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4.579. La historia de la fotografía portuense. Suárez Ávila prologa el libro de J.A. Tejero

| Luis Suárez visto por la cámara de José Antonio Tejero.

El colaborador de Gente del Puerto, Luis Suárez Ávila ha presentado el libro de José Antonio Tejero Lanzarote ‘La luz también oscurece(a la venta en las librerías de el Puerto de Santa María), donde describe con sus recuerdos, ‘la sorpresa sobre la admiración, la maravilla, el pasmo y el sobresalto’, y es que “Presentar un libro es siempre una tarea gratificante. Sobre todo para el autor que ve colmada su obra y la pone al alcance del público, con la apetencia de que la lea, la comente y la difunda. Pero cuando el libro es de un tema virgen, como este, que trata, por primera vez, de la historia de la fotografía en El Puerto, va uno de sorpresa en sorpresa, mientras lo lee.

4.562. José Antonio Tejero Lanzarote. Esta noche presenta su libro ‘La luz también oscurece’

Está muy bien escrito. José Antonio Tejero, siempre lo digo, escribe con donosura y su prosa es una prosa enamorada con el arte, que no sólo inquiere y desentraña, sino que practica.

Digo que, en la lectura del libro, va uno de sorpresa en sorpresa. La historia de la fotografía es la de las sorpresas, la del desconcierto, la admiración, el estupor, las maravillas, el pasmo y el sobresalto.

Ingenuamente, mis compañeros y yo nos sorprendíamos, por ejemplo, en el Colegio de los Maristas de Bonanza, cuando, entornadas las contraventanas, por las rendijas, veíamos, en el techo, la entrada de los barcos por el Guadalquivir, a la gente descargando la pesca, a los carros con el pescado, a la gente en movimiento. Y no sabíamos que ya, en el XVIII estuvieron de moda los cosmoramas, o la linterna mágica. Y también los dioramas, las fantasmagorías o los mundonuevos. Pero para nosotros fue una sorpresa.

Cuando yo era pequeño, mi abuela Aurora y Candelaria Leal, cada una por su lado, me contaban que, de niñas, contemplaron, en la calle Santa Clara, el fenómeno de Almendritas. Resultó que Manuel Almendritas, era un viejo asmático que, por su dolencia, no podía ni acostarse en la cama. Durante años y años estuvo sentado en un cierro alto de su casa, aspirando continuamente cocimientos de hierbas y vapores, que lo dejaron finalmente impreso en un cristal del cierro. Y muerto Almendritas, siguió impreso en el cristal. Todo el mundo, me relataban, iba a ver a Almendritas y la familia tuvo que quitar el cristal y sustituirlo por otro. Pero quedó en boca de todos el dicho de que “Te vas a quedar como Almendritas” a quien estaba mucho tiempo parado en un mismo sitio. 

1.667. MANUEL ALMENDRA PERIÁÑEZ. ‘Almendrita’: Un fantasma en Santa Clara.

Pues bien, la impresión del retrato de Almendritas en el cristal, es otra sorpresa, tal cual la de Niépce y Daguerre, cuando se vieron sorprendidos en 1826 con aquella imperfecta fotografía de la “vista desde la ventana”. Y experimentando y experimentando, sorpresa, tras sorpresa, Daguerre terminó por difundir su procedimiento de fijar imágenes en 1839, que se conoció como daguerrotipo.

Pero el daguerrotipo no permitía multiplicar las imágenes, esto es hacer copias, y sorpresa, tras sorpresa, fueron hallándose el negativo en papel o en vidrio al colodión, reduciéndose el tiempo de exposición a varios segundos y mejorando en la nitidez.

No es mi misión, en este acto, hacer historia de la fotografía, que ya está hecha en el libro que presento. En el libro se hace historia y se publica una galería de imágenes. A mí , que soy un amante de la fotografía, pero que no la practico, siempre me ha seducido el que las fotografías me hablen. Quiero decir que me digan algo, o que yo las relacione con algo.

A ustedes, aunque aún no han visto el libro, les adelantaré que las fotografías me han sorprendido y me sugieren algo tangencial y para mi llamativo. Por ejemplo la del Conde Lipa, me sugiere, algo tan distante y tan distinto como a José Luis Benjumeda Molleda “el Neno”, Marqués de Pezagua, de pega.

O la fotografía de la bodega de Mora, de Rocafull, que me evocan a aquel director de la Banda Municipal del que se decía que “ahí viene Rocafull perseguido por su banda”, o que se llamaba “roca por el padre y Fu por la música”, haciendo un ademán de soplar.

Así, la del niño tirándose al Guadalete, desde el puente de San Alejandro, me recuerda el poema de José Luis Tejada “el niño del marinero”; o la de los salineros con sus grandes rastrillos de majagua, los versos de Fernando Villalón:

En las salinas del Puerto
Se encarga a los salineros
las garrochas de majagua
que gastan los mozos buenos.

O la del toro del aguardiente me recuerda, aquella historia que contaban mi abuela Aurora y Doña Consuelo Máiquez, abuela de mis amigos los García Máiquez, de un tal Alejo, aquel que a finales del siglo XIX, fue muerto por el toro del aguardiente en la puerta del Bar Apolo en la calle Palacios.

O las de Jean Laurent, me recuerdan al ascensor del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, quinta planta, donde conocí al Director de la Fototeca Nacional, donde está toda su colección en el archivo Ruiz Vernacci.

Y la del puente colgante sobre el Guadalete, la lápida que hay en el Patio de la Prioral, donde se recuerda a las 111 víctimas, allí enterradas, del día de la inauguración del anterior puente colgante, incluido clero, autoridades y pueblo llano, cuando la tabla del puente cedió y todos cayeron al agua.

O la de Ramón Masats, en la calle de la Misericordia, con aquel hombrón transportando en la cabeza una espuerta, las niñas del colegio de las Esclavas y un intuido carrillo de chucherías de el Chato Paterna, donde yo compraba aquellos adolecentes Chesters de contrabando o las pipas de girasol tostadas cuando iba al Cine Macario.

O a los García de Quirós, en el Rancho Pernita, aventando garbanzos, en la fotografía de la portada.

O la de las muchachas sentadas en un tronco, en que está en centro la madre de los Estéban Poullet, y las hermanas del Quico, que entolaban mantillas, o a Gumersinda “Sindita” propietaria del Colegio Nuestra Señora de Guadalupe.

Me encanta adivinar a los retratados y acertar. En la fotografía de los niños de primera comunión, están a la izquierda Luis y a la derecha Francisco, los hijos del Quico. O acordarme de “El Patillas” policía que detuvo al Arropiero y recordar al entrañable Don Conrado Gallardo Roch, a quien nombraron Juez especial para toda España, con motivo de los crímenes de ese sujeto.

O a Alberto Shommer, en el retrato de Alberti, de la serie “Máscaras”, que me recuerda a cómo en el año 14, Carmen Garrido me coló por la cara en el Museo del Prado para ver la exposición, sin guardar cola.

O a Merengue, el guardia municipal, con media lengua, al ver la foto de su nieto en el Reñidero de pollos. O al toro de Manolo Prieto cuando veo a Félix Tejada Prieto con sus hijos en el taller donde se fabricaron esas carátulas imponentes de la españolidad.

O las cuevas cantera de la Sierra, monumentales, adonde yo iba muy joven con Javier Renedo y con Faelo Poullet y, luego, han sido motivo de admiración y conversación de todo el mundo.

O el retrato de Jorge Roa y Fito Carreto, que me trae a la memoria el pie de foto del Diario de Cádiz, cuando se halló un feto en la orilla de Valdelagrana: “Foto del feto. Foto Fito”.

La de Juan y Pepe los del vapor, los días de levante, en los que la sirena del Adriano se oía en la mismísima calle San Juan.

La de Estudio Garpre, el recuerdo de doña Presentación, con su pincel de pluma de palometa retocando fotografías, y la llegada extemporánea del fotoshop; o la de Cinefot, en que veo el calvario de los autónomos en estos tiempos de pandemia.

La reproducción de los carnets de fotógrafos, me recuerda a los sindicatos verticales de artistas, que se examinaban ante un jurado, en el Teatro San Fernando de Sevilla, para obtener la acreditación de que cantaban, bailaban o tocaban la guitarra aceptablemente.

Ver las fotografías siempre sorprende. Descubres en el ellas la evocación de algo, encuentras personas a quienes acaso has conocido o identificas. Es el memento de la memoria. Por eso mismo abundaron las fotografías “post mortem”, en tiempos de una gran mortandad infantil, con aquellos niños, con el bautismo de “socorro”, vestidos con naguados de cristianar, muertos, en brazos de sus madres, o puestos en una cuna, retratados por primera y por última vez, para que quedara recuerdo de su fugaz existencia.

O contemplar antiguas fotografías de las calles y las casas de El Puerto y reconcomerse uno con la memoria de los malísimos alcaldes que hemos tenido y maldecir a los derribistas, promotores y especuladores sin entrañas. O ver costumbres, prácticas y actitudes hoy perdidas, objetos artísticos expoliados y mostrar nuestro agradecimiento a quienes los captaron para perpetua memoria y sorpresa nuestra.

La fotografía es el resultado de muchas sorpresas y sorprende a quienes las contemplamos.

Por eso mismo, yo que querido hacer un ensayo sobre la sorpresa, sobre la admiración, la maravilla, el pasmo y el sobresalto.

No me cabe más que recomendar el libro, fruto de una laboriosa investigación, sobre un campo virgen, muy bien escrito, que estoy seguro que ustedes lo tomarán de corrido, de punta a rabo, porque no tiene desperdicio.

En este empeño, no debo dejar de citar a su editor, mi buen amigo Eduardo Albaladejo Manzanares, que con sus marcas El Boletín y Suroeste, está dejando buena cuenta y razón de nuestra historia y de nuestra literatura.

Pasen señoras y señores, pasen y lean, no se me arremolinen que habrá libros para todos. Pasen, pasen, señoras y señores. Pasen, pasen y lean”. | Texto: Luis Suárez Ávila.

2 comentarios en “4.579. La historia de la fotografía portuense. Suárez Ávila prologa el libro de J.A. Tejero

  1. José Luis Lojo Lozano

    Enhorabuena al autor del libro y al presentador del mismo por este comentario.

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