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1.259. EVA GONZÁLEZ LINDBERG. No se llama copla.

El lado oscuro. Nacida en Cádiz en 1982, utiliza el apellido sueco de su madre, Lindberg, para firmar las fotos que expone en La Casa del Libro de Sevilla. La fotógrafa vive en El Puerto de Santa María, equidistante entre su Cádiz natal y su Jerez profesional, la patria de los Morenatti. Le gusta pintar al óleo y escribir para sí. Buena afición para quien expone en La Casa del Libro. La mejor pinacoteca. "Por aquí entra una media diaria de dos mil personas", dice Manuel de Medio. Llegado de los mares de Cádiz, pasa por la puerta Guillermo Pérez Villalta. ¿Entrará a ver la obra de su paisana?

Su abuela sueca se enamoró de España y su madre sueca se enamoró de su padre andaluz. Por eso esta Eva González no se llama Copla, se llama Lindberg, apellido materno con el que firma sus fotografías. Una selección de su trabajo, "un año de sentimientos caóticos, de altibajos", se puede ver en La Casa del Libro bajo el título de Lost mind of mine (Perdida en mi mente).

Es como una película de Ingmar Bergman protagonizada por Alfredo Landa. Anne Irene Lindberg, natural de Linköping, a dos horas en coche de Estocolmo, estaba de vacaciones en Mallorca. Se le cayó el bolso y una mano anónima se lo recogió del suelo. El flechazo saltó al instante. La generosidad se llamaba Antonio y se apellidaba González, era cordobés de Lucena y marinero de profesión.

Eva González Lindberg nace en Cádiz, como buena hija de hombre de la mar, el 2 de noviembre de 1982, cuatro días después del triunfo electoral de Felipe González. Quien suba las escaleras de la Casa del Libro verá un trabajo de fotografía artística, pero ella vive de hacer reportajes de bodas. Es la pequeña de las cuatro hijas del matrimonio entre el andaluz y la sueca. Miryam, la mayor, se dedica a la fotografía publicitaria en Ubrique. Diana trabaja de peluquera en Murcia. Susana, la tercera, es la única que eligió la patria de su madre y está empleada en los ferrocarriles suecos.

El divorcio de sus padres convirtió a esta gaditana de cuna en ciudadana sueca. "Con nueve años nos fuimos con mi madre a Suecia". Allí conectó con la rama artística de la familia. Su abuelo Lennart abrió el primer pub para bailar en Linköping. "Tenía un cuarto oscuro en el que hacía fotos". Fue su magisterio. Eva hizo muchas fotos en Suecia, pero todas las que expone en la calle Velázquez están tomadas en escenarios de la provincia de Cádiz. "Son personas sin cara, como atrezzo", dice su introductor, David Selva, profesor de Publicidad en la Universidad de Cádiz. Fotos para tiempos de crisis, palabra que Eva asocia con el cambio. "En cuestión de emociones, Proust dice que los peores momentos son a la postre los mejores", opina el joven profesor de Publicidad.

La hija del cordobés y la sueca expone en Sevilla, la ciudad en la que estudió Periodismo y en la que vivió cinco años en Triana y cerca de Santa Justa. Nunca navegó con su padre, "siempre estaba fuera de casa", pero la primera foto que vendió en Suecia era la imagen de un barco. Prefiere el síndrome de Cádiz al de Estocolmo, mejor una playa que cien fiordos. Le ha salido, tal vez sin querer, una síntesis asimétrica de sus dos patrias, de esos apellidos que se conectaron en unas vacaciones en Mallorca. Estampas andaluzas con una visión "oscura, abstracta" que atribuye a su visión sueca de la vida, "ésa que ahora se ve en las novelas nórdicas". Entre Mankell y Larsson, se queda con el segundo, aunque confiesa que no ha leído la trilogía, "está mal que lo diga teniendo sangre sueca". O bien, porque ellos tienen la novela y a España llegó la novelería.

Asistentes a la Exposición 'Lost mind of mine' en la Casa del Libro de Sevilla. Con Mirian Ramos Rodriguez, Mar Gamero Sánchez, David Selva y Marta Sanchez Merino.

A la negritud sueca, contrapunto del landismo, le plantean alternativas más diáfanas: La canción del pirata, de Fernando Quiñones, Moby Dick, donde un personaje de Melville interpela a la tripulación: "¿Sabéis dónde está Cádiz, hombres de la mar?", o Las babas del diablo, un relato de Cortázar, bellísima apología de la fotografía que llevó al cine Michelangelo Antonioni (Blow Up). (Texto: Francisco Correal).

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