Juan Antonio Maldonado Gordon , como así lo bautizaron hace 78 años, pertenece a una conocida familia ecuestre jerezana y es nieto, padre, hermano y tío de grandes jinetes.
A las once de la mañana de cada día, Oñete llega a la cuadra de Vistahermosa desayunado y preparado para hacer su entrenamiento diario. Una horita, o dos, es suficiente para mantener el esqueleto engrasado. «--Cuando estoy sobre el caballo no me duele nada», sostiene. Previamente le ha robado un pitillo a uno de sus amigos del club. «--Si me fumo el cigarro y luego monto un rato, alivio la conciencia». Oñete es una malva pie a tierra, pero sobre su montura se calienta. «--A mí me gustan los caballos un poquito peleones». ‘Hugo’ es un ejemplar de quince años, guapo, castrado y retirado de la disciplina de salto. Quince años es una buena edad para un caballo. En teoría, a estas alturas de la vida equina uno se vuelve pacífico, pero Hugo no. Su sangre le delata y mantiene el vigor de los cinco años. Así que la mezcla a Oñete le entusiasma. «--Es fuerte y eso me gusta».
Aún así, las cosas han cambiado. Hace dos años, Oñete sufrió una caída saltando una mesa estática de los merenderos del pinar de La Puntilla, en El Puerto, que le hizo plantearse seriamente las cosas a caballo. «Tuve que sopesar si seguía saltando o seguía montando sin asumir riesgos. Si a estas alturas me rompo una pierna por caerme saltando tendría que estar cinco o seis meses en reposo. Y esto a mi edad supondría una retirada forzosa. Así que decidí no volver a saltar y seguir montando».
Será por saltos… Oñete Maldonado lleva toda una vida dedicado a su familia, al trabajo y a su gran pasión: los caballos. Todo empezó a los cuatro años, cuando su abuelo materno, Rafael Gordon Dávila, le introdujo en el adictivo mundo de los caballos. Corría el año 1936, así que la familia decidió que Jerez era un buen sitio para vivir. Al poco tiempo, Salvador Correro, un conocido personaje dentro del mundo de las carreras de caballos, se hizo cargo de la enseñanza ecuestre de los hermanos Maldonado. El tiempo pasó y Oñete se convirtió en un apuesto jovencito.
Juan Antonio Maldonado, cuando era Director Gerente de la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre de Jerez, a finales del siglo pasado.
El traslado a Madrid para continuar sus estudios era un hecho, así que debía buscarse la manera de seguir disfrutando del trote y del galope de los caballos. Continuó montando en el Club de Campo y, posteriormente, cuando se trasladó a Pamplona, consiguió hacerse un hueco en los establos militares. «Había oficiales del Ejército que tenían adjudicados caballos de salto pero cuando por razones de sus servicios no podían trabajar los caballos, lo hacía yo. Gracias a ese acuerdo no dejé la afición», recuerda.
De una u otra forma, Oñete siempre ha estado ligado a los caballos. Después de su periplo por España, volvió a Jerez, a casa. Entonces su familia vivía en lo que hoy es Hipercor, un fabuloso campo lleno de caballos y de pistas para galopar. Los hermanos Maldonado trasladaron su afición a Chapín, hasta que Alejandro se hizo cargo del Club Hípico Vistahermosa. Oñete se fue con él y con sus caballos. Y allí continúa. Por sus cuadras han pasado ejemplares como ‘Chambra’, ‘Azulín’, ‘Verbena’, ‘Maravilloso’, ‘Urogallo’, ‘The Croft’ y ‘Hugo’, que es el que monta actualmente.
A pesar de que nunca ha sido un jinete profesional, Oñete ha practicado la equitación a un altísimo nivel. No es capaz de ordenar por importancia sus disciplinas favoritas: el polo, el raid, el salto, el concurso completo… «--Nunca he sido un asiduo concursante, por eso me considero un jinete malo, pero eso no me impide disfrutar de este deporte al máximo», resalta.
Oñete ya está pensando en buscar un sustituto a su actual caballo. Dice que la vida deportiva de un caballo son diez años y ‘Hugo’ ya tiene quince. «--Voy a necesitar otro…». Sea cual sea su caballo, Oñete seguirá disfrutando de su gran pasión «mientras Dios quiera». Y Carlos, su gran mozo, seguirá haciendo posible que su afición continúe.
Carlos es un buen mozo, siempre lo ha sido. Él es el primero que llega a las exclusivas instalaciones hípicas del Club Vistahermosa, en El Puerto de Santa María, y normalmente el último que se va del día. En las veteranas cuadras pocas cosas han cambiado; es como si por sus paredes no pasara el tiempo. Carlos, con el pelo canoso, sigue acarreando heno en su tractor, sigue regando el patio de cuadras y sigue manteniendo el respeto y la distancia con los jinetes socios del club. /En la imagen, la Casa Grande de Vistahermosa.
Aurelio, con tres hijos ya criados, no ha perdido el tiempo ni la afición. Él es el profesor y director de una escuela que sigue dando campeones a la disciplina de saltos. Macarena es una mujer particular. Ella es una madrileña afincada en El Puerto desde hace décadas. Varios de sus hijos son grandes aficionados a los caballos pero cada uno anda buscándose la vida en ciudades más prósperas desde hace años, así que ella sigue yendo a la cuadra a ver a sus amigos de toda la vida. De este modo, parece que nada cambia, que todo sigue igual. Y Oñete es el jinete veterano del club, «Don Antonio», como le sigue llamando Carlos. (Texto: Raquel Benjumeda).