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Jaime García-Máiquez. Presenta hoy su libro ‘Risa Tonta’ en la Academia de BBAA #5.622

El acto será a las 20:00 horas en el patio de la Academia de Bellas Artes 'Santa Cecilia'

Jaime García-Máiquez - foto: Manuel Castells

| Texto: Jesús Beades [*] | Foto: Manuel Castells.

Después de la publicación de Libro de viejo (Los papeles del sitio, 2022), que ya leímos y loamos, podría parecernos un poco precipitada esta Risa tonta del menor de los García-Máiquez poetas. Sin embargo, llega dieciocho años tarde; los que llevan inéditos sus poemas, víctimas de los premios –no ganados– y del azar del tiempo. Se produce así un efecto de extraña anacronía, como cuando vemos fotos antiguas de alguien que se ha puesto pelo en Turquía: parece más joven ahora.

Pasamos del adusto ceño del varón en crisis de la edad de Libro de viejo a la sonrisa ingenua del jovencito sin canas, con la vida por delante. Uno se diría ¿y para qué publica este libro juvenil, si Libro de viejo ha sido un fruto logrado de madurez, de una altura lírica difícilmente igualable? El autor tendrá sus razones, que intuimos y comprendemos (el amor por los hijos no nacidos, la visión futura de una bibliografía incompleta), y que se confirman al leer el prólogo. Pero, motivos personales aparte, lo que nos importa es qué nos aporta esta risa tonta, si al menos nos suscita una sonrisa inteligente.

Mandíbula batiente

Risa Tonta, portadaLos poemas de García-Máiquez no ríen a carcajadas. Sonríen con suavidad y tienden a veces al verso asonantado con regularidad métrica, con lo que tiene más mérito conseguir que nos nos adormezcamos en los brazos de la costumbre y el sonsonete. Esta elección formal (si es que es elección y no vocación) tiene algo de humildad, porque no es el puñetazo en la mesa de la rima consonante (puñetazo que hoy día nos tomamos a risa), que también –tan bien– da, ni la modernidad seriota de un verso blanco invariable, que también lo cultiva. No rompe con la tradición para que emerja el yo poético, la voz personal (qué aburrimiento todas las reseñas con esto); aunque, si ha de definirse esta voz, diríamos que es amable y tiene la modestia de explicarse, la claridad de las canciones narrativas. No hay en este libro oscuridades ni enigmas, todo nos lo expone el poeta con un tono cantarín, a veces en tonalidad menor. Esta risa no es una carcajada a mandíbula batiente, sino un aire risueño que emerge de una alegría íntima, que esa sí que no se nos explica, pero que irradia hacia afuera en forma de chestertónicas paradojas:

Paseo solitario, agradecido

a este mes rojo y lento en que un poeta

como yo, puede ser feliz con sólo

un poco de emoción y de tristeza.

(«11 de octubre»)

Es una muestra del verso con rima asonante. Como ejemplo de rima consonante, esta décima:

Palabra favorita

Cuando charlamos (en prosa),

si uno se fija, es posible

encontrar una invisible

palabra fina y hermosa.

No es tan difícil la rosa.

Pues ahí está, cada día,

con su inocente alegría,

con su cansada pujanza

con su cínica esperanza

la palabra Todavía.

Historia de un alma

En la primera sección, «Historia de un alma», el poeta recurre a tonos y maneras de los maestros más cercanos, como Felipe Benítez Reyes en el poema «Septiembre», al que se refiere directamente con versos entrecomillados. Presenta una escena de súbita lluvia en la playa, las toallas mojadas, los sombreros volando… con el arte adjetival de un Miguel d’Ors y la condensación melancólica en imágenes concretas: 

Y el agua desteñía sonrisas, bronceados…

todo lo que tocaba con sus dedos

insólitos y fríos.

El final trascendente, simbolista, no puede faltar, y no falta. Hace que veamos la vida, como la vemos a menudo, convertida en mensaje cifrado que solo a veces entendemos:

Empezaba a vivir algo más serio

y mucho menos mágico.

Estaba solo frente al horizonte.

Miré hacia atrás, y el mar me dio la espalda

un poco para siempre.

Continúa este esquema de exposición de un paisaje o un suceso con una reflexión al final (muy propio de la poesía de la experiencia) en «Cementerio de coches». Mismo arte de adjetivos: «el color imprudente ya marchito». Es un tipo de poema autoconsciente de su simbolismo, que presenta bien pronto la mirada reflexiva: «Aquí brilla, aquí rueda / brillante la metáfora / –tan tópica barroca como empírica– / de que lo rápido es lo que antes pasa». Lástima que no quisiera evitar el uso de la palabra «ferrogálicas», no por hermosa menos desusada, que disuena en este contexto tan natural.

Dentro de un tiempo

La siguiente sección, «Dentro de un tiempo», abre con otro planteamiento muy clásico, el de la foto antigua, amarillenta, o el álbum que se abre después de muchos años. Hoy en día ya casi un arcaísmo, pero este motivo ha propiciado multitud de poemas durante un siglo, y García-Máiquez es un poeta que honra la tradición. En «Foto rasgada» dice que rompe las fotos que se encuentra, precisamente por donde él aparece: «Las rasgas lentamente/ como doliéndote por dentro algo». Igual punto de partida tiene el poema «El álbum» y vemos que este tema nunca se agotará para los poetas, por mucho que la foto no esté encuadernada y en la estantería sino en un recuerdo que Google nos presenta, a traición, cada mañana en el iPhone. Especialmente aguda es esta estocada: «Paso sus duras hojas ojeando / lo que ha sido mi vida: cuando era / tiempo de ser feliz no lo fui tanto».

Notas de andar y ver

La tercera sección se titula «Notas de andar y ver» y tiene momentos álgidos como el emocionante «Seis de enero», romancillo que consigue abrigarnos como una manta en noches navideñas en casa de la abuela. O «Luna nueva»: «Porque siempre la vida más oscura / está rozando el límite del alba».

Hay momentos menos logrados, claro está, como los siempre prescindibles haikus o el poema que da título al libro, que se cae de ingenuo. Pero entiendo que el autor ha querido rescatar su poesía de hace casi veinte años, con sus virtudes y defectos, y se ha mantenido fiel a esta idea, evitando la tentación de retocarlo todo con su mirada actual. Desde luego, no nos entra la risa tonta cuando lo leemos ahora. Sonrisas, eso sí, y alguna lagrimita de emoción.

Jaime García-Máiquez poeta e investigador en el Gabinete de Documentación Técnica del Área de Restauración del Museo del Prado. Ha publicado "Vivir al día" (2000, Premio Luis Cernuda) y "Otro cantar" (2007, Premio Arcipreste de Hita), además del cuadernillo de haikus "La isla del tesoro" (Los Papeles del Sitio, 2004). Como Fernando López de Artieta (ese arquitecto que sobrevive en Madrid) ha publicado "Jugar en serio" (Visor, 2004, Premio de Arte Joven de la Comunidad de Madrid) y "Grosso modo" (La Isla de Siltolá, 2012), además del cuaderno privado "Despedida de soltero" (Ediciones Ímpetus, 2008).

[*] Fuente: librosobrelibro.com

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