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ALBERTI_MATEOS_puertosantamaria

Foto: Julián Santiago.

Muchas cosas le debo en mi vida a don Antonio Machado, pero quizás la más sorprendente y luminosa sea el haber conocido en el pueblo jienense de Baeza, durante un homenaje dedicado a él, a una joven escritora y profesora de literatura, María Asunción Mateo, de la que, desde entonces, ya no me he separado.Hace de esto casi 11 años, y esa aparición imprevista, que, al igual que aquella otra ("Cuando tú apareciste, / penaba yo en la entraña más profunda / de una cueva sin aire y sin salida"), también debía estar escrita, cambió nuevamente el inquieto rumbo de mi vida. Ignoro todavía cómo dentro de mi vertiginoso vivir los encuentros con ella fueron multiplicándose hasta convertirse en imprescindibles, alimentados por sus relampagueantes y acelerados viajes desde Valencia y por ese hilo mágico del teléfono que día y noche nos mantenía unidos.

Todo sucedía en la más secreta complicidad en mi antiguo apartamento, desde aquel piso 17 que parecía aislarnos de todo y acercarnos más a esa constelación de la que ella, seguramente, procedía. Hasta que un accidente de tráfico obligó al viejo marinero incansable a anclar durante un tiempo su barca y la desconocida profesora tuvo que afrontar la difícil situación de pasar del cómodo anonimato de las aulas al comentario de nuestra relación en las páginas de los periódicos.

Como buen andaluz tengo algo de supersticioso, sobre todo si se rompe un espejo en mi presencia, y, sin embargo, un martes y 13 de julio, antes de que las calles de El Puerto recobrasen del todo su inigualable luz, María Asunción por una puerta y yo por otra nos reunimos ante una jueza que, como suele decirse en estos casos, nos casó "en la más estricta intimidad". Ni fotógrafos ni periodistas. Mi mujer logró con su extremada prudencia que nadie se enterara de la decisión que habíamos tomado de una forma tan rápida como natural.

A los pocos minutos de finalizar la ceremonia y sin saber cómo, la noticia se propagó a través de muchas emisoras de radio, incluso en elTelediario: "El poeta Rafael Alberti, de 87 años, se ha casado esta mañana en El Puerto de Santa María con la profesora valenciana María Asunción Mateo, divorciada y especialista en su obra". Ni qué contar la que se organizó y la de gente que aún no parece haber perdonado nuestro secreto. Los fotógrafos pasaron la noche en el vestíbulo del hotel Puerto Bahía, en donde nos encontrábamos, en busca de una exclusiva, oh sorpresa, millonaria. No se nos ocurrió movernos de la habitación y dejamos incomunicados los teléfonos. Cuando amaneció, todo parecía haberse contagiado de la serenidad que tenía el mar de mi bahía frente a nosotros. La boda del nonagenario poeta, del único superviviente de la generación del 27, parecía, afortunadamente, ya no ser noticia.

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Foto: Miguel Ángel Paradela.

A la salida del juzgado, acompañados de unos ámigos, fuimos a desayunar chocolate con churros al bar La Aurora, en la plaza Mayor, en donde se encuentra la Prioral, a la que de niño acudía casi a diario con mi madre para rezar en la capilla de Santo Tomás de Villanueva. Esa misma plaza que yo cruza ba corriendo por las mañanas para ir al colegio de San Luis Gonzaga. Cuántos recuerdos se agolparon de pronto en mí: las dunas calientes y deslumbradoras, mis visitas por las azoteas a Milagritos Sancho, el afectuoso padre Lirola, las onzas de chocolate de Paca Moy... Y como un extraño milagro, en medio de la calle apareció una anciana a saludarnos, mientras sonriendo me ofrecía una naranja: -Don Rafael, soy la nieta de Paca Moy, la que cuidaba de usted cuando chico...". La emoción fue grande al encontrarme, ya casi al: final de mi vida y a punto de comenzar otra totalmente rejuvenecedora, a aquella viejecita idéntica a la bondadosa mujer que me vio nacer, la misma que sacudía de mi cama la arena delatora de mis rabonas escolares, la cómplice silenciosa de tantas travesuras infantiles para salvarme de severos castigos...

¿Qué hubiera pensado Paca Moy al ver esa mañana a su Cuco, como entonces me llamaba, con el pelo más blanco que el suyo, apoyado en un bastón y del brazo de una atrayente mujer que podría ser mi hija o mi nieta con la que había acabado de casarme?

El retorno a mis nunca cortadas raíces, a mi Puerto de Menesteos, a mi río del Olvido, a mis araucarias, a mis retamas blancas y amarillas, dejando atrás unos últimos años de desorientada soledad y angustiosa incertidumbre, se lo debo a una casual y misteriosa aparición que mi generoso destino, a pesar de los mayores desastres, siempre me ha ofrecido y que, como un último premio, ha puesto un nuevo y cálido resplandor al final de mi camino: "Para algo llegaste, Altair, descendiste / de tu constelación en pleno día. / Nunca bajó una estrella / a enramarse del sol de los olivos, / ni la cal de los pueblos / pasó del blanco puro a ser más blanca / ni el viento de esa noche / a prolongar su canto más allá de la aurora. / Nunca se vio una estrella a pie por los caminos, / ni pararse de pronto, detenerse, / señalando, prendiendo, iluminando / algo que no esperaba. / Para algo Altair descendió desgajándose de su constelación aquella noche". /Texto: Rafael Alberti. 27 Octubre 1992.

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