Antiguos alumnos de SAFA, con el que fuera director del Centro, Antonio Ariza.
He leído en algún sitio que la tasa de empleo de los titulados en Formación Profesional en Andalucía es del 90 %, porcentaje que supera con creces el de universitarios ocupados. El mercado laboral acoge, con los brazos abiertos, a electricistas y carpinteros, pero les niega el derecho de admisión a maestros e historiadores. Universitas inoperantium officina est: la universidad es una fábrica de parados (en traducción de Emilio Flor que, como todos ustedes conocen, sabe latín).
La capacitación para el desempeño cualificado de una profesión parece el camino más corto para ingresar en la murga de los currelantes. Se alegra uno del merecido prestigio de la Formación Profesional: antes de pisar las frías aulas de la Universidad, tuve la suerte de ser alumno de las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia. En mis tiempos, salvo honrosas excepciones, el que acumulaba virtudes académicas que hacían presagiar una brillante carrera como hombre de provecho, cursaba el Bachillerato Unificado Polivalente. El que "no servía para estudiar" y aún estaban en edad de merecer atención escolar, desembarcaba en los talleres de la Plaza de Elías Ahuja.
Yo entré en SAFA en el curso 1977-1978, en la rama de Administrativo y Comercial. Contradiciendo la opinión de mi tutor, opté por la FP buscando aprender un oficio que, en poco tiempo, me permitiera emplearme en alguna oficina y así poder ayudar a reflotar nuestra maltrecha economía familiar. Pocas veces en mi vida he tomado una decisión más acertada: le debo a aquellos maravillosos años el privilegio de poder contar con un puesto de trabajo que hoy me proporciona una situación laboral estable y desahogada.
Vinieron luego estudios de más enjundia, carreras universitarias que certificaron que sólo sé que no se nada, pero fue aquella formación, basada en el saber hacer, la que me libró de pasar los lunes al sol. La contabilidad, la taquigrafía, las prácticas de oficina, la estenotipia (que descubrimos que no era una enfermedad sino una asignatura) y, sobre todo, la mecanografía, fueron la llave maestra que nos abrió las puertas de muchas empresas.
El Padre Martínez, S.J. en una foto tomada en su 68 cumpleaños.
Todavía hoy, coloco los dedos en el teclado del ordenador y oigo la voz del Padre Martínez diciendo "ya"; el crepitar metálico de aquellas Olivettis 98; el ring que anunciaba que nos acercábamos al margen derecho; el acento, que a veces se atascaba. Y nuestros dedos como galgos, acortando el tiempo, achicando los textos, enfermos de velocidad y pulsaciones. (Texto: Pepe Mendoza).