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Juan de Mangas. Un portuense en la expedición que descubrió el río Amazonas #5.544

| Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz.

El 12 de febrero de 1542 el extremeño Francisco de Orellana, con un reducido grupo de hombres, supervivientes de un largo viaje, pues recorrieron casi 5.000 kilómetros, protagonizando un sinfín de aventuras e incidencias durante tan largo trayecto, realizado la mayor parte por vías fluviales hasta entonces inexploradas y desconocidas, descubrió para la civilización europea el río más largo del mundo: el Amazonas. En esa expedición, que fue promovida inicialmente para localizar el país de la canela, citado con el número 49 de la misma, figuraba un robusto marinero de El Puerto de Santa María: “Juan de Mangas”. 

Su nombre figura recogido en el libro Amazonas abajo: Historia de una infamia,  del que es autor Delio Ortiz y está editado en Quito, en 1955. Es citado, igualmente, por Leopoldo Benítez Vinuesa y Oswaldo Encalada Vázquez en su libro: Argonautas de la selva: los descubridores del Amazonas, editado en 1992, y también por Edward Rosset,  en La conquista del Amazonas, libro de ficción donde le atribuye al marinero de El Puerto de Santa María un gran vozarrón, por lo que Orellana lo utilizaba para dar a conocer al grupo de expedicionarios sus instrucciones cuando se trataba de informes generales, para todo el grupo. Y en el libro The country of the Cinnamon  de William Ospina se le califica como “andaluz valeroso de El Puerto de Santa María” y se indica, asimismo, que era junto con otro componente de la expedición, tuerto de un ojo. 

                                                              ***** 

En la Enciclopedia del Ecuador hay un trabajo sobre este importante descubrimiento geográfico que firma Efrén Avilés Pino, miembro de la Academia Nacional de Historia de dicho país. De su pluma, reproduciendo algunos fragmentos del mismo, podemos conocer algunos detalles de esta gesta importante de nuestra historia.

“En los primeros días de enero de 1541 y obsesionados por la idea  de encontrar el fabuloso País de la Canela , Gonzalo Pizarro, cumpliendo órdenes de su hermano Francisco, empezó los preparativos de una gran expedición para ir en busca del quimérico país.”  Para asegurar el éxito de esta, nunca mejor dicho, atrevida aventura, Pizarro seleccionó a diversas personas de rango y experiencia, entre ellas a Francisco de Orellana, con fama de valiente, entre cuyos hombres se alistaba nuestro personaje portuense.

“Pizarro no pudo contener su impaciencia y, sin esperar la llegada de Orellana  —que había salido de Guayaquil el 4 de febrero—  el 25 del mismo mes inició la marcha hacia las verdes regiones orientales, dejando instrucciones precisas para que Orellana le diese alcance en las cercanías del volcán Sumaco (descubierto recientemente por Gonzalo Díaz de Pineda que también formaba parte de la expedición.) “Una expedición formada por 220 españoles, 4.000 indios y otras tantas llamas que portaban la carga y servirían para proveer de leche diariamente y su piel de abrigo. Unos mil cerdos, a más de dos mil perros de caza y muchos caballos de repuesto que habían sido adelantados con algunos oficiales e indios, que ya habían aprendido a manejar los caballos.

A mediado de marzo, luego de una apurada y agotadora marcha en la que tuvo que sostener varios combates con las tribus belicosas que le salían al paso, Orellana logró dar alcance a Gonzalo Pizarro en el lugar acordado. Juntos, y luego de soportar un terrible terremoto que aterró no solo a los indígenas sino también a los audaces expedicionarios, emprendieron nuevamente la marcha a través de la inhóspita selva, cruzando turbulentos ríos, y sufriendo el constante acoso de tribus hostiles, fieras e insectos, que diezmaron a gran número de sus hombres.”

Durante muchos meses vagaron perdidos en la inmensidad de la selva, logrando a duras penas sobrevivir a las enfermedades y fiebres tropicales que terminaron por extinguir, prácticamente, a los miles de indígenas que formaban el grueso de la expedición.

“Las riquezas podían estar un poco más adelante, y en su afanosa búsqueda, con sus espadas cortaban ramas y árboles para poder avanzar y construían endebles puentes para cruzar los ríos y continuar su marcha. Finalmente, y casi al borde del agotamiento, llegaron a las orillas de un caudaloso río de aguas poco tranquilas: El Coca

Debieron darse cuenta de que por tierra era imposible continuar, y “sacando fuerzas de flaqueza los expedicionarios iniciaron la construcción de una pequeña pero sólida embarcación con la que poder continuar su viaje por el río. La obra fue un prodigio de tesón y constancia, Casi sin herramientas, a golpes de hacha, bajo la lanceta desesperante de los mosquitos, devastaron árboles gigantescos, cortaron tablones, clavaron las cuadernas sin desbastar con los clavos hechos con los herrajes de los caballos muertos, calafateando la nave con las hilachas de sus camisas y una sustancia pegajosa que goteaba de algunos árboles, entonces desconocidos para ellos, Y al fin, con una constancia que nacía de la desesperada situación de supervivencia, pudieron  lanzar al agua un bajel de fabricación casera que resistió más de lo que podían esperar estos intrépidos argonautas.

A bordo de él navegaron varios días hasta que llegaron a la unión de los ríos Coca y Napo. Entonces, y considerando que ya no tenían alimentos pues hasta los caballos y perros habían sido sacrificados para saciar su hambre, resolvieron que Orellana continuase río abajo en busca de alimentos, mientras Pizarro esperaría su regreso en las orillas del Napo, fijándose un límite de tiempo para regresar, que no superase los doce días.”

Orellana partió con 60 hombres, entre españoles e indios y en la primera semana de navegación no encontraron fuente de alimentos suficiente para los que quedaron en tierra, decidiendo regresar. La fuerte corriente del río, que ahora estaba en contra y la desesperación de la totalidad de los embarcados, desanimados por los resultados y amenazando amotinarse, hicieron desistir de la vuelta y continuaron a su suerte.

“Los expedicionarios navegaron durante mas de un mes a merced de la corriente hasta que, finalmente, el 12 de febrero de 1542 sobrevino lo inaudito… lo fantástico: El Napo desembocó en un apacible coloso de agua dulce que, enmarcado en un maravilloso paisaje de verde follaje e inmensos árboles florecidos, les ofrecía la fecunda riqueza de sus frutos.”

A este nuevo y caudaloso río lo bautizaron como “Río San Francisco de Quito”, pero meses más tarde, mientras continuaban navegando hacia el mar, el día de San Juan fueron atacados por la tribu de las Icamiabas. Según el clérigo que iba en la expedición, Fray Gaspar de Carvajal, se trató de una escaramuza iniciada por una docena de mujeres “muy altas, blancas, con el cabello largo y trenzado, muy membrudas, andaban desnudas en cueros y tapaban sus vergüenzas con sus arcos y flechas en las manos, haciendo tanta guerra como diez indios”. En la batalla, los españoles mataron a varias de estas mujeres guerreras, causando desánimo entre los indígenas que abandonaron el hostigamiento. Con este incidente, Orellana cambió el nombre del río, al que llamó “Río de las Amazonas”.

Después de 18 meses y 21 días desde que partió la expedición, el 25 de agosto de 1542 la expedición de la que formaba parte el portuense Juan de Mangas llegó a la desembocadura del río en el océano Atlantico.

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