Mi padre, Pedro Serrano Tey, aprendiz de sastre, llegó incluso a cortar chaquetas muy bien, tonelero, reconocido y respetado encargado de arrumbadores de las Bodegas de José de la Cuesta, me enseñó algo muy importante, mientras desde su altura, mi padre medía exactamente igual que yo 182cm, un gigante para los malos tiempos que le tocó vivir con su padre en el Penal por republicano y una gran familia, siempre sonreía y siempre trabajaba y me decía, cogidito de mi manita. Era el más pequeño, si bien 10 años después nacería mi hermana Begoña. --»Jesusmari hijo, siempre estás enfermo, eres débil: estudia.» (En la fotografía, Pedro Serrano Tey).
My father, Pedro Serrano Tey, a tailor’s apprentice, who even learnt to cut jackets very well; a cooper; and the well-known and respected foreman at the José de la Cuesta bodega, taught me something very important from his great height. My father was the exact same height as me, 182cm, a giant for the bad times he had to live in with his father in prison for being a Republican and part of a large family. He was always smiling and working and used to say to me, my hand in his, I was the youngest, even if 10 years later my sister Begoña was born: “Jesusmari, son, you’re always ill, you’re weak: study hard.” (In the photograph, Pedro Serrano Tey).
Perteneciente a una familia de bañeros los Tey y los Neto, tenían la exclusiva de explotar las playas de Rota, El Puerto de Santa María y Cádiz y la posibilidad de alquilar sus casetas y cubrir, como bañeros, la seguridad de los usuarios. Existen múltiples fotografías de estos hechos de Quico y Castroverde. Mi padre, que tenía los ojos verdes y la mirada clara siempre me decía: --»!Apenca hijo, apenca que no hay otra cosa!». Mi padre era analfabeto, yo tuve la suerte de enseñarlo a leer y a escribir, años más tarde.

Cuando se publica la carta del Profesor Bartolomé López-Somoza en el Cruzados, reproducida por Gente del Puerto en la nótula '40 Aniversario del Cierre de la Revista Cruzados', él los denomina barqueros y, creo que es de justicia que se les denomine, como en realidad era su oficio: el de “bañeros”.
Bañero, marinero experimentado, conocedor de la costa, encargado de la seguridad de todos los bañistas, fuertes, capaces de bogar durante horas sin descanso, --por entonces los paterones no conocían los fuerabordas-- y los botes, no podían arrimarse a las playas ya que al no ser planos, al volcarse con las mareas quedaban inundados, aunque navegan mucho mejor y se les puede aplicar un tintero y una vela latina (al burro del la proa), para que descansen los remeros.

Las pateras, son lanchas planas, bajas de borda, con dos o tres bancos de boga y sin timón, para facilitar acceder a la playa con facilidad y volver a la mar, colocando tres troncos, dos bajo la mínima quilla de menos 7 cms. y aquel que queda atrás pasarlo a proa. Don Enrique tenía razón en su artículo, esos hombres, y mi padre fue uno de ellos, de los muchos de su familia que se dedicó también a eso, salvaron muchas vidas.

Recuerdo que en una noche de luna de 1962, sobre las 10 de la noche, --contaba yo nueve años-- a mis tíos José Luis, mi padre, Ramón y Manuel, el más pequeño de los cuatro hermanos varones. El hambre y la miseria mataron a dos de mis tías y dejaron a otras dos Lola y María del Carmen. Entre bromas, se adoraban, siempre estaban juntos, entre risas se impusieron una apuesta imposible con viento racheado de Poniente, navegar desde nuestro humilde kiosko de “Los Mellizos”, el paterón, por supuesto sobre la arena seca, al Faro de Las Puercas y volver en menos de hora y media. Una hora y cuarto después, reían y disfrutaban de un tinto con gaseosa de los Espumosos Valdelagrana fabricados por los Hermanos González que yo les serví muy orgulloso.
Así eran los bañeros y así eran los Tey, que aparte de ello tenían sus profesiones: José Luis y Manuel finísimos ebanistas, Ramón arrumbador de Bodegas José del Cuvillo y, mi padre de José de la Cuesta, hoy Grupo Caballero. Mi abuelo Ramón, capataz de la Bodega del Gavilán. Así se se escribe la historia de las personas sencillas que pasan por el mundo dejando una sombra fresca, esa brisa que tanto gusta en El Puerto, ese frescor que aquí llamamos “viento foreño”, la producen mujeres y hombres honrados y cabales que lo han dado todo sin exigir nunca nada." Jesús María Serrano. (En la fotografía, propiedad del autor, aparece éste con su hermana Begoña y su madre).

Fernando Durán Rey es hijo del Cuerpo. De la Guardia Civil. Nació en Cádiz en 1952 y, diez años después a su padre lo destinan a Tarifa --aquellas vistas del Estrecho y Tánger al fondo--, donde se va a vivir dos años hasta que, a la edad de trece se vienen a vivir a El Puerto un domingo de enero de 1965. Conserva un pedazo de cada sitio donde ha vivido. Con 45 años en El Puerto, Fernando asegura que «me siento de donde al abrir una ventana me encuentro a gusto. Llegaron con el camión de las mudanzas, de Viuda de Requejo. Fernando recuerda la primera impresión que se llevó de la Ciudad al leer en la Avda. de la Estación (antiguo Camino de Urda), el letrero que anuncia en una de las antiguas bodegas de Terry reconvertidas hoy en viviendas, que El Puerto es “Cabeza de Partido Judicial”, algo que no entendía con aquella edad. Vinieron a El Puerto por seis meses y aquí redescubre otro tramo de mar Atlántico -encerrado en la Bahía- desde el acantilado de Fuerte Ciudad, donde se encontraba el Cuartel de la Guardia Civil al que es destinado su padre, en principio para seis meses. «Allí supe que yo quería morirme en El Puerto», afirma.
Los olores de aquel lugar: retama, arena, mar y otros, entre los que se encuentra una planta que huele a regaliz y que él pone en los “Nacimientos” (lantana o “meao de gato”), quedaron fijados en su memoria olfativa.




FERNANDO Y EL PERIODISMO.
LA HISTORIA DE UN TRANSGRESOR.
Fernando lo deja claro: «Yo empecé a transgredir en 1978, cuando no se podía ser un transgresor. Le eché genio a la vida con 27 años, cuando me hago dueño de mí. Mi madre no se pudo equivocar pariéndome, y yo me esfuerzo por gustar» y abunda: «Me han hecho ser un transgresor, pero tengo un desdoble de personalidad controlado», habla este Fernando convertido en una especie de Juan Luis “Sabio Tarifa”, que bien pudiera, a pesar de su timidez no aparente, interpretar monólogos ante pequeños auditorios que, sin lugar a dudas, se le entregan. Y lo mismo puede contar verdades que mentiras, interpretándose a si mismo o reinterpretando a su personaje. Eso si, no entiende el Carnaval en la calle: «Me agobian las masas». (En la fotografía, a caballo de regreso del Rocío).
