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3.972. Julio Joaquín. Un portuense en la Inopia (II)

(Continuación) He visto la reportera de La Sexta entre las basuras de El Puerto y me ha dado vergüenza ver a García Ferreras taparse la nariz, porque le llegaba la peste hasta Al rojo vivo. "Ni en aquella convención de Podemos olía así", decía el gachó tirándose por la mesa. Eduardo Inda se ha desmayado. En la Inopia todo está limpio y a los portuenses que vivimos aquí nos indigna que nuestra bella Ciudad sea conocida sólo por malas noticias y pestes varias.
La peste de los contenedores de El Puerto me recuerda la de mi compañero de pupitre en El Hospitalito, ‘el Fatiguita’, que prometió no lavarse mientras no se construyera el puente sobre el Guadalete. "Fatiguita, har er favó de pasarte la esponjita por detrás de la oreja", le decía Alfredo Bootello cuando nos daba clase de tauromaquia silvestre. ‘El Fatiguita’ se murió de asco pero estaría en la gloria si se pasara ahora por la esquina de la barriada Luis Caballero con la Venta El Leñazo, a la vera de El Hostión.

El alcalde sonríe mucho aunque no recojan las bolsas de basura, lo que demuestra que está en contacto con la Inopia. Debería inspirarse en las pinturas naif de Manolo Bejarano (canta, pinta, torea y recita de salón), y en sus versiones de la Gioconda.

Siguiendo con mis recuerdos infantiles, a mí me gustaba jugar en las plazoletas de Malacara porque era en el único sitio donde quedaba mejorada mi habitual fealdad. Los niños de El Puerto de Santa María jugábamos en los descampados decapitando escarabajos y destripando lagartijas, costumbres que desde que Juan Clavero se asomó por el instituto de la Victoria, defendiendo a los camaleones y a las oropéndolas, ya no fue lo mismo. Otro de los sitios donde jugábamos los niños era por las escombreras de La Gobernaora, el lugar donde vivía mi abuela, que mandaba a todo el mundo. La cantidad de colacados y bocaíllos que me jincado jugando al trompo con el Muñoli en la Rotonda del Magisterio. En la Inopia tenemos estadios para jugar al boli y Campeonato Mundial del Salto Múa, porque aquí cuidan las costumbres, no como en esa Ciudad verbenera nuestra.

Ya de mayorcito iba a Malacara y me paraba en la peña Los Bolaos, formada por aspirantes de la NASA. Esta peña le daba alas a todo el mundo, como cuando compraron el manto de la Patrona. En Los Bolaos tiraban alto, porque eran muy amigüitos del alcalde.

Me sobran anécdotas de mi estancia en el colegio del Hospitalito, donde se operaba con gran facilidad. Os adelanto que yo estudié Formación Profesional en el Santo Domingo. En el instituto laboral hice un módulo de preparación para directivos y concejales que hacíamos no en pupitres, sino en sofás, en honor a los santos domingos. Yo santifiqué las fiestas y en cuatro años no hice ni el huevo. En el Santo Domingo todos eran muy religiosos. Peter Asta era un cura inglés de vocación agustina que vendía lotería y en cuanto podía, te tocaba. En la adolescencia era cuando más suerte he tenido en mi vida: siempre me estaba tocando. En las rifas. ¡Ay, qué recuerdos más bonitos!. El obispo de Calahorra nos enseñaba como si fuéramos unos calagurritanos mas, a no doblar el espinazo y el arzobispo de Pujerra  impartía clases de electricidad estática.

Otro día que tenga más mala leche seguiré contando mis opiniones malajes sobre El Puerto de Santa María, siguiendo esta ancestral costumbre de tirar por tierra todo lo nuestro --aunque sea desde la Inopia, capital de este país para comérselo--, ahora debo escribir mi columna de pensamientos sesudos para el perfil de feisbu de El Espejo de la Inopia, que tiene a 35 suscriptores. Ya me siento como Cebrián. El de El País, no el del Blanco y Negro. (continuará).

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