Permanece aún en el aire la mirada alucinada de aquel héroe troyano entrando con su tripulación por la desembocadura del Guadalete, instantes antes de darle su nombre a la ciudad que acababa de descubrir, la más hermosa del mundo: Puerto de Menesteo. /En la imagen de la izquierda, ilustración del rey ateniense Menesteo en la Guerra de Troya, procedente de un vaso griego de figuras rojas del 450 a.C. (LIMC VI.1, 1992, s.v. Menestheus. París, Louvre G 341). Identificación y pie de foto del Museo Municipal.
Permanece todavía la sangre derramada por visigodos, musulmanes y cristianos en las aguas del Río del Olvido; los pasos perdidos de Cristóbal Colón por el barrio alto a la búsqueda de financiación para su viaje al Nuevo Mundo; la traición de Fernando VII, el rey felón, derogando una mañana de mayo en una casa de la calle Larga la Constitución de 1812.
No ha borrado el tiempo ni el viento de levante las palabras luminosas que encendían las tertulias de los ilustrados del XVIII; ni la esperanza de los rostros de los hombres que sacaron a la caída de la tarde al balcón de la Plaza Peral la bandera tricolor aquel 14 de abril de 1931; ni el sufrimiento ni los gritos de dolores no amortajados que aún salen del Penal, aquel pudridero de hombres.
Aún huele a sudor y a fatiga de pobre en el muelle y en las bodegas en las que marineros y arrumbadores siguen cumpliendo con las dignidades del trabajo. Continúan en el aire las voces y los ecos de los patios de vecinos, aquel mundo lento, humilde y decente en el que las horas tardaban días en pasar; el olor a sol y a jabón de la ropa tendida; los cierros y los balcones en los que aprendimos a mirar el mundo; las mujeres con los ojos en la costura y los oídos en la radio escuchando la novela en aquellas casas viejas en las que aún queda algo de quienes las vivieron.
Suena, como un rumor de memorias, el ruido y las voces en los viejos bares en los que los paisanos y el tiempo se bebían a chicas las vendimias de la vida; la música metálica del afilador; el palique elegante y persuasivo del turronero; la letanía esperanzada del ciego de los iguales para hoy; los pasos cansados del Sereno guiando al penúltimo noctámbulo rezagado.
Todo empezó, al menos eso cuenta la leyenda, con aquella mirada alucinada del héroe troyano, al que le faltaron ojos para contemplar la belleza de la ciudad que acababa de descubrir, la más hermosa del mundo. Esa belleza todavía permanece. Como Menesteo, solo hay que saber mirar. /Texto: Pepe Mendoza.