
| Texto: Verbigracia García L.
La Sala de Fiestas El Oasis era el epicentro vibrante de la noche en El Puerto de Santa María en la década de los setenta y ochenta del siglo pasado. Fundada por Víctor Paul, un empresario francés, esta sala avanzó con los tiempos: restaurante, salón de baile y macro-discoteca, todo fusionado en un local que respiraba modernidad y buen gusto.
Durante las décadas de los setenta y ochenta la sala vivió su época dorada. De los inicios de los ayuntamientos democráticos todavía se recuerdan las fiestas de Carnaval allá por los años ochenta, cuando las máscaras y disfraces llenaban la pista junto al estruendo de copas y música, aunque ya el local empezaba a apuntar su declive.
Referentes de aquella sala: Víctor Paul, Rafael, Ramón Flores, y aquel taquillero inolvidable, Manolo Carrillo, cuyo nombre resonaba entre los portuenses con respeto y cariño. La decoración evocaba cierto exotismo, con elementos árabes y neón que anunciaban noches sin rendición, a ritmo de orquestas y disc jockeys pioneros.
Corría 1988 cuando Fernando Córdoba, hijo de Gonzalo —famoso hostelero gaditano— apostó por transformar los salones de El Oasis en un restaurante con alma. Así nació El Faro de El Puerto, un espacio gastronómico de prestigio que combinaba raíces andaluzas con técnicas modernas, siempre con productos de la bahía, su propio huerto, y una filosofía de familia y excelencia
Hoy el restaurante ocupa la finca donde antaño se bailaba. Los jardines y salones amplios palpitan el recuerdo de palmeras de neón, ahora sustituidas por una bodega premiada y mesas de madera. En esa atmósfera particular, clientes y cocineros comparten historias de generaciones que descubrieron el amor, los amigos y el ritmo de una noche mágica.
El Oasis fue una promesa luminosa nacida de los avances y la evolución de los tiempos, un refugio donde latían la juventud, el deseo y el baile. Hoy El Faro escribe su propia crónica: el mismo edificio, distintos objetos, pero la misma vocación de reunir, celebrar y alimentar no solo cuerpos, sino también memorias.
Se decía que el oasis era arrancado de Las Mil y Una Noches; cincuenta años más tarde, el Faro sigue brillando con esa misma nostalgia refrendada por la mesa, el vino y las palomitas de espuma que brotaron de un sueño portuense llamado El Oasis.