de la escalinata cercana al puente de San Alejandro.

Una familia que paseaba por las inmediaciones al ver que aquel hombre se dirigía en línea recta al río, extrañada por no comprender cuál fuese su intención, pues no se hallaba embarcación alguna en aquel paraje a donde pudiera pretender embarcar, requirióle a dónde marchaba, pero el suicida (¿?) sin contestar palabra arrojóse al agua con lebrillo y todo.

Al darse cuenta del suceso numerosas personas de las que pasaban la velada en aquellos lugares acudieron al sitio del suceso, pretendiendo por los medios factibles de que se disponía salvar la vida de aquel ser. Al efecto arrojósele uno de los salvavidas colocados en el muelle sin que en este desgraciado caso pudiese surtir su destino benéfico, pues el infeliz que permanecía en las aguas sumergióse bajo éstas sin aparecer más.

Se citaban varios nombres de quien pudiera ser el ahogado, sin que se haya llegado a la hora que escribimos estas líneas a poder conseguir saber quién es. Descanse en paz.

A las interrogantes planteadas, respondió el periodista al día siguiente en estos términos, aunque no dejó en claro lo que en verdad pasó:

“El desgraciado individuo ahogado en la noche del viernes, se ha comprobado es uno de los que se mencionaban públicamente. Llamábase José Sierpe González, de edad ya sexagenaria, muy conocido en la localidad, donde residía desde hace buen número de años y en la que ejerció hasta ahora reciente de repartidor de aguas.

Ocurrió el accidente con objeto de hallarse transportando al muelle para embarcarlos con destino a Cádiz, muebles de los que componían su ajuar.

Llevaba dados varios viajes desde su domicilio, Sagasta [Ganado], 15, y en éste último, debido a la falta de vista o a la anómala posición en que caminaba obligado por lo que cargaba sobre sus hombros, hubo de equivocar el camino y creyendo se hallaba más retirado el cantil del muelle, siguió andando hasta que perdiendo pie cayó al agua pereciendo. Descanse en paz el infortunado anciano y reciba su familia nuestro pésame.”

Pero como las desgracias no suelen venir solas, al paso de cuatro días, la noche del 23 de julio de 1919 ocurrió otro suceso similar pero que afortunadamente, por el arrojo y valentía de tres vecinos, acabó bien.

Lo contó así la Revista Portuense: “El niño José Parra Ceballos, estaba jugando en un vapor de los de los señores Millán que se hallaban atracado al muelle de dichos señores, teniendo la desgracia de caer al agua. El guardia Francisco Díaz Toro, al darse cuenta de la ocurrencia, comenzó a dar voces de alarma, atendiendo a las cuales arrojóse al río Antonio Delgado Pupo, el que cogió al niño, pero debido al viento y fuerte oleaje reinante no pudo conseguir extraerlo del agua, viéndose en inminente peligro los dos; visto lo cual por los individuos Joaquín Ponce, Juan Morejo y Antonio Soto, arrojáronse a prestar auxilio, consiguiendo el último de éstos poder coger a nado un bote en el que pudo salvar la vida de los dos que perecían y recoger a los otros que se hallaban en el agua. El niño José Parra y Antonio Delgado fueron conducidos al Hospital en un coche, siendo asistidos convenientemente en dicho establecimiento benéfico, de donde pasaron a su domicilio. Son merecedores de encomiásticos elogios los espontáneos individuos que, con desinteresado desprecio de sus vidas, aprestáronse a salvar las de sus semejantes. ¡Reciban por ello nuestra enhorabuena!

 

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