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3.629. María Toro. Flautista

Lo del flamenco lo lleva en la sangre. Su familia procede de El Puerto de Santa María y ello constituye el embrión en el afán de María Toro por una música que ha desmenuzado y a la que le ha entregado todos sus esfuerzos y también su indiscutible talento. Las compañías flamencas a las que ha ido acompañando a lo largo de su trayectoria han supuesto, sin duda alguna, una escuela y una experiencia definitivas para consolidar su apuesta por un género musical que ha acabado maridándolo con el jazz.

«Mi música es la suma de todas esas cosas de las que me ido empapando. El flamenco tiene para mí magnetismo. Es una música muy tribal, muy espontánea, muy intuitiva, muy improvisada..., lo que da pie a muchas posibilidades». A su vez, el jazz le ofrecía la posibilidad de explorar nuevas formas de expresión que la música clásica, en la que se había formado, no le permitía.

«Cuando terminé en el Conservatorio tenía muchísima técnica pero no era capaz de tocar nada que no estuviera escrito en una partitura, como si tuviera capada la parte creativa de la música. A llegar a Madrid y ver lo que hacían los músicos de jazz, descubrí que aquella música me ofrecía mucha más libertad y me permitía liberar todo eso que hasta entonces tenía ahí medio obstaculizado, que no era tan hermética como la música clásica.

Al empezar a estudiar jazz, fue como cambiar de profesión porque el planteamiento no tenía nada que ver con el de la clásica, que, por supuesto, también me ha servido de mucho». Toro ciñe flamenco y jazz en una propuesta rica en detalles y matices. «Ambas músicas tienen un punto en el que existe libertad para crear, improvisar, para comunicar desde el escenario. Creo que no es difícil mezclarse porque cuando hay libertad todo es posible», asegura.

| A contraluz, NYC | Foto: Antonio D. Gamboa

‘A contraluz’ supone una referencia exclusiva en la carrera de María Toro. Aunque ya había colaborado con otros músicos y participado en otras empresas musicales, nunca antes había asumido un proyecto propio de estas características.

«La verdad es que fue complicado. Fue una apuesta alta, grabada en Nueva York con músicos que no tenían nada que ver con el flamenco. Fue una experiencia tan difícil como enriquecedora porque suponía una mezcla de culturas y pueblos. La música es siempre música. Y resulta enriquecedor que la toquemos con nuestros propios códigos y lenguajes. Para llegar a un punto común teníamos que tener en la cabeza cosas diferentes para luego poder expresarnos según nuestras perspectivas. Fue una experiencia muy creativa. Lo importante es la libertad. No hay que instruir a los músicos y así el resultado se presenta abierto».

El poeta lo amplificó en su verso: se hace camino al andar. Y María Toro, desde que a los ocho años amarrara la flauta para no soltarla ya nunca más («es como una extensión de mi cuerpo», bromea ella), emprendió una ruta en la que, rondando ya los cuarenta, hoy permanece y durante la que ha ido cultivando su oficio como músico y su devoción por el jazz y el flamenco. Y precisamente ese camino la ha ido trasladando de ciudad en ciudad para dar satisfacción a un periplo vital que ha acabado solapándose con su realidad como artista.

«Todo lo que he ido consiguiendo ha sido a base de muchísimo esfuerzo. No ha sido un camino sencillo. He tenido en todo este tiempo infinidad de experiencias personales y musicales. Han sido años muy intensos, de muchísimas vivencias, muy importantes, que me han fortalecido como persona y como músico», recalca María Toro. Así, su biografía desvela que, original de A Coruña, abandonó su tierra, donde se tituló académicamente, para recalar en Madrid, en cuya Escuela de Música Creativa se aproximó al detalle y la particularidad del jazz, moverse por diferentes puntos de Europa en su afán por perfeccionarse como músico, acompañar a diferentes compañías flamencas por todo el mundo, establecer sus primeros reales en Nueva York, punto de inflexión en una trayectoria llena de méritos, integrarse en Suiza en la compañía Flamencos On Route y posteriormente afincarse en Río de Janeiro, ciudad que abandonó recientemente para regresar a Madrid, donde actualmente anda instalada.

«Siempre he sido inquieta desde pequeña. Me gusta explorar, conocer cosas nuevas, todo me llama mucho la atención...», comenta María. «Desde muy jovencita, cuando estudiaba en Galicia clásico, me daba cuenta de que quería más, de que tenía la necesidad de conocer nuevos estilos de música, de explorar nuevos lenguajes musicales. Gracias a ello empecé a viajar con la música, trayéndome de cada país una experiencia musical y personal, y eso me llenaba, me enriquecía, me daban ganas de volver...». | Texto: Emilio L. Castellanos.

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