
| Texto y viñeta: Alberto Castrelo
En El Puerto de Santa María —ese pueblo con ínfulas de imperio veneciano venido a menos, donde cada piedra sueña con ser portada de iglesia y cada político con ser portada de alguna noticia en Facebook— existe un rincón que no sale en (todas) las guías ni en los presupuestos municipales: ultramarinos La Giralda. Allí, entre latas de melva canutera y olor a piedra arenisca de la Sierra de San Cristóbal, se celebra algo más importante que los plenos del Ayuntamiento: las cumbres ilustradas de la gente de banqueta y trago reposado.
No hay acta, pero sí actitudes. No se graban, pero queda todo en la memoria de los muros, testigos mudos de cada carcajada en clave y cada sentencia dicha con voz de aguardiente y retronasal de amontillado fino Coquinero.
Los asistentes —un heterogéneo grupo de amigos más o menos cultos, más o menos leídos y bastante recorridos— se dan cita los viernes a las dos, para festejar que se ha pasado otra semana, aunque en su mayoría estén jubilados. Las costumbres no hay que perderlas.

Allí se habla de todo: de las aceras y sus matojos, del autobús que se estropea, de la desdicha de este pueblo con sus gobernantes de ayer, hoy, mañana y siempre, de la maldición del río Letheo sobre estos suelos y la amnesia indolente que baña las orillas patrimoniales del portuense.
Pero también hay poesía. Y teatro. Y geopolítica del Callejón del Obispo. Porque, ¿acaso no es La Giralda una especie de ONU en pantuflas? Con sus resoluciones no vinculantes, sus vinos generosos de consenso, y sus vetos tácitos a todo lo que huela a propaganda institucional.

"Si en los plenos se monta la carpa del circo ¿por qué nosotros no podemos montar una ‘Cumbre’ del Sentido Común aquí? Si aquí los gobernantes confunden los presupuestos con horóscopos, y legislan según el ascendente de Venus y la cercanía con Júpiter para ocupar la luna de Saturno a dedo."
Y se ríe, claro. Aquí, en estas cumbres, también se ríe. Pero no a carcajada suelta, sino con humor fino, ácido y socarrón. El humor portuense, con retranca: ese arte de decir una verdad tan desnuda que se disfraza de chiste para que, ni la censuren ni la entienda a quién se le tira el dardo.

La última sesión plenaria del Ayuntamiento —tragicomedia de sillas vacías y promesas llenas— fue diseccionada en La Giralda como se hace con las faenas mediocres en los mentideros taurinos, entre copas de Vino Fino y chicharrones de diplomacia.
Así transcurren las reuniones: con la solemnidad de un sanedrín y el desparpajo de una cerveza bien tirada. Son reuniones sesudas, pero nunca ásperas o serias. Ser áspero y mustio en El Puerto es el primer síntoma de que uno ha dejado de entender el sitio donde vive.

Mientras la Ciudad de los Cien Palacios se cae a pedazos por abandono, y los responsables públicos inventan eufemismos para el desastre ("plan estratégico", "revitalización", "mesa de diálogo", etc.), los del Ultramarinos La Giralda sostienen la cordura con palillos de aceitunas, papelones de jamón y mucha ironía.

Y sí, puede que no arreglen nada, pero al menos, en ese pequeño rincón de sabiduría doméstica, no empeoran lo que ya está bastante trufado de despropósitos financiados por los bolsillos ciudadanos.
En resumen: hay quién dice que El Puerto de Santa María, como tal --con su identidad-- se hunde... pero en La Giralda, durante estas reuniones de amigos, parece que flota. Y no hay pleno más digno que ese. ¡Salud, porteños! ¡Larga vida a la Giralda y a los negocios con historia!
Magnífica la descripción que hace Alberto Castrelo de las reuniones en la Giralda.
Alberto no se puede contar mejor…!!!