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Un cuento de Navidad para Cándida ‘la Negra’. #6.438

| Cándida ‘La Negra’ en una instantánea por la calle Zarza, --al fondo calle San Juan-- recreada con IA.

| Texto: Francisco Andrés Gallardo

Bueno, no me hagáis caso, pero por lo visto, cada mañana del 25 de diciembre podréis ver a Cándida 'la Negra' pasear por el Barrio Alto, sonriendo y bailando entre villancicos flamencos, regalando caramelos y juguetes a los niños con los que se va encontrando. Los portuenses de buen corazón, quitando el vaho de los cristales de su ventana, dicen que la ven pasar cada Navidad ayudando y dando a los demás, como hizo siempre a lo largo de una vida tan larga: 104 años. Este cuento de Navidad, empieza así: 

En las latas con geranios se refleja la Luna. Crepita la oscuridad con relámpagos anaranjados. En el patio el olor a romero, jazmín y hierbabuena se ahúma con la candela del centro. "--Chavea, cuidaíto, que te vas a quemá", reprende Manuel a un sobrino que se arrima arrecío.

Manuel, gitano juncal pasado de años, de la calle Lechería, Cervantes, de siempre, asomado a la lumbre con una botella de anís que convierte en alegre timbre mientras entona evocando al marinerito Ramiré, con su divina fragata, que allá a lo lejos, navega con la redención de no haber vendido su alma de Dios al diablo. Palmean las hijas, nietas, las comadres. Los compadres fuman y jalean. La mujer, sirviendo café del puchero, entre vasitos aliñados de coñac. La fiesta se extiende, con poco y con todos.

| Una fragata de transporte de esclavos portuguesa que, si bien la esclavitud estaba abolida, se continuaba con tan denigrante práctica en el último tercio del siglo XIX

Hace frío, como aquella noche en la que el navío negrero portugués, llegado desde Cabinda, traía a la costa onubense una remesa de varios cientos de desdichados congoleños de Angola para ser vendidos en algún puerto. El mar hacía zozobrar con maltrato el velero repleto de forzados inmigrantes, fibrosos azabaches ateridos, allá donde el destino, y la buena o mala voluntad, les llevara.

Érase una vez la historia de una niña africana que no tenía más de doce años y medía unos palmos, con más miedo que hambre, que fue salvada de la devastación de aquella tormenta al ser introducida en un tonel donde podía caber su estrechito cuerpo para escapar del frío, las olas y el abismo del océano.

| La capital africana de Angola, Luanda, en 1887. Imagen generada con IA

Una niña desnudita de mirada cándida, ingenua y buenecita hasta decir basta, con un nombre que le acompañaría en sus cimbreos, canasto a cuestas y los ojos tan cansados como la resignación, por las cuestas del Barrio Alto de El Puerto.

La pequeña, dispuesta por unas manos, tal vez de un familiar, que la introdujo en el tonel, pudo sobrevivir mientras los truenos y las voces se ahogaban en el horizonte, en un mar oscuro y roto que se zampaba las almas. La madera aguantó las duras crestas y aquella esclavita, con grilletes en las muñecas, se alejó hasta alcanzar tierra. Hasta varar en la arena del Coto de los Conejos [Valdelagrana] donde quedó varado el tonel. "--¿Qué será de mí?" preguntaba con los ojos aquella niña cándida, mulata, trémula, contemplada por los camaleones agazapados en la retama y los vigilantes cangrejos barriletes saludando con sus pinzas.

| En un tonel llegó Cándida 'La Negra' tras el naufragio del barco negrero, a la playa de Valdelagrana, junto al Coto de los Conejos.

Un piconero en busca de leña y palotes escuchó los lamentos de desesperación de la náufraga, con sus palabras extrañas, pronunciadas a sustitos. Se emocionó al descubrir a esta niña salvada de las aguas del Atlántico, oscurita, con mucha sed y hambre, a la que arropó con su chaqueta y que, a lomos de su burro, llevó hasta su hogar donde El Puerto se empinaba ante el río que cruzaron por el puente de barcas, a la vera de los pilares pétreos que dejaron los romanos.

No hubo una niña más trabajadora y abnegada que la hija del piconero, la de la piel aún más oscura que los tiznones de su bata. Le rondaban los gitanitos y más de un payo. La sacaban a bailar. Le cantaban bulerías y martinetes. El quejío de la fragua cercana, la del Cohete, donde terminaría viviendo. Presumida con sus rizos, subía y bajaba la calle con la mercancía. Sin parar y sin parar de sonreír.

| Una vista de la calle Lechería. Imagen retocada con IA

Con quien la rescató y se crio terminó formando una familia de dos. Ella y el piconero, adoptando a todos los niños de la calle a quienes nunca les faltó un pan con manteca y tortas navideñas cuando aguardaban en el quicio del cuarto del matrimonio.

Cándida lucía las cicatrices de los apretados grilletes en sus brazos de sirvienta leal y discreta, dispuesta a dejar como la patena los suelos y a dejar perfectas para tender en la azotea las sábanas batidas en lavaderos ajenos. Una vida dura, pero libre, al lado de su marido y entre las familias de los arrieros ¿Quién necesita que le cosan, que le barran? Una vida en calderilla de perras chicas. La joven más cándida era por entonces la única mujer negra de El Puerto y con ella su estampa de trabajadora hacendosa, hartita de horas esmeradas y rodeada siempre de niños que se asombraban a su paso ante su piel tan tostada como brillante y esbeltez.

Era cariño y admiración de las familias de la cuesta de la Lechería. La amiga de la mujer del latero, de los niños pastores, de la carbonera, del vaquero, que despachaba de sobra con el vaso escuchando la dulzura de aquella cimbreante africana que se acompasaba por alegrías en las noches estivales de palmeos.

Un mal día el piconero, que era mayor, se murió de algo malo y ella tuvo que empinarse hasta Santa Clara en un funeral que costearon con la ayuda de las casas a las que atendía. Y su solitaria figura siguió trasegando por las aceras, ensortijando los patios con sus atendidas clavellinas y ayudando a quien hiciera falta con toda la generosidad que da no tener nada.

| Una casa de vecinos en la calle Lechería, con Cándida 'La Negra' de espaldas. imagen retocada con IA

Cándida era observación y silencio, sonrisa a quien la miraba bien y temor huidizo de quien podía levantarle la voz. Todavía le resonaban los gritos de los náufragos. Cuando has sobrevivido a lo peor cualquier noche unas poleás en el silencio de la vela parecía un regalo divino.

Años después de morir el piconero apareció aquel señor con bigote y sombrero, con comisuras agrias. Venía en nombre de don Damián a exigir que la familia del latero tenía que abandonar sus alcobas del patio porque no pagaban la renta. Llevaba los papeles y la advertencia de presentarse con dos guindillas para desalojar la casa.

Qué sería de aquella familia, con el frío de la Nochebuena encima, si ahora tenían que marcharse del Barrio Alto. Sus enseres apenas iban a ocupar los lomos del mulo. Y ella, Maruja, tan niña, estaba a punto de dar luz a su primer hijo. Josepe, restañando jarrillos, apenas ganaba unas monedas a la semana para comer y ahora había que guardar algo para la ropita del niño. Sus vecinos, ay, especialmente su vecina de tabique, Cándida, podían tender más de una mano, pero no tendrían el parné que necesitaban para que don Damián no los echara a la calle.

Aquella esclava salvada por un tonel, de paciencia compungida, se encomendó a la morena de su devoción. A María de los Milagros de El Puerto, tan negra como ella. Tan madre de todos. Y sacó aquel coraje de supervivencia de niña salvada para ir de puerta en puerta para suplicar una ayuda para sus vecinos. Por un día la iban a disculpar de sus obligaciones, pero ella iba a ir puesto a puesto por la plaza; calle a calle, de puerta en puerta, de La Burra a La Antigua de Cabo, para que entre todos los vecinos de El Puerto pudieran ayudar a la familia de Josepe, el latero.

| Camarotes de la taberna 'La Burra'. Imagen retocada con IA

Sí. Terminaron presentándose los guindillas, con resignada cara de edicto, entre el barullo de las familias de la casa. En vísperas de Nochebuena la familia tendría que irse.

La voluntariosa Cándida bregó, se topó con más de una ingratitud y más de un rostro esaborío. A cambio le llegaron un puñado de sonrisas en forma de cara real, pero no iba a ser suficiente.

A su lado se fueron sumando los niños del Barrio Alto. "--Venga, chaveas". Se fue juntando una prole, niñas calés de trenzas luminosas, chiquillos morenos brincando, más de un polvorilla tirando de las chaquetas de los transeúntes, pidiendo ayuda para Maruja.  Por el callejón de Espelete, la calle Zarza, Yerba, Santa Fé y la Mazuela, por la Arena y por la calle Conejitos. Y la pandilla junto a Cándida fue aumentando y animando con villancicos las calles del río. Por Pozos Dulces y la Herrería. Por las casas del Castillo, por Bizcocheros. Los sones de los niños guiados por Cándida la Negra y en el cielo de día, la media luna de María Santísima morena.

Entre los pescadores, entre las malleras, entre los tejedores de redes, entre sus iguales, la Negra fue sumando el parné que iba a obrar el milagro.

Corriendo todos en tropel, cuando ya se acercaba la noche, habían reunido el dinero suficiente para entregar a la familia, justo cuando buscaban un cuarto en alguna casa de La Rosa para que Maruja pudiera ser atendida. Josepe pudo pagar aquella noche a don Damián y aún tendría para que su mujer encargara un modesto ajuar para el bebé.

Cándida en el patio de vecinos, celebrando la Navidad |  Imagen generada por IA

A Cándida no le había dado tiempo de comprar nada para la Nochebuena, pero en aquel patio de la empinada Lechería, aquella noche, sobró de todo a la vera de la zambomba, donde los vecinos aportaron todo lo que había en casa. Tinajas de pestiños, malarmaos en salsa y lomos mechados. Y mucho vino de El Puerto para brindar por el niño de Maruja y Josepe, nacido esa Nochebuena, en la misma madrugada que el Niño Dios.

En la feliz mañana de la Navidad, en el patio más dichoso y sandunguero de El Puerto, Cándida salió de la casa con la propina que habían ganado las chiquillas flamencas que le habían acompañado en su cuestación. Cogió la caja de polvorones de Chipiona y varios cartuchos de caramelos de La Argentina y cuando clareaba el día fue por las calles del Barrio Alto anunciando la buena historia cumplida del niño Manuel y contaba cómo los niños y las niñas de su calle le habían ayudado para que no desahuciaran a unos buenos jóvenes gitanos.

| Cándida 'La Negra' en Ultramarinos La Argentina | Imagen generada por IA

Aquella esclava que nunca olvidó de dónde vino y quiénes tuvo siempre a su lado, vivió muchos, muchos años. 104 pone aquí en el periódico. Su vida fue tan larga como su estatura de mujer libre que quiso a El Puerto y a su Madre más que nadie.

Se intoxicó con los humos del picón en una noche muy fría. Bajaron los ángeles para llevarla ante la Virgen de los Milagros y Manuel, entre los villancicos en el patio, recuerda cómo todo el barrio lloró y lloró ante el adiós de Cándida, con su canasto sobre su cadera africana. No cabía un alma más en la iglesia de San Joaquín.

| Cándida 'La Negra', rodeada de niños, por las calles del Barrio Alto | Imagen generada por IA

Bueno, no me hagáis caso, pero por lo visto, cada mañana del 25 de diciembre podréis ver a Cándida la Negra pasear por el Barrio Alto, sonriendo y bailando entre villancicos flamencos, regalando caramelos y juguetes a los niños con los que se va encontrando. Los portuenses de buen corazón, quitando el vaho de los cristales de su ventana, dicen que la ven pasar cada Navidad ayudando y dando a los demás, como hizo siempre a lo largo de una vida tan larga.

No me hagáis caso, pero por lo visto es así.

3 comentarios en “Un cuento de Navidad para Cándida ‘la Negra’. #6.438

  1. juan miguel Fernandez

    Conocí cuando yo tenía 4 o 5 años a Cándida "La Negra". No sabía su historia ni como llegó al Puerto, pero lo único que recuerdo es que me daba miedo el verla y me escondía. Ahora pasado más de 70 años he sabido quién era Cándida y la verdad es que ahora el miedo se ha vuelto admiración. Que Dios la tenga en su gloria juntos a la otra Morenita del Puerto

  2. Alfonso Delgado

    Imaginad: Cándida la Negra murió en 1951.
    Hoy, Navidad de 2025, aquello ocurrió en la España rota de posguerra: la del hambre negra, el silencio y el miedo. La de tantos corazones rotos. ?
    Sobrevivir ya era resistencia.
    Nacida esclava en Luanda (colonia portuguesa), llegó siendo niña en un barco negrero «ya abolida la esclavitud en la Península, pero con la trata ilegal hacia Cuba aún activa y con el beneplácito de poderosos, como la reina regente María Cristina». Las olas la salvaron tras el naufragio en Valdelagrana que el barco iba a puerto onubense.
    Vivió en la fragua del Veneno en una época de precariedad y el fraguero o herrero daba refugio, que después sería conocida como la fragua “del Cohete”, el gitano herrero con cuya familia compartió los últimos años.
    Una historia real de dolor y dignidad.
    De los años 20 a los 50, muchos niños oían: «Duérmete ya, que viene Cándida ‘la Negra’».
    Al crecer, descubrían que era real: una mujer humilde, alta, de negro, con su cesto de picón… una superviviente en su propio pueblo.
    Nunca la olvidemos. ??? Y bendito cuento de navidad.

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