El recientemente desaparecido Ussía se declaró hijo de Madrid y nieto de El Puerto

|Texto: Alfonso Ussía y Muñoz Seca
Como hijo de Madrid y nieto del Puerto de Santa María supone para mí un gran honor intervenir en este acto en el que se hermanan, aún más si es posible, los municipios de la capital del Reino de España y de la capital de la luz, del talento, del vino y la sal de la Baja Andalucía.
El motivo no es otro que anunciar la Feria de Primavera y Fiesta del Vino Fino 1998 del Puerto de Santa María, que en esta edición se dedica a Madrid.
De ahí que el primer aviso de la convocatoria, la certificación de esta dedicatoria, se resuma en el cartel anunciador de la Feria, que una vez más es obra del extraordinario artista portuense Juan Lara, prodigioso retratista de las costumbres, la vida, el cuerpo y el alma del Puerto.
Me siento rodeado de amigos, algunos hermanos en el ánimo, venidos del Puerto de Santa María, antiguo de Menesteo, milagro alzado en la agonía del río Guadalete, que es el río del Olvido. Ciudad literaria y luminosa, quizá nacida a la palabra culta desde el castillo de San Marcos habitado por Alfonso X El Sabio.

Ciudad nombrada por Miguel de Cervantes, paseada por Benito Pérez Galdós, cantada por José María Pemán, meditada por Pío Baroja, vivida por Juan Ramón Jiménez y Fernando Villalón, cuna de Pedro Muñoz-Seca y de Rafael Alberti, que hoy se abrazan en apenas una manzana de casas con sus dos fundaciones dedicadas a ellos.
Así, en la dedicatoria de `El Roble de la Jarosa', apasionadamente, como era su derecho y su obligación, que amor sin pasión es dejadez y distancia, Pedro Muñoz-Seca nos describe el Puerto: «Al Puerto de Santa María, el pueblo más bonito de España, donde hay más alegría y más sol, donde viven los viejos de mi alma».
Para Alberti, su ancla perdida en pena en el exilio, la ausencia que le ayudó a escribir sus mejores poemas de melancolía, del mar o de la mar, macho o hembra, del Puerto y su bahía, al fin reencontrados.
Y Pemán, y Juan Ramón, y Villalón, estos dos últimos compañeros de Muñoz-Seca en el colegio de San Luis Gonzaga, vencedores en su literatura de su profesor de gramática, que les decía aquello de: «Niños: sordao, ardaba, barcón y mardita sea tu arma se escriben con `ele'».
El Puerto, en fin, de la palabra y la línea, de la voz y la estética, de los grandes dibujantes del verso y la figura, como este Juan Lara que Dios guarde.
El Puerto del vino fino, milagro de la tierra y de su triángulo luminoso, que nace, crece y madura el mejor fino del mundo, dicho sea, con el permiso de los entrañables hermanos de Jerez, y si me apuran, dicho sea, también sin su permiso, que nos pasamos la vida pidiendo permiso y al final no sirve para nada.
El Puerto, que se muestra en todo el territorio de España desde la grandeza zaína y soberbia que Manolo Prieto diseñó para convertirlo en el Toro de Osborne, una maravilla que ha superado su objetivo primario.
El Puerto de mis amigos, con sus calles blancas y risueñas, su plaza de toros monumental y antigua, sus conventos y palacios, su castillo de San Marcos, su Prioral adorada, su Virgen de los Milagros, su mar que rompe y a la mar vuelve, sus pinares, sus arboledas perdidas y encontradas, su gracia inigualable, su aroma a vino, sus bodegas prodigiosas y centenarias.
…. .... .... .... ....
Tenía razón Muñoz-Seca cuando dijo que era el lugar más bonito de España.
Hoy, desde Madrid, lo ratifico.
Bonito en el cuerpo, bonito en el alma.
Como madrileño-portuense, gracias a sus alcaldes, José María Álvarez del Manzano y Hernán Díaz Cortés, por darme tanto gusto al `body'.
Y brindar con fino, Fino Quinta del milagro, que es oro que entra y no hace perder la cabeza en tonterías.
