Se lo escuché a un portuense: “El Puerto sería un lugar ideal si pudiéramos darle la vuelta como una caja destapada, y sacudiéndolo vigorosamente, dejar caer fuera a todos los portuenses...” Naturalmente que ni él ni yo creíamos de verdad en lo que estaba diciendo.
Pero más de una vez he vuelto a pensar en aquellas palabras. No, no se trata, en efecto de agitar El Puerto, boca abajo, como un cedazo. Algo caería de lo que sobra, es verdad. Pero, en desfavorable intercambio, íbamos a perder también muchas cosas de valor. No, no es al Puerto al que habría que agitar. Yo agitaría más bien el alma portuense. Haría falta, para ello, una monumental coctelera.
Y en ella iría introduciendo toda esa disparidad de ingredientes con que se fabrica toda combinación. Comenzaría por un buen vaso de milenaria cultura griega, de esa que nos trajo --¡hace ya tantos siglo”-- aquel héroe homérico que se llamó Menesteo. Pondría después mi media copita de ardiente sangre berberisca, con sus granos de pólvora y todo, en recuerdo de esa raza caliente e intrépida que nos dominó y nos hizo suyos.
Después, hasta tres cucharadas de inquietud, de la que en otro tiempo tuvieron nuestras gentes de mar, que muchos años antes de la empresa colombina, ya se aventuraban por “la costa del moro” en busca de almas que salvar o cuerpos que esclavizar; que todo es lo mismo en la hazaña confusa e inflexible de la Historia.
¿Mas ingredientes? Sí; unas gotas de distinción sajona, de la que importaron esos comerciantes del XVIII y el XIX que atraídos por los encantos y regalos de nuestra tierra, quisieron hacerla suya, entregándose a ella. Hoy, con los boxeos, músicas de importación y ruidosos motocarros, ¡parecemos tan lejos de ella!
Todavía faltaría medio vasito de preocupación social, como la que animaba las fundaciones de Federico Rubio, los artículos y los discursos de Dionisio Pérez y, entre bromas y veras, el mismo teatro de Muñoz Seca. Y por fin, como remate, unas gotas breves y sustanciosas de ese hacer urbanístico, que no hace mucho tuvo, por ejemplo, un alcalde Calderón, o --siglos antes-- aquel Capitán General, Conde de O’Reigi, sin duda el mejor ‘alcalde’ que ha tenido nuestro Puerto...
Esta es la mezcla. Y --¡que curioso!-- nada nuevo ha habido que añadir. Todos y cada uno de los ingredientes estaban ya en el alma portuense. ¿Entonces? ¿Que es lo que falta?
Agitar, remover, mezclar. Que toda esa riqueza inestimable del alma portuense se revuelva, agite sus dormidos posos y mezcle todos sus ingredientes, que el alma cobre animación, adquiera vida y se traduzca en obras. No, no hay que vaciar El Puerto. Pero, por favor, ¡traigan una coctelera!. /Texto: Manuel Martínez Alfonso. Revista Cruzados, 17 de agosto de 1953 y... seguimos igual que hace 52 años.