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Feliche María de la Cerda y Aragón. Una noble portuense en la corte de los Austria #6.348

| Generación de imagen por inteligencia artificial basada en un retrato de Feliche María de la Cerda y Aragón, VII marquesa de Priego (circa 1675).

| Texto: José María Morillo
A mediados del siglo XVII, cuando El Puerto de Santa María bullía de vida entre cargamentos de vino y barcos rumbo a las Indias, nació una niña destinada a moverse en los salones más nobles de la corte. Era el 5 de septiembre de 1657 y la recién nacida recibió el nombre de Feliche María de la Cerda y Aragón.

No era una niña cualquiera. Su cuna estaba rodeada de escudos heráldicos, tapices y títulos que parecían no caber en los registros civiles. Su padre, Juan Francisco de la Cerda, era duque de Medinaceli, de Alcalá de los Gazules y de tantas otras tierras que el protocolo apenas daba abasto para incluirlas. Su madre, Catalina de Aragón y Sandoval, no se quedaba atrás: duquesa de Segorbe, de Cardona, de Lerma… La pequeña Feliche llevaba en la sangre la suma de poderosos linajes que dominaban el mapa nobiliario de España.

Creció entre deberes, ceremonias y rezos, aprendiendo desde muy pronto que su destino no estaba en lo cotidiano, sino en las alianzas que sostenían el frágil equilibrio de la aristocracia. Y así, en el otoño de 1675, bajo los techos del Real Alcázar de Madrid, Feliche dio su mano a Luis Fernández de Córdoba, marqués de Priego y duque de Feria. La boda no fue solo un enlace, sino una estrategia, una jugada maestra que unía las casas de Medinaceli y los Fernández de Córdoba, como piezas del tablero político, reforzando así la red de alianzas que sostenía el entramado nobiliario en la corte de los Austrias.

De aquella unión nacieron varios hijos. Algunos partieron demasiado pronto, como tantos niños en aquellos tiempos, y otros alcanzaron la madurez para llevar sobre sus hombros el peso de sus apellidos. Nicolás, el segundo, sería quien heredase la Casa de Medinaceli tras la muerte sin descendencia de su tío Luis Francisco. Con él, la obra de Feliche y de su linaje quedó asegurada.

La dama portuense falleció en Madrid el 15 de mayo de 1709. Atrás quedaba su paso silencioso por la historia de España: una vida tejida entre alianzas, títulos y herencias. En ella se encarna el papel tantas veces invisible de las mujeres nobles de su tiempo, guardianas discretas de un poder que se transmitía de generación en generación

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