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4.785. Manuel Almisas Albendiz. Libro sobre José Navarrete, diputado republicano y espiritista

El historiador, profesor y médico retoño, afincado en El Puerto de Santa María, Manuel Almisas Albéndiz presentaba en la tarde ayer, en el edificio San Agustín, su libro ‘El increíble José Navarrete Vela-Hidalgo’, publicado por la editora local Ediciones Suroeste, sobre la intensa vida de un portuense que fue, poeta, escritor, capitán de artillería, diputado federal por el distrito de El Puerto, que vivió la Revolución de Septiembre de 1868 y se convirtió al espiritismo. En el acto, hubo una lectura dramatizada sobre su obra ‘Cuantas veo, tantas quiero’. Almisas también ha recopilado la obra poética de Navarrete. Reproducimos un artículo del autor del volumen, sobre tan singular paisano.

José Navarrete, aquél que llamaba «blando» al anticlerical José Nakens, director del satírico El Motín (Madrid) y que impulsó la primera Sociedad Abolicionista de las corridas de toros desde las páginas de El Correo (Madrid) casi un año antes de morir en Niza (Francia), fue algo más que un diputado espiritista.

Año 1873. Se vivía un momento dramático para la Primera República, convertida desde el 6 de junio en República Democrática Federal. El movimiento cantonal había sido derrotado por el gobierno en casi todas las ciudades salvo en Málaga y en Cartagena, siendo encarcelados numerosos diputados republicanos federales.

Sin embargo, el día 26 de agosto de 1873, el diputado federal por el distrito de El Puerto de Santa María, José Navarrete, perteneciente al ala izquierda o «intransigente» del Congreso, leyó en el hemiciclo de las Cortes su enmienda al párrafo 3º del artículo 30 del Proyecto de Ley sobre reforma de la segunda enseñanza y de las Facultades de Filosofías y letras, y de Ciencias.

Decía así: Los Diputados que suscriben, conociendo que la causa primera del desconcierto que por desventura reina en la Nación española en la esfera de la inteligencia, en la región del sentimiento y en el campo de las obras, es la falta de fe racional, es la carencia, en el ser humano, de un criterio científico a que ajustar sus relaciones con el mundo invisible, relaciones hondamente perturbadas por la fatal influencia de las religiones positivas, tienen el honor de someter a la aprobación de las Cortes Constituyentes la siguiente enmienda… añadiendo al artículo 30 el párrafo: «Tercero. Espiritismo»…

| Congreso de los Diputados | Fotografía: Colección Biblioteca Pontevedresa.

José Navarrete encabezaba un grupo de diputados que firmaban esta enmienda, entre los que estaban los ilustres espiritistas Luis Benítez de Lugo, Manuel Corchado y Anastasio García López. Solo pretendían que en la Facultad de Filosofía se estudiara lo que ellos llamaban «Ciencia del Espíritu», pero el escarnio y la burla que ocasionó entre sus compañeros y en la prensa de todos los matices fue monumental. Con la que ha caído y está cayendo, venían a decir, y sus señorías se entretienen en querer que en las escuelas los niños aprendan a girar mesas voladoras y a hablar con los difuntos.

Esta era la superficialidad y tergiversación de la propuesta y todos los dardos, sin excepción, fueron lanzados contra el diputado federal de El Puerto de Santa María, uno de los más radicales y críticos con el republicanismo moderado de Estanislao Figueras y de Pi y Margall; un diputado que había denunciado desde el primer día el aún imperante caciquismo y el «Tingladismo» de los gobernantes de Cádiz, y los robos de tierras comunales y bienes propios municipales de los terratenientes andaluces; que había renunciado a seguir en el ejército mientras se mantuviera la monarquía de Amadeo I; que rechazó el grado de Teniente Coronel de Caballería en el inicio de la Primera República por considerarlo un ascenso político, prebenda que rechazaba tajantemente; que no criticó la Comuna de la París (1871) ni ninguna revolución, y que tampoco condenó la insurrección cantonal aunque no participó en ella, justificándola, porque, según él, los cantonales solo pretendían iniciar, desde abajo, según el Pacto Federal, la República Federal proclamada un mes antes en las Cortes; los federales cantonales habían actuado plenamente dentro de la legalidad republicana, y la represión del gobierno solo había militarizado un problema que hubiera tenido otra solución.

Había demasiados generales monárquicos, provenientes de la Unión Liberal de O’Donnell, en la cúpula militar de la República. El mismo sinsentido que ocurriría décadas después en la Segunda República.

El comandante de Infantería, capitán del Parque de artillería de Cádiz y «escritor público», José Navarrete Vela-Hidalgo, sufrió una transformación en sus creencias más íntimas al conocer al pensador krausista Julián Sanz del Río y al escritor, periodista y académico Antonio María de Segovia (El Estudiante). Transcurrían los primeros meses del año 1868, y desde entonces se convirtió en un filósofo espiritista, publicando en Cádiz la primera parte de la obra «Ciencia Moral. La Fe del siglo XX».

Dejó de escribir poesía festiva y comedias y se dedicó a la filosofía, a combatir el clericalismo católico, y a predicar la paz y la justicia social con tintes de socialista utópico, influido por los muchos fourieristas que había en Cádiz desde hacía dos décadas, especialmente Fernando Garrido y Margarita Pérez de Celis. Se convirtió en furibundo antitaurino, en enemigo de las quintas y las matrículas de mar, combatió la pena de muerte y la esclavitud en las Antillas, y después de participar en la Revolución Septembrina de 1868, abandonó sus simpatías por el Partido Progresista y se hizo demócrata y republicano tras los acontecimientos terribles de los días 5-8 de diciembre de 1868 en la ciudad de Cádiz, en el transcurso de una decepcionante «Revolución» cada vez menos «Gloriosa».

José Navarrete, aquél que llamaba «blando» al anticlerical José Nakens, director del satírico El Motín (Madrid) y que impulsó la primera Sociedad Abolicionista de las corridas de toros desde las páginas de El Correo (Madrid) casi un año antes de morir en Niza (Francia), fue algo más que un diputado espiritista. Porque, como muchos librepensadores de finales del siglo XIX, fue su creencia en la infinitud del espíritu, en una ciencia moral basada en la razón y en la verdad, alejado de los fanatismos clericales, lo que le llevó a luchar por la democracia y la república, conformando una rica personalidad que explica como nadie las grandes contradicciones del llamado «Sexenio Democrático», con sus grandezas y miserias, que Navarrete vivió a pleno pulmón. | Texto: Manuel Almisas Albéndiz.

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Bibliografía: «El Increíble José Navarrete Vela-Hidalgo» (Ed. Suroeste), de Manuel Almisas Albéndiz, quien también ha recopilado su obra poética «De Tejas Arriba».

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