Al fondo la Sierra de San Cristóbal, desde El Puerto, en imagen tomada en los años 70.
En 1268, cuatro años después de que Alfonso X conquistara el territorio de la cora (provincia) andalusí de Siduna, se procedió al reparto de las tierras y aldeas que conformaron el actual término municipal portuense, a excepción de Sidonia. Sidonia era la antigua capital de la cora (743-845) que existió en el entorno del Castillo de Doña Blanca (ver nótula 2.451), cuyo término no fue incorporado a Santa María del Puerto hasta comienzos de 1284, poco antes de fallecer –el 4 de abril- el rey Sabio.
Ubicación de las cuatro ermitas que se levantaron en la Sierra entre los siglos XIII y XVIII, enumeradas por su antigüedad.
El mismo año, su hijo y sucesor, Sancho IV, otorgó el señorío de El Puerto de Santa María –incluida Sidonia- al almirante genovés Benedetto Zaccaria a cambio de la vigilancia de la costa entre el Guadalete y el Guadalquivir para defenderla de los ataques mariníes procedentes del norte de África que azotaban la región desde la década anterior. Pese a ello, como había ocurrido en 1277, El Puerto fue atacado y asolado en mayo de 1285 por los mariníes. En octubre, cristianos y musulmanes firmaron la paz, despejándose la inseguridad reinante y comenzando una etapa de relativa tranquilidad.
Por entonces sería cuando la religión cristiana se asentó en la Sierra de San Cristóbal con la fundación en Sidonia de una ermita, la primera de las cuatro que se levantaron en la Sierra hasta comienzos del siglo XVIII, de las que a continuación haremos memoria.
ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DE SIDUEÑA…
La torre de Doña Blanca en una imagen de los años 20, donde en el s. XIII se levantó la ermita de Sidueña.
Acerca de la antigüedad de la ermita de Ntra. Sra. de Sidueña (voz derivada de Siduna y Sidonia), que se emplazaba donde está la torre de Doña Blanca y seguramente donde estuvo la ermita visigoda del s. VII (ver nótula 2.430), el vicario Martín de Radona escribió en 1561, en un informe enviado al arzobispado hispalense dando cuenta de los antecedentes de las fundaciones religiosas portuenses, que “es ermita tan antigua como la iglesia antigua de esta dicha villa [Castillo de San Marcos] y parece allí fue pueblo de por sí y así tiene límites y término.” Probablemente fundada, añadimos nosotros, una vez que su término se incluyó en el portuense y firmada la paz con los musulmanes, por el tiempo en que Sancho IV otorgó, en septiembre de 1285, el priorato a la iglesia-fortaleza de Santa María del Puerto.
A la izquierda, imagen de Ntra. Sra. de Sidueña, desde el s. XVI recogida en el Castillo de San Marcos. Foto, Juan José López Amador.
Y decía el vicario Radona que la advocación de la ermita desde su origen era la de Nuestra Señora de Sidonia –antes, tanto da, de Sidueña-, y que el recinto religioso estaba a cargo de un ermitaño que remediaba sus necesidades con limosnas, sin poseer renta alguna, celebrándose su festividad en la Natividad de la Virgen, el 8 de septiembre, al igual que la de Santa María del Puerto, por otro nombre Virgen de los Milagros. En las vísperas, a la ermita acudía a decir misas el cura de la Prioral con un sacristán, y en su festividad se celebraba una romería a la ermita a la que acudía, decía el vicario, “mucha gente, así de esta dicha villa como de Xerez de la Frontera.”
A Luis Suárez Ávila se le debe otra valiosa información para conocer el devenir de la venerada imagen de la Virgen de Sidueña. Se conoce que entre 1561 (el año del testimonio de Radona) y 1577 se perdió, tres siglos después de comenzar, el culto en la ermita de Sidueña, trasladándose su imagen titular en la década de 1580 al Castillo de San Marcos. En la vieja iglesia-fortaleza recibió culto bajo el amparo y devoción de Isabel de Ucedo, esposa del alcaide del Castillo, el capitán Bartolomé del Águila, hasta que en tiempos de su sucesor, Diego Vélez de Ydiáquez (1618-1622), cuando se realizaron reformas en el Castillo por su pésimo estado, se perdió el culto. Sería entonces, como era acostumbrado en la época hacer con las imágenes religiosas en mal estado de conservación, cuando Nuestra Señora de Sidueña se emparedó en los bajos de la torre ‘del Homenaje’, donde fue descubierta en una oquedad en 1934, al retirarse el altar de la capilla del Sagrario.
…Y TORRE DE DOÑA BLANCA
En la imagen de la izquierda, tal como ha llegado a nuestros días la torre de Doña Blanca, tras su reedificación de 1860. Foto, J.J.L.A.
Decíamos que la ermita de Ntra. Sra. de Sidueña se levantó en el último tercio del siglo XIII en el lugar donde se levanta la torre de Doña Blanca, en el extremo occidental de la colina artificial formada por la superposición de las sucesivas ciudades fenicias –y la andalusí Siduna- que conforman el yacimiento arqueológico.
El origen de la torre que hoy contemplamos es tan incierto como su historia. Tradicionalmente se la ha considerado –dominando como domina las marismas del Guadalete y la bahía de Cádiz- como una torre-vigía construida en el s. XIV o comienzos del XV. Pero hay que tener presente que la construcción que hoy vemos es una reedificación levantada en 1860 sobre los cimientos de una torre preexistente, obra que realizó su propietario, Francisco de Asís Ponce de León y Fernández de Villavicencio (1806-1887), V marqués del Castillo del Valle de Sidueña (título que en 1694 otorgó Carlos II a favor de su tatarabuelo Juan Núñez de la Cerda y Ponce de León).
A vista de pájaro, la planta de cruz griega de la torre. Vuelo Municipal 2001.
De la primitiva torre, el historiador jerezano Bartolomé Gutiérrez apuntó en 1757 que “está muy arruinada, pero se ven todavía sus circuitos de muros, sus pedazos de elevada torre…”; Fernán Caballero, a mediados del XIX, en la novela Un servilón y un liberalito, escribió: “Este castillo, de que apenas quedan vestigios […] se ha caído como una barraca”; y en un documento de 1926 leemos que era un “torreón levantado sobre las ruinas del primitivo Castillo”.
Posible diadema de oro con inscripción (NE) de fines de la Edad Media o de la moderna hallada en las excavaciones arqueológicas de 1981 en una fosa situada delante de la puerta de la torre. Museo Municipal de El Puerto.
La torre, que está construida con piedras, ripios y sillarejos del propio yacimiento arqueológico, tiene la sorprendente singularidad –por poco habitual- de tener la planta de cruz griega, siempre vinculada, desde época bizantina, a recintos religiosos. Por ello –a falta de un estudio en profundidad del inmueble y su historia, que nunca se ha realizado-, la torre reedificada en 1860, a nuestro juicio, sería una reconstrucción, más o menos acertada, de la ermita de Ntra. Sra. de Sidueña, la originaria del s. XIII, que bien entonces o en algún momento del s. XIV se fortificó, cumpliendo la función de torre de vigía y de señales, como fue habitual durante la Baja Edad Media e indicaremos en el siguiente epígrafe. La puerta de acceso tiene un arco apuntado, propio de la arquitectura gótica (ss. XIII-XV), al igual que las cuatro ventanas que se abren en sus fachadas mayores.
Otro asunto que nunca se ha verificado es la secular tradición de que la torre –la originaria ermita fortificada, de donde tomó el nombre- acogió, tras estar un tiempo encerrada en el alcázar de Jerez, la prisión y muerte de la reina Doña Blanca de Borbón en 1361 por orden de su marido Pedro I de Castilla; tradición compartida con la torre homónima de Medina Sidonia. (Cuatro años antes, en 1357, el rey mandó decapitar al señor jurisdiccional de El Puerto, Juan de la Cerda.)
Epitafio de la tumba de la Reina Doña Blanca de Borbón en la iglesia de San Francisco de Jerez. Traducida del latín dice: CONSAGRADO A CRISTO, SUMO BIENHECHOR Y TODOPODEROSO SEÑOR NUESTRO. DOÑA BLANCA, REINA DE LAS ESPAÑAS, HIJA DE BORBÓN, DESCENDIENTE DEL ÍNCLITO LINAJE DE LOS REYES DE FRANCIA, FUE GRANDEMENTE HERMOSA EN CUERPO Y COSTUMBRES. MAS PREVALECIENDO LA MANCEBA, FUE MUERTAPOR MANDATO DEL REY DON PEDRO EL CRUEL SU MARIDO. AÑO DE NUESTRA REDENCIÓN 1361, SIENDO ELLA DE EDAD DE 25 AÑOS.
En Medina, en 1859 se colocó una placa rememorando el episodio, circunstancia que motivó al marqués del Castillo de Valle de Sidueña a reedificar de sus ruinas la torre portuense al año siguiente y disponer también, bajo el escudo de su casa nobiliaria, otra lápida evocando la estancia y muerte de la reina. Tanto da. La misma tradición mantenida en ambas Sidonias también es historia. Al día de hoy lo único constatable es que la reina fue enterrada en el jerezano convento de San Francisco, donde reposan sus restos.
LA CARTUJA QUE NO FUE
Grabado de la Cartuja de Jerez.
El carácter sagrado que siempre fue connatural a la Sierra de San Cristóbal también se entrevé en proyectos que no llegaron a materializarse. El más destacado surgió a raíz de que el caballero jerezano Álvaro Obertos de Valeto donó su fortuna en 1472 a la sevillana Cartuja de Santa María de las Cuevas para que la orden fundara un convento en el término de Jerez. Decidieron los monjes, con la aprobación del arzobispado de Sevilla, que se erigiera en Sidueña, junto a la ermita de su nombre (en los 180.000 m2 que forman el cerro del Castillo de Doña Blanca). En la licencia que para ello otorgó el arzobispo hispalense, se lee: “por el tenor de la presente damos, enajenamos, unimos e incorporamos perpetuamente para siempre jamás la dicha ermita de Santa María de Cidueña a la dicha orden de Cartuja…”.
No obstante, el patrocinador de la fundación discrepó con la designación del lugar al encontrarse en el término de un señorío –de los Medinaceli- y no en tierras realengas jerezanas, como era su deseo y tal como fue al paso de unos años, en diciembre de 1478, cuando comenzó a levantarse la actual cartuja de Nuestra Señora de la Defensión donde existía, desde 1369, la ermita de la Virgen de la Defensión.
Pero ese intento frustrado, el hecho de que la primera opción de la orden cartujana por levantar el monasterio fuese en las tierras de Sidueña, marca el peso y la tradición religiosa e histórica de su solar.
ERMITA DE SAN CRISTÓBAL
Situación de la ermita y torre de San Cristóbal en el dibujo que sobre El Puerto realizó en 1567 Anton van de Wyngaerde. Biblioteca Nacional de Viena.
Enfrente del Castillo de Doña Blanca se levanta el Cerro de San Cristóbal (124 m), en dedicatoria a Cristóbal de Licia, el gigante cananeo del siglo III que, según la tradición católica apócrifa, tras su conversión al cristianismo en Licia se dedicó a ayudar a los viajeros a cruzar el peligroso vado de un río llevándolos sobre sus hombros, y entre ellos al Niño Jesús (sic), que lo bautizó como Cristóbal, el ‘portador de Cristo’. Otra tradición lo hace natural de Tiro o Sidón: nuevamente “presente” en la Sierra el territorio fenicio, de donde procedían los fundadores de la ciudad de Doña Blanca y de la andalusí Siduna.
En apunte tomado por Wyngaerde desde Jerez (1567), la torre-ermita de San Cristóbal y la aldea y embarcadero de El Portal. Biblioteca Nacional de Viena.
La mención más antigua que conocemos de la Sierra con el nombre de San Cristóbal se encuentra en unas ordenanzas municipales del concejo de Jerez de septiembre de 1450. En ellas, ante el eminente peligro de contingentes musulmanes reunidos en Jimena que pretendían llegar a la bahía de Cádiz y a los campos de Jerez para desolarlos, se ordenó que se apostara gente en la cima del cerro de San Cristóbal (y en otros cinco enclaves altos del entorno de la ciudad de Jerez) para que hicieran fogatas y ahumadas de aviso a la llegada de los nazaríes.
Localización del sistema de señales de aviso entre Cádiz y Jerez en los siglos XV-XVI. Foto, Google.
Este sistema de avisos ante la presencia de ‘moros en la costa’ se consolidó a partir de agosto de 1503, cuando se estableció un concierto de señales –almenaras (fuegos) de noche y ahumadas de día- entre Cádiz y Jerez, donde se encontraban las milicias urbanas más preparadas y numerosas para repeler los ataques. Desde entonces, los avisos del arribo a la bahía de Cádiz de nazaríes, piratas berberiscos y turcos, se jalonaron, al modo de una cadena visual, desde distintos puntos, variables al paso del tiempo: En Cádiz, desde la ermita de Santa Catalina y el Castillo de la Villa; en El Puerto, desde la ermita y torre de Santa Catalina, la torre ‘del Homenaje’ del Castillo de San Marcos, la torre-ermita de Doña Blanca y la torre de San Cristóbal; y en Jerez se recibían las señales en la Puerta de Rota, en la torre de la Atalaya aneja a la iglesia de San Dionisio y en la torre de la iglesia del Salvador (Catedral).
Donde se situaba la torre-ermita de San Cristóbal se encuentra un subterráneo visible en el perfil de la Sierra. Foto, J.J.L.A. 2014.
En el cerro de San Cristóbal, donde están los depósitos de la Confederación Hidrográfica, a comienzos del s. XVI –poco después del acuerdo (1503) entre gaditanos y jerezanos- Jerez construyó una torre para mejorar la vigilancia de las incursiones en la bahía y recibir las señales de aviso. La torre se construyó aneja a una ermita que bajo la advocación de San Cristóbal se erigió hacia el año 1486, a iniciativa y sufragada por el jerezano Alonso Martín. Al respecto, el vicario Martín de Radona apuntó en el citado informe de 1561 que “no hay escritura pero hay personas antiguas que lo certifican y conocieron al dicho Martín y concuerdan en que hace 75 años poco más o menos la fundación de dicha ermita […]. Donde está esta ermita estaba un torrejón pequeño donde se ponían las velas en la dicha ermita para guardar la costa de los moros”.
Bartolomé Gutiérrez anotó el estado de ambas construcciones en 1757: “Hay en la cima de esta dicha sierra de San Cristóbal, las ruinas de otro antiguo castillo, y junto a él una antigua capilla derribada que era de la advocación del dicho Santo […]. Esta fortaleza y capilla conservan las memorias de aljibes y subterráneos que son indicios de su vejez y fuerte habitación y por estar en lo más encumbrado descuellan tanto sus ruinas que se registran en toda la costa y tierra adentro, como fábrica muy precisa para la vela y guarda de este país.”
Finalmente, el gaditano Arístides Pongilioni dejó escrito en 1862 que aún se conservaban las ruinas de las viejas ermita y torre, y una leyenda: “Más adelante [del Castillo de Doña Blanca], otras ruinas señalan sobre una sierra el sitio donde después de la conquista se cree estuvo otra ermita con el nombre de San Cristóbal sirviéndole de base las ruinas de un castillo antiguo, en donde cuenta una tradición que murió la reina Egilona mujer de Don Rodrigo.”
ERMITA DE SANTIAGO DE LOS CANTEROS
La tercera ermita serrana se levantó bajo la advocación de Santiago, el patrón de España, siendo conocida popularmente como Santiago de las Canteras y Santiago de los Canteros, que fueron los devotos casi exclusivos de su culto junto a los carreteros. Acerca de su origen Radona contó que existió una primera ermita dispuesta en una cantera subterránea y posteriormente se levantó otra labrada de nueva planta en la superficie, junto a la antigua, donde, decía el vicario, se había aparecido el apóstol. Tradición ésta compartida con otra que recogió el historiador jerezano Esteban Rallón en 1660: “Es tradición asentada en esta ciudad [Jerez] y su comarca, que en una de las grandes grietas y cuevas que se han hecho en aquella sierra para sacar piedras, se halló una imagen de bulto con el Santo a caballo, con la espada arbolada en la diestra, que se ha conservado en la misma ermita, aunque hoy está caída, y debe la ciudad repararla, para que no se pierda la memoria.”
Esa escultura de Santiago a caballo referida era la de su figuración como ‘Santiago Matamoros’, que se difundió en España durante la segunda mitad del siglo XV y todo el XVI representando la defensa de la fe católica frente a los ataques de los musulmanes, principalmente turcos, que asolaban las poblaciones costeras. /En la imagen de la izquierda, altar y retablo de la ermita de Santiago de los Canteros (s. XVII), conservado en la Prioral. Foto, J.J.L.A.
Se conoce también por Radona que en 1559 llegó a El Puerto, embarcado en una de las galeras Reales procedente de Italia y que en el Guadalete hacían las invernadas, un peregrino de Jerusalén que al llegar preguntó si existía en la ciudad una ermita consagrada a Santiago. Informado de la ermita de la Sierra y necesitando por su mal estado su reparación, se comprometió a obtener licencia del arzobispado para pedir limosnas entre las gentes de las galeras y en otras partes y aplicar su producto a su reforma.
La escultura titular de la ermita, la que mencionaba Rallón en 1660, fue sustituida por otra que realizó el escultor sevillano, asentado en El Puerto desde 1681 y hasta su muerte, Ignacio López (1658-1718), que la esculpió durante la década de 1690, según estudió José Manuel Moreno Arana. No tuvo larga vida, pues fue destruida durante la ocupación de El Puerto por tropas anglo-holandesas en 1702, durante la guerra de Sucesión.
Detalles del retablo de Santiago con pinturas que representan a la Virgen del Pilar y a San José con el Niño Jesús. Foto J.J.L.A.
Afortunadamente, sí ha llegado a nuestros días el bonito retablo de la ermita de Santiago que presidió la desaparecida escultura, que está en la Prioral, en la capilla del Santo Nombre de Jesús que está a cargo de la Hermandad de la Misericordia. Probablemente se construyera al tiempo que Ignacio López modeló el santo titular. Se remata el retablo con una escultura de Santa Catalina de Alejandría, la patrona, entre otros oficios, de los carreteros, que, como es sabido, en las canteras su labor era tan importante como la de los propios canteros. De arriba abajo del retablo se reparten hasta seis cruces de Santiago, y en los laterales dos pinturas con la representación de la Virgen del Pilar y San José llevando al Niño Jesús.
La ermita de la cantera y la levantada en superficie se emplazaban en el cerro de Buenavista, en las inmediaciones del actual cortijo de su nombre. Futuras investigaciones probablemente podrán localizar la cantera de su primera sede.
ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DE LA PIEDAD
Detalle de la planta de la ermita de La Piedad (L) y en su derredor la hospedería, en un plano de 1726 que recoge las conducciones de agua de Sidueña. Letra P: huerta de Carmona. Archivo General de Simancas.
Finalmente, la cuarta y última ermita que se levantó en la Sierra lo fue en el sitio de La Piedad, donde hoy está derruida la venta Los Álamos, al pie del Castillo de Doña Blanca e inmediata a la fuente principal de los manantiales y acueducto de La Piedad, de donde tomó el nombre su advocación: Nuestra Señora de La Piedad.
Se construyó en año indeterminado de comienzos del s. XVIII, con seguridad, antes de 1726. Al respecto, B. Gutiérrez escribió en 1757: “…es su advocación de la Piedad y así se llama la ermita y esta capilla es de poca antigüedad porque su fábrica así lo publica y en ella no hay lápida, memoria ni número que lo indique; ni da razón el capillero de escritura ni libro de donde se pueda inferir; solo tiene el retablito el devoto que lo costeó (que tiene pocos años) en un rótulo de doradas letras que dice el nombre y año en que lo hizo.”
El portuense Ruiz de Cortázar nos legó en 1764 esta valiosa información: “Tiene esta ermita diferentes salas que sirven de hospedería a las familias de Cádiz, Jerez y este Puerto, que van a cumplir sus votos a la piadosa Imagen que se venera en este santuario o a divertirse en el ameno campo o valle de huertas, abundante de aguas que espontáneamente manan, con agradable vista y beneficio de las plantas en todo el año alegres y frondosas.”
En la imagen de la izquierda, La ermita de La Piedad en un dibujo de la 1ª edición de Caín (1873) del Padre Coloma.
Este otro testimonio, de 1862, es del gaditano A. Pongilioni: “Más abajo [del Castillo Dª Blanca] se levanta la ermita de Nuestra Señora de la Piedad, rodeada de una preciosa huerta llamada de los Abades […] Entre aquellos espesos naranjales, en aquel terreno abierto de frondosas arboledas, dicen que existió un pueblo del cual apenas van quedando vestigios, llamado Sidonia o Sidueña.”
Finalmente, el jerezano Padre Luis Coloma, en su relato Caín, editado en 1873 y cuya trama transcurre en las célebres huertas del Valle de Sidueña, dejó escrito: “se detiene ante una ermita arruinada, para acatar la majestad caída, para llorar las ruinas que el hombre hace, indignado ante el abandono del cristiano, y sigue luego pesaroso su marcha, mientras la ermita, sola, triste, con sus muros destruidos, su iglesia sin puertas ni techo, su campanario sin cruz que lo corone ni campanas que le den lengua…”.
Ermitas de Sidueña y de las aguas de La Piedad, la del santo titular de la Sierra y la de Santiago de las Canteras; las canteras que forman el impresionante y bellísimo patrimonio –al día de hoy abandonado a su suerte y deterioro- del que escribiremos en la próxima entrega. /Texto: Enrique Pérez Fernández y Juan José López Amador.
A Fernando Díaz: Pues sí, cuando se tiene razón hay que reconocerla y pedir disculpas. No mencionar la procedencia de donde tomamos la citada imagen de Wyngaerde fue un error por decidir que era suficiente citar el lugar donde está el dibujo -la Biblioteca Nacional de Viena- y obviar que los 3 letreros en castellano y holandés superpuestos a los originales de Wyngaerde eran un añadido de usted. Le reitero en nombre de mi compañero y en el mío propio nuestras disculpas, le felicitamos por su espléndido blog y le mandamos un saludo afectuoso.
Muy buen artículo, mis felicitaciones, lo único que me gustaría que se incluyese la referencia a la imagen de la Sierra de San Cristóbal de elaboración propia y procedente de mi blog. Remito la direccion del mismo para su comprobación.
http://7vedute.blogspot.com.es
Muchas gracias por adelantado y un saludo. Fernando Díaz