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merengue_puertosantamariaHace unos días en Diario de Cádiz se publicaba la noticia de que se impondría la multa de noventa euros (14.975 pesetas, dicho en cristiano, o 15.000, redondeando), a quienes jugaran a la pelota en la playa e incluso se les incautarían las pelotas. Tamaña medida coercitiva no es nueva, sino bien antigua, aunque, dicha sea la verdad, nunca se ha respetado, ni espero que se respete. No es que yo esté llamando a la desobediencia civil, que a lo mejor lo estoy, pero es que ésto de jugar a la pelota en la playa es beneficioso para la salud del alma y del cuerpo y cantera de gentes que así empezaron, como el mundialista portuense Joaquín. Y, fíjense, adonde ha llegado.

La cosa es que  --se argumenta-- fastidia a los bañistas. Y este hipotético fastidio es bucólico y hasta poético y ha sido inspirador incluso de canciones. Así el cantautor catalán Joan Manuel Serrat, exclama en uno de sus más exquisitos logros: «--Niño, deja de joder con la pelota...», que es todo un tierno "verso-escena". Yo no es que  esté llamando, repito, a la desobediencia civil; es que voy a dar la receta para que  quede totalmente impune la supuesta falta de jugar a la pelota en la playa.

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Merengue, a la derecha, con los hijos de Isabel Merello y Fernando Terry del Cuvillo, en la boda de Milagros Terry, en la Puerta del Sol de la Prioral. El pequeño que aparece a la izquierda es Tomás Terry Merello y el que está a la derecha es Fernando Terry Merello. Década de los cincuenta del siglo pasado. (Foto: Juan Bottaro Palmer. Colección: José Antonio Castro Cortegana).

Si yo le hablo a Vd. de don Jesús Navarrete Cordón, Vd., aunque no sea un "paracaidista", tampoco sabrá de quién estoy hablando. Pero si le digo que me estoy refiriendo a "Merengue", el provecto, ínclito y preclaro guardia de la porra de nuestra ya lejana niñez, junto con Pacuqui, Saborido, Salas, Rafael Camacho, el cabo Penita..., todos bajo el mando del comandante don Tomás Peral, ya barruntará de quién se trata o preguntará Vd. por la persona a la que me estoy refiriendo y le darán detallada y exacta cuenta y razón. Pues bien, "Merengue", el guardia, tenía, además de frenillo, media lengua.

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Niños jugando en la Playa de La Colorá y  a continuación 'El Aculadero', sin construir aún el Paseo Marítimo ni Puerto Sherry.

Cuando nos poníamos a jugar a la pelota, en la orilla de la playa, enseguida aparecía "Merengue", lo dejábamos acercar y, cuando estaba a tiro de piedra, nos tirábamos todos al agua, con la pelota. Desde el agua lo instábamos inmisericordemente a que nos cogiera y el buen "Merengue", uniformado de blanco, con correaje, porra y casco, en la orilla, haciendo como que escribía en una libreta, espetaba, amenazante, en su media lengua: «-- Utede orré, que ontra má orrái, má orre el lapi; e lo onosco a too utede y a zuz [p]adre».
Y, al final, nada, que no se metía "Merengue" en el agua a cogernos; que no nos conocía; que todo era un farol.

granjalamisericordia_puertosantamariaCuando yo era chico, más abajo de “Las Columnas” y más arriba de la Farmacia de Manolo Hörh, en la calle Luna, hubo una lechería, propiedad de Doña Amparo Osborne  Vázquez, Duquesa Viuda de San Fernando de Quiroga, donde se vendían los productos de la Granja de la Misericordia, finca de la Duquesa, en el camino de Fuenterrabía, camino de Mazantini, que se llamaba y, luego carretera de Fuentebravía, a la salida de Vista Hermosa. Dos veces al día, el vaquero, que era vasco, aprovisionaba la tienda de leche y huevos, así que no era raro ver el carro de la Granja, tirado por un caballo, estacionado junto a la acera, en la calle Luna.  A mí me impresionaba la gran cabeza de gallo que estaba pintada en la fachada de la lechería, que se repetía dentro, en la pared del fondo.  Y recuerdo al vaquero trasegando jarras de leche a unos enormes depósitos de donde, en medidas, se sacaba para su venta al por menor. Recuerdo al vaquero bajando del carro  unos enormes canastos, con paja y virutas en que transportaba los huevos.  Recuerdo al caballo, enganchado al carro, parado, quieto, inmóvil, atado  por el ramal de la marteguilla a la argolla que había en el alisar de la acera.

Lo cierto es que el caballo, como todo ser viviente, no era espíritu glorioso y tenía sus necesidades perentorias. Es decir que estercolaba y  orinaba. Todo eso estaba prohibido por un bando de la Alcaldía, pero más que nada, lo que estaba sancionado era dejar los excrementos, sin recoger, en la calle. Para los transgresores desconocidos, los basureros disponían en sus carritos de una espuerta con dos mediopuntos de lata e, inmediatamente, hacían desaparecer lo que las entrañas de los semovientes producían.

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Un borrico de reparto, con su conductor, en una vivienda de la calle Nevería. A mitad de la calle, a la izquierda, el Bar Apolo.

Estoy divagando, pero debo recordar que Don Jesús Navarrete Cordón, o sea el guardia de la porra “Merengue”, tenía media lengua, además de frenillo, era duro de oído y sucintamente versado en  escritura. Ocurrió que el caballo del carro del vaquero de la Duquesa estercoló en plena calle Luna y  “Merengue”, que lo venía observando desde hacía algún tiempo, lo cogió in fraganti.  “Merengue”, de verdad, le tenía ganas al vaquero, porque todos los días, dos veces,  dejaba el “presente” del caballo y se largaba.

Así es que, diligente y altivo, libreta en mano, se dirigió al vaquero para sancionarle: «-- ¡Oia, oia,  oia!  ¿U ombre?», dijo en su media lengua. Y el vaquero le dijo el nombre de corrido, como que se lo conocía de toda la vida: «--Cecilio Procopio Zunzunegui Aguirreberricoechea». «--¿Omo?» , requirió “Merengue”. «–Cecilio Procopio Zunzunegui  Aguirreberricoechea», volvió a responder el vaquero. «–Ma epacio, e no oy ua máguina»,  apostilló “Merengue”.
«--Ce-ci-li-o-pro-co-pi-o-zun-zu-ne-gui-a-gui-rre-be-rri-co-e-che-a», recalcó el vaquero». «--Ueno, e no uelva a ourrí»», resolvió de plano “Merengue”, como quien acababa de conceder un gracioso indulto. Y, metiéndose en el bolsillo de la guerrera la libreta, bien a su pesar, “fuese y no hubo nada». (Texto: Luis Suárez Ávila).

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