¡Qué gran paradoja!Un periódico que se crea para enaltecer al ejército vencedor y al régimen franquista, se convierte en referente para los republicanos andaluces españoles.
Desde muy niño leía ESPAÑA de Tánger en El Puerto de Santa María, como periódico de la tarde, debido al transporte marítimo, primero hasta Algeciras y luego su distribución provincial.
Por entonces, hablo de los primeros años sesenta, lo compraba mi vecino de abajo, una persona cultísima, natural de Badajoz, donde había sido desposeído de su titulación de ingeniero, aunque jamás me lo dijo, sí supe por mi padre que era un represaliado que había pagado cautiverio tras la cruenta contienda civil, condenado a trabajos forzados, construyendo presas y esclusas desde Jaén hasta Sanlúcar y, muchos años después, que lo habían obligado a casarse con una mujer a quien no quería y que ésta, falangista y de muy mal carácter, dependía según informase, su vuelta a prisión. ¡Por supuesto no tenían hijos!
Rafael se llamaba este hombre, desterrado a 200 kilómetros de radio de Badajoz, donde fue oficial republicano, desempeñando un durísimo trabajo de carga y descarga en la boca de los hornos de la fábrica de vidrios VIPA, S.A.
En Cádiz y su provincia se leía el Diario de Cádiz y su Departamento, La Hoja del Lunes para el descanso y en Jerez, el periódico Ayer y también La Hoja del Lunes de Jerez. El Puerto de Santa María sólo tenía un rotativo semanal de 4 páginas, denominado CRUZADOS, que ya su propio nombre indicaba perfectamente su ideología. Hubo un intento fallido a finales de los 60 con un proyecto editorial, sufragado entre todos para un periódico semanal a cuatro tintas de 16 páginas, de excelente tirada y mejores redactores. A cuatro tintas y 7 columnas, lo comprábamos todos a pesar que los sectores reaccionarios se negaban a incluir publicidad en él, desde el momento que se descubrió que no era afín al régimen aunque explícitamente no se decía, esta aventura duró casi tres años. Era tierno comprobar como las mujeres de camino al mercado paraban por la Librería Cortés porque la otra de un tal Jiménez se negaba a venderlo. Las ediciones se agotaban y se podía seguir saliendo a la calle, pero la mano del régimen franquista era larga y se inventaron un escándalo y su director fue desterrado también: ¡Cosas de ese período de nuestra historia reciente tan cruel con los vencidos! Tan cruel, que ni siquiera ahora nos dejan recuperar a nuestros muertos a pesar de que muchos de ellos ya han sido localizados por las cunetas españolas en fosas comunas: ¡España!
La lectura del periódico tangerino (no toda), nos llegaba como brisa fresca africana de libertad. Aprendimos en él a leer entre líneas y a comprender tanto lo que no se decía, como a desconfíar de todo aquello que se resaltaba.
Guardo un grato recuerdo de ese periódico que me pasaba un ingeniero republicano degradado a peón y a esclavo de una mala mujer. Siempre me preguntaba qué me había gustado más y cuando no acertaba, me miraba con sonrisa dulce para comentarme: ¿no se te ha olvidado nada, vuelve a leerlo que hoy sí merece la pena pagar su precio? Nunca nos lo cobró.
No tengo que decir por lo escatólogico, cual era el destino final de estos periódicos que leíamos con fruición todos en la casa, así como que siempre don Rafael, el ingeniero republicano extremeño, nos doblaba cuidadosamente y era mi misión, un niño con 7 años, pasarlo a mi familia también republicana y represaliada, en la persona de mi abuelo paterno, que permaneció en el terrible Penal de El Puerto, desde el 19 de julio de 1936 hasta abril de 1953, naciendo yo en mayo del mismo año y falleciendo él pocos meses después.
A propósito de esto que he escrito, me evoca la letra de la terrible carcelera, género flamenco que al parecer nace en este penal.
¿Adonde va ese barquito
que cruza la mar serena
unos dicen que Almería
y otro que si a Cartagena?
Carcelero, carcelero
tú has tenío la culpita
que pase la noche en vela.
Mejor prefiero estar muerto
que preso pa toa la vía
en este penal de El Puerto.
Puerto de...
Puerto de Santa María.
Afectuosamente,
Texto: Jesús María Serrano