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La viñeta de Alberto Castrelo. Carita de Espuma #6.373

| Viñeta y texto: Alberto Castrelo.
Confieso que tengo una manía. Una malsana -dirían algunos- pero necesaria -digo yo- para sobrevivir al show político. Cada vez que veo a un político dar, regalar o incluso prometer una palmera datilera en pleno invierno, se me activa el radar de la sospecha y me empiezo a rascar la cabeza como mono en época de piojos. Me pasa con los nacionales, los regionales y con los locales. Me pasa con los de la oposición y me pasa hasta con el presidente de mi comunidad.

 

Y es que, amigos portuenses, en este bendito rincón, el Gobierno municipal está que no para. Especialmente la concejalía de Relaciones con la Ciudadanía; un castillo hinchable por aquí, una fiesta de la espuma por allá, un Dj con más decibelios que la megafonía de un crucero en el barrio que menos te esperas, excursiones “gratuitas” … Han convertido a El Puerto en una mezcla entre parque temático acuático itinerante y agencia de viajes low-cost de reconversión pepera. Y oiga, la gente lo goza. Bien que hacen y bien por la concejalía, oigan, las cosas como son. Por lo menos, hacen; que dirán algunos.

 

Ahora, bien: Es la Cara A del casete, la que suena a verano, a despreocupación y a camomila. Pero como bien dice la sabiduría popular --y el instinto de supervivencia del homo portuensis--, cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía.

Esta fiebre repentina por la diversión portátil me recuerda a ese niño que, justo después de liar la matraca, te ofrece su media bolsa de chuches. La pregunta no es si me gustan las chuches, sino: ¿Qué has hecho, vida mía, para estar tan cariñoso? Yo, aunque se obstinen en reproducirme la cara A, busco la cara B del casete.

Créanme, está en la misma cinta. Mientras los pequeños saltan en el colchón de aire o se rebozan en la espuma, uno no puede evitar preguntarse por esos otros asuntos que no salen en las stories de Instagram del Consistorio. Por ejemplo: ¿Será tanta espuma necesaria para lavar la imagen de los macro-chiringuitos que nos convierten el litoral en una pista de rave todos los veranos? ¿Tanto hinchable para disimular que hay barrios donde las farolas parpadean como las luces de Navidad o donde las aceras tienen más baches que un campo de papas? Esto por citar algunos pormenores de la no-gestión.

Que nadie me malinterprete, yo creo que la alegría es necesaria, y el esparcimiento vecinal, fundamental. Por supuesto, aplaudo la iniciativa de llevar vida y actividades a cada rincón (más alegría aún si cada rincón estuviera adecentado para disfrutarlo todo el año).

Pero si para lograr la foto de la felicidad fake en un parque, estamos mirando para otro lado ante otras muchas carencias de la ciudad o si la concejalía de Relaciones con la Ciudadanía con presupuesto festivo se convierte en el comodín para ocultar los despropósitos de otras áreas... apaga y vámonos, o mejor dicho: apagad la música y aclarémonos.

La ciencia ha demostrado que un hinchable es un analgésico social perfecto: Distrae, agrada, no molesta a casi nadie y genera contenido positivo.

Así que, querido lector portuense, disfrute de la espuma, páselo bien con sus hijos y aproveche el castillo. Pero, por favor, hágalo con el oído atento. Sepa que mientras usted ríe, el casete sigue girando. Y cuando termine la Cara A, llegará inevitablemente la Cara B, esa que hay que escuchar con la misma atención, pero con el doble de guasa y el triple de sentido crítico. ¡Que no nos den gato por liebre ni espuma por gestión!

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