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4.426.  Don Juan Carlos y Doña Sofía: los Reyes de El Puerto

En abril, en plena pandemia y confinamiento, se cumplían cuarenta y cuatro años de la primera visita a nuestra Ciudad de los entonces flamantes monarcas de una España ilusionada y rejuvenecida, Don Juan Carlos de Borbón y Doña Sofía de Grecia. Era la tarde del jueves 1 de abril de 1976. Amplio reportaje fotográfico en el interior con textos de Ángel Mendoza.

“La maestra nos dijo que esa tarde saldríamos más temprano porque venían los Reyes y había que ir a verlos. Una compañera preguntó que si eran reyes como los de los cuentos, y todas nos partimos de risa. Otra aseguró que iban vestidos igual que los de las barajas de cartas, entonces la maestrea nos mandó callar, muy enfadada por el alboroto, y media hora después estaban nuestras madres esperándonos en la puerta para acudir a la cita con don Juan Carlos y doña Sofía”. 

El recuerdo de aquel primer día de abril de 1976 es de Ana, que ahora frisa la cincuentena, pero que entonces era una alumna de la primera etapa de Educación General Básica en uno de los nuevos centros escolares construidos en la Zona Sur del Puerto con planos basados en los principios pedagógicos de la valiente Ley General de Educación debida al ministro Villar Palasí, quien se trajo para su elaboración a expertos europeos y criticó ferozmente los principios educativos del régimen. El ocaso del Franquismo había empezado con osadías como la de ese ministro tecnócrata: antes de la muerte oficial del Caudillo.  

El entusiasmo de todo un país por la presencia de aquellos dos lampiños reyes en calles, avenidas y fábricas sólo se explica por los cambios sociales que fueron aflorando, siquiera tímidamente, desde mediados de la década de los sesenta. “Mi madre nos puso elegantísimas a mi hermana y a mí, y allá que nos fuimos a la Plaza de los Jazmines. Como ninguna de las tres éramos especialmente gruesas nos pudimos colar entre la marabunta que se agolpaba en la Avenida de la Estación, en la Victoria, sobre las tapias de los jardines de Terry y por la azotea de la bodega de González Byass. Yo no había visto más personas juntas en toda mi vida”.

La visita se inscribía en el espíritu de apertura de una corona que necesitaba acercarse al pueblo y que el pueblo la reconociese como algo suyo; en febrero, los Reyes habían viajado a Cataluña y ese mismo año también vivirían un intenso periplo internacional con destinos en la República Dominicana, Estados Unidos y Francia. La presencia en El Puerto fue, según la prensa de la época, un empeño del propio monarca, que había manifestado “personalmente su deseo de tener un contacto con los portuenses”.  Lo de “contacto” no era un sustantivo de uso gratuito, porque a aquella estresante jornada era imposible sacarle más partido. 

A las once habían llegado al puerto de Algeciras para, una hora después, ser recibidos en el ayuntamiento de esa localidad. A la una aterrizaron en helicóptero en Arcos, en cuyo vistoso parador almorzaron; a las cuatro y media de la tarde, cita en los Astilleros de Puerto Real, y, una hora después, homenaje popular por todo lo alto en Cádiz, con los egregios saludos de Pemán y del Almirante Cervera. A las siete y media serían agasajados en la plaza jerezana del Arenal antes de su regreso a Sevilla, pero previa a su parada en Jerez quisieron sentir el aplauso de los paisanos de Rafael Alberti, el poeta comunista a quien recibirían un año después en la embajada de España ante la Santa Sede y al que pedirían su retorno definitivo a un país que ya no se parecía al toro de sombras que un día abandonó el Marinero en Tierra por la costa levantina. 

El programa de actos portuense lo publicó esa mañana La Voz del Sur: entrada en nuestra Ciudad por la avenida Valentín Galarza, frente a la Estación de ferrocarril, seguir hasta la plaza de los Jazmines o del General Varela, delante del Corazón de Jesús, donde serán cumplimentados por las autoridades locales y recibirán el apoyo de un pueblo que vibra ya de entusiasmo ante ese gesto de los Reyes de detenerse aquí unos instantes.    

Aparecieron, no muy puntuales, en un descapotable desde el que saludaban con la sonrisa de ese proyecto de país moderno para el que aún faltaba tanto; todavía no hacía ni medio año que la había espichado el Generalísimo y aún quedaban dos meses para el nombramiento como presidente de Adolfo Suárez y más de siete antes de la aprobación de la Ley de Reforma Política. Ana se acuerda de que también hubo leña dialéctica contra los recién llegados: “La gente igual les llamaba guapos que se inventaban rimas irónicas como esa de Juan Carlos, Sofía, la olla está vacía”. Al espontáneo pareado no le faltaba razón porque en ese 1976 dijo aquí estoy yo la Crisis del petróleo –provocada por el aumento espectacular de los precios del crudo-, el paro rondó el millón de personas y la inflación fue escalando, como lo hacía en la realidad Pérez de Tudela, hasta que el ministro Fuentes Quintana se inventó año y medio después, a Dios gracias, aquello de los Pactos de la Moncloa. 

En un podium instalado para la ocasión los esperaba la corporación municipal capitaneados por Manuel Martínez Alfonso, seguramente el alcalde más popular del posfranquismo. Unas niñas, que hoy son respetables señoras como Ana, entregaron a aquella pareja de reyes, puede que un poco de cuento pero sin cetro ni capa de armiño, vistosos ramos de flores ante la mirada de un montón de gente con más esperanzas en el futuro que malabarismos para llegar a fin de mes.

Plantas hubo también en la ampulosa llamada que desde las páginas del Diario hizo Martínez Alfonso para recibir a don Juan Carlos y Doña Sofía: “Portuenses, que la belleza de nuestros jardines de la Victoria enmudezcan de asombro ante el clamor popular de vuestra acogida. Que vuestro aplauso andaluz --¡qué bien sabéis batir las palmas!-- abra en flor la sonrisa de nuestra reina y asegure la confianza en su pueblo de nuestro rey”. | Texto: Ángel Mendoza. | Fotos: Rafa. Archivo Municipal.

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