Artista plástico
| Texto: José María Morillo
Jaime Velázquez Sánchez (1987), es de los portuenses nacidos en Cádiz (aquellos años no teníamos hospital ni paritorio en El Puerto de Santa María). Reside en La Línea de la Concepción, habiéndose consolidado como una de las voces más contundentes y singulares de la pintura contemporánea andaluza. Su obra se nutre de la experiencia vital y de una formación académica rigurosa: licenciado en Bellas Artes por la Facultad Santa Isabel de Hungría de Sevilla (2014), con especialización en Grabado, Serigrafía y Diseño Gráfico, completó su formación con un Máster en Patrimonio, Arqueología e Historia Marítima por la Universidad de Cádiz (2019). Este doble bagaje —plástico y patrimonial— imprime en su trabajo una visión en la que conviven la exigencia técnica y la conciencia histórica.

Su obra, en constante diálogo entre tradición y vanguardia, se caracteriza por la tensión entre lo figurativo y lo abstracto, un espacio donde la memoria colectiva, las tensiones sociales y los imaginarios urbanos encuentran forma plástica. Velázquez obliga al espectador a mirar lo que normalmente evita, situando su pintura como testimonio crítico de nuestro tiempo. En este sentido, su pintura funciona como un archivo emocional de lo colectivo, donde la memoria se revela no como un residuo del pasado, sino como un material vivo y urgente.

Su trayectoria expositiva se inicia en 2018 con Emovere, en la Fine Arts Gallery (Gibraltar), perteneciente al Gobierno gibraltareño. No se trató de un simple debut, sino de un acontecimiento significativo: Velázquez fue el primer artista español en exponer individualmente en aquel espacio, y la muestra vino precedida por la concesión del primer premio en el concurso internacional de Gibraltar ese mismo año.

Al año siguiente participó en la colectiva Ser aquí, organizada por la Diputación de Cádiz bajo la comisaría de María Cristina Sánchez Nieto. Allí compartió espacio con algunos de los nombres más relevantes del panorama contemporáneo, como Fuentesal & Arenillas, Christian Lagata o Silvia Lermo. En ese contexto, Velázquez presentó una selección de obras y dejó su impronta con un mural retratando a Paco Poa, personaje reconocido en El Puerto de Santa María, pieza que permanece hoy en el patrimonio de la Diputación.

En 2022 llegó Bezoar, su segunda individual, celebrada en la Sala Alfonso X El Sabio de El Puerto de Santa María bajo la comisaría de Celia Moro Peruyera. El proyecto supuso un regreso simbólico a la ciudad de su infancia, en una exposición que no solo consolidó su madurez creativa, sino que le permitió dialogar directamente con la comunidad que lo había visto crecer. La itinerancia de Bezoar en 2023 a la galería Manolo Alés, en La Línea de la Concepción, amplió el alcance del proyecto y reforzó la conexión del artista con su entorno inmediato, gracias también a la colaboración de figuras locales como Macarena Alés, Javier Plata o Yeyo Argüez.

El punto de inflexión se produjo el pasado 2024, cuando la galería de arte contemporáneo Isolina Arbulu(Marbella) comenzó a representarlo como artista. Su primera exposición en este espacio, Trascendiendo las sombras, fue recibida como la consagración de un trayecto que había transitado entre la independencia y el esfuerzo personal. La muestra confirmó su proyección profesional y abrió un nuevo ciclo de internacionalización.

Formalmente, su pintura se sitúa en un territorio fronterizo entre abstracción y figuración. Los fondos intensos, degradados cromáticos y geometrías modernas sirven de escenario para objetos y figuras reconocibles, generando un diálogo en tensión constante. La tradición pictórica —con referentes como Velázquez, Goya o El Bosco— convive en su obra con el legado del arte urbano y con influencias contemporáneas como Adrian Ghenie, Justin Mortimer o Paco Pomet. Esta hibridez entre técnicas clásicas y lenguajes urbanos, entre óleo, aerógrafo y spray, define una poética visual que escapa de los compartimentos estancos y que encuentra su fuerza precisamente en la mezcla.
Pero más allá de la técnica, lo que hace singular a Jaime Velázquez es su manera de concebir el arte como resistencia. Cada proyecto es un ejercicio de entrega radical, realizado con la intensidad de quien sabe que el tiempo es finito y que cada obra puede ser la última. El propio artista ha señalado en más de una ocasión que se “aproxima a la creación como un alpinista que escala montañas cada vez más altas: comienza en cumbres modestas, avanza en altura y dificultad, hasta aspirar a los ochomiles”. Esa metáfora resume a la perfección su método de trabajo, basado en el esfuerzo constante, la autocrítica y la ambición de superarse sin perder nunca el vínculo con la raíz.

El portuense Jaime Velázquez Sánchez encarna a una generación de creadores que, sin renunciar a la herencia de los grandes maestros, saben dialogar con lo contemporáneo a través de un lenguaje propio. Su obra, situada en el cruce entre lo íntimo y lo colectivo, entre la memoria y la denuncia, no solo refleja el presente: lo cuestiona. Y en ese gesto crítico, en esa voluntad de hacer visible lo oculto, reside la verdadera fuerza de su pintura.