A mí por lo menos no me cabe la menor duda de que si conociéramos sus vidas, sus aventuras y desventuras, y sobre todo el titánico esfuerzo que le supone afrontar cada nuevo día, no dudaríamos en señalarlos como ejemplos para las generaciones venideras, mucho más fructífero --dónde va a parar-- que, por ejemplo, esos guaperas que nos proponen para pajes o carteros reales con el único mérito en su currículum de haberse asomado a sus cuidadísimas jetas por los realitys televisivos.
| Vistas desde la sede de Nuevo Ciclo
Si hubiera un programa llamado “Portuenses por el mundo” (aparte de la sección que tiene Gente del Puerto), sus cámaras no tendrían que viajar mucho para encontrar a mis desconocidos titanes. Apenas diez o doce kilómetros desde aquí por caminos de viñas y olivos --sí, sí, olivos como aquellos a los que les cantaba Miguel Hernández-- llegarían a los lugares de Nuevo Ciclo, una ONG que se esfuerza en dar oportunidades a aquellas y aquellos a quienes ya se le cierran todas las puertas porque han sido tanto sus intentos fallidos por salir de la exclusión – drogas, alcohol, cárceles, violencia machista, pobreza pura y dura…- que cada vez les cuesta más encontrar un lugar amable bajo el sol donde intentarlo de nuevo. De sus impulsores --sobre todo de Juan de Dios “Johnny” Frías y Rocío Mateos-- ya escribiré otro día más adelante.
| Portal de acceso a la sede de la ONG 'Nuevo Ciclo', en la carretera Jerez-Trebujena.
Hoy quiero hablar, escribir, sobre un grupo de valientes paisanas y paisanos tan de El Puerto de Santa María cómo está web, tan de esta tierra como el que escribe o la gente que me lee, tan nuestros como la Ribera del Marisco, el esqueleto del Adriano III, las ruinas del Barrio alto o el Distrito 21.
Me encontré entre ellos en la Asamblea de acogida mañanera que me regaló Nuevo Ciclo hace apenas una semana. En medio de una mañana fría, noviembre gris y lluvioso, en un salón limpísimo pero helado, recogimos --Aldara y yo-- todo el calor de una treintena de personas que nos contaban en sus historias sus pasados de horror y sus presentes de esfuerzos y lucha por vivir dignamente. A la vez que los escuchaba, yo pensaba que mientras ellos y ellas se helaban afanosos en medio de la campiña jerezana, los políticos, la gente a la que hemos votado para hacer de esta sociedad un mundo mejor se reunía, rellenaba papeles, hacía informes, y tomaba decisiones en despachos confortables y calientes. De nuevo, el mundo volvía la espalda a sus esfuerzos.
Titanes portuenses
Allí, salpicados entre gente de Barcelona, de Dos Hermanas, Madrid, Badajoz o Marbella, me encontré las historias de nuestros paisanos y paisanas: D., adicto eterno, de mi edad y mi barrio, que ya sonreía --la sonrisa más preciosa del mundo-- y se asomaba al día de volver a El Puerto para “pero esta vez bien” porque ya empieza a recuperar su vida; L., “la aceitunera”, que se echó a llorar al calcular el tiempo que lleva en esta batalla por la vida y nos pide que le demos la mano para caminar; P., calderero, carnavalero veterano, al que el alcohol arruinó la vida --“mis hijos no me hablan”-- pero que se levanta cada día --tres meses de abstinencia-- con la promesa absoluta de “no tomar ni una copa más”; o L. que cuenta “me levantaba y me iba, cobarde, a quitarle el móvil a algún niño de los que iba para el colegio para tener yo mi dosis y pagarle a mi madre, a la que arruiné, algo que llevarse a la boca”; el mismo L. que pasó con el tiempo de usuario a cuidador y que ahora me pide libros para leer y sueña con no desperdiciar ni un día más de esa vida que ha tirado “por la borda” y abraza a su madre con sus palabras. Y a M., orgulloso vecino del Barrio Alto, pescador de pro, enganchado de nuevo a la vida y con sueños de volver a su calle Cruces; o R., orgulloso de sus nueve meses de abstinencia, deseoso de cambiar la reclusión por la vida al aire libre; o la de C., gorrilla perpetuo de nuestras calles, hasta que cambió de vida en Nuevo Ciclo y hoy levanta los cimientos del que será su segundo nuevo hogar entre olivos y viñas.
|Patio central, al aire libre, en plena campiña jerezana, sede de Nuevo Ciclo
En algún momento les pedimos sugerencias sobre qué podíamos hacer para echarles una mano a la gente que tras salir de su infierno intenta caminar de nuevo entre nosotros. A otros --administraciones, políticos, etc.-- le tocará el tema de la salud, de las ayudas económicas para acceder a la vivienda o algún trabajo que les permite a vivir con dignidad; a nosotras, a nosotros, a la gente de a pie nos piden que cuando estén en la calle los veamos, que nuestra mirada no los atraviese, que no les neguemos el saludo amable, la mano amiga o el café de confidencias, la mesa camilla y los pestiños, llegado el caso.
Nos vamos mezclando con gente de otros colores, otras religiones y otras lenguas, aunque aún pintemos de negro a un empresario para que haga de rey Baltasar a pesar de la cantidad de gente morena que vive a nuestro lado, o como he dicho, aunque aún nos empeñemos en resaltar como paje a un rostro agradable que medra por las pantallas de Telecinco para que nuestros adolescentes siguen modelos de masculinidad basados en el consumo de estereotipos. Mientras, jóvenes como Hamza o Ali, inmigrantes amparados por la Red de Acogida, no menos guapos ni brillantes, luchan por hacerse a nuestro lado un futuro de dignidad sin que nadie los exponga, como a mis titanes de Nuevo Ciclo, como triunfos de una sociedad solidaria.
| Las cocinas.
¿Tendremos que colocar a P. o a D. o a L. a C. a R. o a L. en el Belén Viviente para que, por fin, les miremos a los ojos y reconozcamos su lucha gigante?
Su esfuerzo por curarse también nos cura a nosotros. Cuando una persona se chuta, o pierde el sentido por el “simpático” alcohol o por otros polvos más escondidos, o cuando alguien lo pierde todo y va a parar a la calle, es toda la sociedad la que se vuelve adicta, la que se corrompe y se pudre de desidia y olvido.
Cuando alguien reconoce “que no sé vivir con drogas ni sin ellas” es toda la sociedad la que fracasa y cuando alguien se yergue como P., como D., o L., o C., o R., tras cien intentos fallidos, es toda la sociedad la que se debe levantar con ellas y ellos porque nos hacen ser más justos y más dignas. Cuando D. dice y piensa “comienzo a recuperar las cosas de la calle como mi madre, mi hija…” somos todos los que ganamos en abrazos, esperanza y confianza.
“Aquí…” dice L. “…aquí te dejan crecer más que en otros sitios”. Y si L. crece allí, crecemos todas y todos en esta sociedad de amor tan amoralmente enana. | Texto: Juan Rincón Ares
...LOS PERROS QUE HABÍA, SE LOS ACHUCHÓ.
...aunque ahora, el «rico avariento» que suelta los perros ha cambiado de nombre, y quien llama a la puerta tiene rostro de pobre, de inmigrante, de marginado.
Sin embargo, reconforta saber que a diferencia de lo que sucedia en aquella historia que cantaba Manuel Torre, mucha gente siguen abriendo cada día las puertas de la solidaridad, puertas que tienen nombre de asociaciones, de instituciones, de ONGs... y de personas concretas. Este es el caso (por citar solo una) de Angel García, más conocido como el Padre Ángel.
Aunque no soy creyente, hace tiempo que tengo mi propio santoral laico en el que «San Padre Ángel» (pero también otros curas como «San Diamantino» o «San Jose Chamizo»...) ocupa un lugar preferente entre los HOMBRES BUENOS.
En estos días fríos que anuncian ya el invierno, su Parroquia de San Antón en Madrid acoge a personas 'sin techo', ofreciendo una alternativa de cobijo a las personas sin hogar que están durmiendo en la calle. Les dan mantas, café caliente, comunicación con sus familiares y un lugar donde resguardarse.
No somos tan generosos, tan desprendidos ni tan hospitalarios como el padre Ángel. Modestamente aspiramos a que, en espera de tiempos mejores, nuestros impuestos reserven todo lo que se pueda y se deba para que se invierta mas y mejor en recursos sociales en apoyo a los más débiles. Para que (entre otras muchas cosas) nadie tenga que dormir en la calle porque una sociedad intransigente e insolidaria les achuche los perros en los tiempos de crisis, en las noches de frío.