Este relato forma parte de un proyecto literario mayor, "En las lindes" que el autor dedica a su hermana Sole, en la imagen superior.
| Texto: Juan Luis Rincón Ares
Sebastián y Piedad se llevaban apenas dos años de edad. Crecían al compás y durante algunos años, para merma del devaluado auto concepto de Sebastián, tuvieron casi la misma estatura y peso. Muy poquito de ambas cosas, es decir.
Fueron compañeros inseparables de mil juegos de patio a pesar de que como hermana pequeña que era, él la hacía rabiar casi continuamente. ¡¡Daktari!!, la pinchaba musicalmente Sebastián llamándola igual que aquel león estrábico de la serie de televisión que solían ver juntos en el primer televisor que llegó a su casa. Ella se enrabietaba y se quejaba a su madre que nunca les hacía el menor caso. Entonces lloraba desconsolada, esmorecía, y escondía la irritación y la vergüenza de su ojo insumiso en ocasiones contra la almohada de última cama de la habitación más interior.