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Da Massimo: un festín helado con acento porteño y alma italiana #6.242.

| Máximo Pozzi | Foto: Cosasdecome

| Texto: José María Morillo.

Entrar en Da Massimo no es simplemente atravesar la puerta de una heladería tras hacer una larga cola en la calle de la Luna los días festivos. Es adentrarse en una liturgia del sabor donde el helado no se sirve, se revela. En un país donde el helado aún se arrastra en demasiadas cartas como un postre infantil y dulzón, Massimo Pozzi lleva quince años demostrando que este manjar puede ser sofisticado, valiente y, sobre todo, local.

Además, es maestro en el Centro Heladero de Málaga, donde forma a nuevos artesanos del frío. Y su inclusión en la Guía Repsol en 2024 no ha sido un premio, sino una constatación: Da Massimo es más que una heladería, es una embajada del buen gusto, cuyo cumpleaños celebraron el pasado 6 de abril.

Pozzi, llegado desde Monza, en la Lombardía italiana —esa ciudad donde el helado tiene universidades y museos como si de un bien patrimonial se tratase—, decidió en 2009 fundar su templo del frío en El Puerto de Santa María. Y qué acierto. No tardó en convertirse en un portuense más, de los que saludan en la calle y se cruzan sonrisas con los vecinos mientras se toma un respiro frente a su vitrina. Pero no se dejen engañar por el aire campechano: detrás hay una mente inquieta, casi científica, que ha hecho del obrador un laboratorio de alquimia dulce.

No quiere oír hablar de gelato como sinónimo de pureza. Lo suyo es otra cosa: una traducción libre del canon italiano a las lenguas sabrosas de la provincia de Cádiz. Aquí no hay dogma, pero sí método. Desde los 15 años lleva amasando experiencia, literalmente. Primero como aprendiz, luego como pastelero, y por último como creador total. En sus manos, un helado de chocolate se convierte en examen final y el de limón, en prueba de fuego: “--No hay fruta más traicionera”, diría cualquier heladero con cicatrices.

La historia de Da Massimo es también una historia de amor: al oficio, al sabor, y a esta tierra que le ha dado ingredientes y amistades. Desde el Payoyo hasta el licor Cacao Pico, Pozzi ha elevado los productos de la provincia al rango de materias nobles. Fue pionero en usar queso Payoyo de la sierra gaditana cuando aún no se intuía su fotogenia en redes sociales.

Su vitrina es casi una enciclopedia sensorial de la gastronomía portuense: tarta imperial de Pepe Mesa, Tejas del Puerto de Ibáñez, incluso un sorbete de médium 10RF de Osborne. O con licor Cacao Pico, de Pablo Merello ¿Se puede lamer el alma de una Ciudad? Aquí, sí.

| Tartar de atún de la Bodeguilla del Bar Jamón, que se acompaña del sorbete de gazpacho de Da Massimo | Foto: Cosasdecome

Y si hablamos de innovar, ¿quién más se atrevería a maridar tartar de atún con sorbete de gazpacho? Hace una década sonaba a sacrilegio. Hoy, a genialidad creada junto a Borja Fernández, de la Bodeguilla del Bar Jamón.

El pistacho, sin embargo, es su santo grial. Nada de verdes radiactivos; aquí sabe a lo que debe saber: fruto seco tostado, denso, profundo, casi umami. Pero ni siquiera Massimo ha escapado a las modas. Ha cedido ante el chocolate Dubái, esa versión maximalista del pistacho con complejo de influencer. Eso sí, le ha puesto apellido portuense: Tejas del Puerto y el número 11500, nuestro código postal con sabor a reconciliación.

En su interior, la heladería mantiene esa vitrina reluciente como escaparate del alma, pero en los espacios más íntimos —como La Granja—, Pozzi se entrega a la carapina, esa elegante discreción del acero inoxidable que mantiene los helados ocultos, misteriosos, como si fueran joyas en una cámara acorazada. Allí nacen sabores imposibles como plancton y lima, combinaciones que podrían sonar a disparate, pero que en su paladar encuentran armonía.

Y si lo suyo fuera solo talento técnico, podríamos quedarnos tranquilos. Pero hay también una vocación social: el helado solidario, esa fiesta anual donde cada cucharada se convierte en gesto, y cuyos beneficios van a asociaciones como La Gaviota o Patas. Porque lo que Massimo sirve va mucho más allá del cucurucho.

Y si hay justicia heladera, que la hay, que sean otros 15 años más de carapinas ocultando tesoros y pistachos que no gritan. Porque en este rincón de El Puerto, el helado no solo se come. Se escucha. Se huele. Se respeta.

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