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1.242. PEDRO HERNÁNDEZ CABRÓN. Hacer una ‘cabronada’.

Hacer una cabronada es una expresión que data de la época de la expulsión de los judíos. Para los judíos que no se quisieron bautizar se decretó por medio de un edicto de los Reyes Católicos del día 31 de marzo de 1492. En él se disponía que en el plazo de tres meses abandonaran el país ya que su fe causaba un gran daño a la Santa Fe católica. Se suponía que en ese plazo podrían vender todas sus pertenencias ya que no podían sacar oro ni plata. Algunos salieron por la frontera de Portugal, otros fueron conducidos hasta Navarra, pasando a Francia por los Pirineos y otros fueron obligados a embarcar. Se habilitaron los siguientes puertos de embarque: Laredo para los procedentes de Castilla, León y Asturias, que saldrían para los Países Bajos e Inglaterra. /En la ilustración, Pedro Hernández Cabrón. en la novela de Javier Fornell Fernández ‘Llamadme Cabrón’.

En Cartagena, Málaga y El Puerto de Santa María se concentraron los que venían de Granada y Sevilla. Abraham Senneor era uno de los secretarios de Fernando el Católico al que se le encomendó contratar los barcos que llevarían a los judíos fuera de la península (este se bautizó y tomó el nombre de Alfonso de la Caballería). Alfonso de la Caballería contrató a Pedro Hernández Cabrón para que con sus barcos trasladase a todos estos judíos.

Expulsión de los judíos. Grabado anónimo.

Según las crónicas, los barcos de este señor eran viejos, hacían agua,estaban escasamente dotados de víveres para dicha travesía y los judíos fueron hacinados en las calas en las peores condiciones imaginables. El traslado de los judíos a las costas de África fue la ocasión para que el tal Cabrón hiciese una de las suyas.

Después de una travesía azotada por los vientos de levante, propios de la época, llegaron a la llamada "Playa de los Andalusís", muchos de ellos se negaron a desembarcar, entonces por orden de Pedro Hernández Cabrón, los marineros fueron arrojando a la fuerza a las arenas de la playa dejándolos allí abandonados a su suerte. Fue una ‘cabronada’. Los moros que vivían en aquel lugar, pensando que llevaban joyas, dinero y objetos de valor les atacaron pudiendo muchos de ellos salvar la vida gracias a la ayuda que les prestó un corsario genovés llamado Fregoso que se encontraba en aquellas aguas.

En la portada de Diario de Cádiz se recoge la aparición de monedas y otros objetos en El Puerto.

Fruto de esta ‘cabronada’ fueron los acontecimientos que se produjeron en la margen izquierda del Guadalete en los últimos años del primer tercio del siglo XX. Muchos de estos judíos pensaron que pasando algún tiempo podrían volver a sus casas y enterraron lo que pudieron en las márgenes de algún río cercano o en las arenas de alguna playa. En 1929, el Marqués de Estela, General Primo de Rivera, consigue que canalicen el río con un profundo dragado. Meses después en la margen izquierda del río aparece una gran torta de arena que la marea dejaba al descubierto, esta torta estaba junto a la Virgen del Carmen, de allí empezaron a aflorar monedas y objetos de valor, que según parece pertenecieron a los judíos que navegaron con Pedro Hernández Cabrón hacia tierras argelinas.

El río Guadalete en los años veinte del siglo pasado.

Por cierto que un afamado bodeguero de esta época siempre solía hallarse presente mientras que humildes portuenses rebuscaban entre el limo de las arenas y cuando alguno encontraba algo de valor, fundamentalmente monedas, él se las compraba. A veces surgía la picaresca y hubo quién le dió ‘gato por liebre’  diciendo que había encontrado algo de valor que no era otra cosa que algún trasto viejo recubierto de fango. (Texto: Luis Benítez Carrasco).

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