| Texto: Verbigracia García L.
A sus más de noventa años, Purificación Pérez García no ha dejado de ser una presencia viva, cálida y firme entre los muros de las cárceles de El Puerto de Santa María, voluntaria en la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis de Asidonia-Jerez. Nacida en Córdoba en 1933, esta religiosa de la congregación Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús lleva décadas caminando al lado de los olvidados, haciendo de la fe y la ternura un puente entre el encierro físico y la libertad interior.
El suyo no fue un ingreso convencional en la vida religiosa. Aquel día en que salió de casa rumbo al convento, lo hizo sin despedidas, huyendo de la emoción que una ruptura así provocaría en sus padres. Se fue ligera de equipaje, sí, pero cargada de determinación. Dejaba atrás no solo su Córdoba natal, sino también una vida que pudo ser otra: su afición al rejoneo, unos caprichos juveniles importados desde Gibraltar, y un pretendiente perseverante cuya nieta acabaría encontrando a Pura, muchos años después, en un barrio de Sevilla.
Ingresó cruzando el umbral de la clausura como quien se lanza a un viaje sin retorno. Un viaje que, en su caso, no ha terminado. Hoy, la Hermana Puri es mucho más que una voluntaria en la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis de Asidonia-Jerez. Es una institución viviente en Puerto I, Puerto II y Puerto III. Una figura querida y respetada, cuya labor incansable no se detuvo ni siquiera durante la pandemia. En pleno confinamiento, ayudó a confeccionar más de tres mil mascarillas que fueron repartidas entre internos y funcionarios de los centros penitenciarios. Porque cuando se cierran las puertas de la prisión, la Hermana Puri —como repite con convicción— “sigue trabajando”.
Pero su verdadero don no está solo en lo que hace, sino en cómo lo hace. En la forma en que camina por los patios, en su mirada ya debilitada pero luminosa, en esa voz suave que nunca grita pero siempre alcanza. “Los amigos de Pura —como escribió el periodista Francisco Méndez en La Voz del Sur— son los presos, los invisibles que viajan en las oscuras bodegas del barco. Y ella ha descubierto, casi ciega, que es ahí donde el mismísimo patrón de la embarcación se acomoda para hacer el viaje de su vida”.
Para cada hombre y mujer que se cruza con ella tras los barrotes, la Hermana Puri trae un mensaje simple y radical: “Hay alguien que te quiere más que tu padre y tu madre. Ese es Jesús”. Y lo dice desde la entrega absoluta, desde una vida desprendida de lo material, dedicada a la esperanza, a la escucha, al consuelo.
En tiempos donde el compromiso tiende a diluirse entre gestos fugaces, la figura de Purificación Pérez es un recordatorio viviente de que la entrega —la verdadera— no hace ruido, pero deja huella. Y en las cárceles de El Puerto, su huella es profunda. Como un faro que, aunque envejezca, no deja de alumbrar.
Una mujer muy valiente y generosa: abandonó todo confort y comodidad para ayudar a los demás. Somos muy cobardes.