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3.905. Aurora Vargas Vargas. Cantaora oriunda de El Puerto

Mañana martes, el ciclo ‘Flamenco viene del Sur’ en su 22 edición, tiene como invitadas a la cantaora Aurora Vargas y a la bailaora Alba Heredia. Aurora es una sevillana de la Macarena con raíces en El Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda. Gitana y de una hermosura poco común, es de las pocas flamencas de enjundia que van quedando.

Canta y baila desde niña, al ser de una familia de artistas que van desde el legendario Tomás el Nitri hasta la actual María Vargas. Si ahondáramos en su linaje, seguramente llegaríamos hasta El Fillo, tío paterno de Tomás el Nitri. Claro que esto de la estirpe no tendría tanta importancia o no serviría de nada si no fuera porque la cantaora sevillana nació con el duende enredado en su garganta.

Lleva casi sesenta años sintiendo y expresando el cante y el baile, desde que apenas corría. Cuando actuó en la IV Bienal del Flamenco, en 1986, solo la conocían los propios artistas y no todos, pero lo cierto es que ya había cantado en el  ‘Los Canasteros’, el tablao madrileño de Manolo Caracol, y ‘Los Gallos’, de Sevilla.

Alguien que la vio en el local de Caracol me dijo que jamás había visto una belleza gitana como aquella Aurora adolescente que cantaba y bailaba como las viejas gitanas de Cádiz y Triana. Era Juanito Valderrama, una noche que había acudido a proponerle un negocio al genio sevillano. “Tenía una frescura increíble y un compás que embelesaba”, comentó con admiración el jilguero de Torredelcampo.

Aunque estuvo en la compañía de Antonio Gades, Aurora Vargas Vargas se hizo un hueco en los festivales de verano a raíz de su actuación en la citada Bienal y esa fue su mejor etapa artística. Eran los tiempos de Camarón, Chiquetete, Pansequito, la Paquera, Menese, Lebrijano, Fosforito, Manuel Mairena y Manuel Agujetas, entre otros.

| Aurora Vargas y Pansequito | Foto: J.J. Úbeda.

A pesar de la dura competencia, se hizo fuerte y logró convertirse en una de las primeras figuras de los ochenta y los noventa. Ninguna cantaba y bailaba como ella, de una manera, digamos, salvaje, sin academicismos ni imposturas. Su fuerte era la naturalidad, como si estuviera en una fiesta trianera de las que comenzaban por la mañana y duraban dos días. Si en un festival no estaba Aurora, se echaba de menos.

Sevilla se ha ido quedando sin maestros del cante de peso, y también sin maestras. Aurora es la que queda y lo cierto es que apenas está ya en los festivales de verano, que ahora programan con jóvenes que destacan en las redes sociales antes que en los escenarios. Así que cuando se anuncia en algún local es una oportunidad única para poder disfrutar de su pureza gitana, cantando, bailando y hablando.

Porque cuando habla, Aurora tiene más arte aún que cuando canta y baila. No es la clásica flamenca que suelta el discurso de estrella, sino el de una mujer encantadora y de una frescura y espontaneidad que cada día se venden más caras en el arte flamenco. | Texto: Manuel Bohórquez. | Fuente: El Correo de Andalucía.

 

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