Emilio Castillo Sánchez nació en La Puebla de Don Fadrique (Granada) el 5 de noviembre de 1927, ingresó en el noviciado del Colegio San Luis Gonzaga de El Puerto de Santa María el el 13 de junio de 1947 hasta 1949; sastre entre 1947 y 1958; e hizo los últimos votos en El Puerto, el 3 de febrero de 1958, que fueron recibidos por el P. Francisco Torres; fue manoductor --el arcaico término empleado para el que acompañaba e instruía a los entonces numerosos novicios coadjutores, una especie de ayudante del Maestro de Novicios--, ayudante prefecto biblioteca, dando clases a los novicios hermanos entre 1957 y 1961, también en El Puerto. Pasaría por el noviciado de Córdoba como manoductor por dos años, regresando a El Puerto entre 1963 y 1964, como ayudante de Prefecto.
Relata Luis Espina una anécdota, que retrata al personaje: "Emilio Castillo usaba una furgoneta larga, alta y dura, marca Jeep. Un personaje muy sofisticado y cursi de la zona, le preguntó: “--Hermano Castillo, el coche ¿le derrapa?” Con estilo desenfadado, para deshacer la cursilería, respondió: “--Yo no sé si derrapa o no; lo que sé es que se me va de culo...”.
Fueron sus destinos, durante los años1964-1969: Elviria-Marbella Colegio ECOS: ecónomo, comprador, maestro primaria. 1969-1996: Málaga Colegio San Estanislao: ecónomo (1969-1995), consultor económico (1970-1978), consultor del rector del colegio (1978-1996), consultor de provincia, colabora en el colegio (1993-1997). Entre1996-1997: Granada Colegio de Profesores: Ministro. 1997-2004: Sevilla curia provincial; administrador provincial (1997-2004), presidente comisión económica (1997-2004), revisor administración de casas y obras (2000-2004). 2004-2015: Granada, Cartuja: ministro (2004-2009), ecónomo (2004-2011), consultor (2004-2009, (2011-2015), enfermero (2009-2011).
En noviembre de 2015 había sido destinado a la enfermería de Málaga, dado el avance de su enfermedad, pero no era previsible un desenlace tan inminente, pues cuando hubo que hospitalizarlo, él se sentía suficientemente bien y pidió no tener un acompañante permanente. Fallecía en Málaga el 24 de noviembre de 2015, hacia las 2:00 horas, a los 88 años de edad y 68 de Compañía de Jesús. Esto escribía su hermano José María, al poco de fallecer:
“Hace cuatro días que mi hermano Emilio ha muerto. Tenía 88 años. Ha sido jesuita desde que, en 1947, ingresó en el noviciado que entonces tenía la Compañía de Jesús en El Puerto de Santa María. Él no quiso nunca ser sacerdote. Por eso, aunque el P. Superior de los jesuitas de Granada, donde vivíamos, se empeñó en que Emilio tenía que ir al noviciado como “escolar”, o sea para estudiar y ordenarse de presbítero, el hecho es que duró sólo unos meses en ese grado, de lo que entonces se veía como un nivel de mayor dignidad. Emilio no quiso ser “padre jesuitas”, sino siempre “hermano coadjutor”. Y como “hermano” se ha muerto. Tres días antes de morir, me decía: “He pensado mucho en mi vida. Y ya ves, no he estudiado, no tengo títulos, no sé nada... Y sin embargo, los jesuitas me han puesto en cargos de mucha responsabilidad, se han fiado plenamente de mí. No me lo explico”.
Sin embargo, yo sí lo entiendo. Emilio ha sido, toda su vida, un hombre honesto, coherente, responsable, con un gran sentido común y una notable sensibilidad para tratar a todo el mundo con suma educación. Siempre fue inteligente y buena persona. En eso estuvo el secreto y la grandeza de su vida. Ni más ni menos que en eso consiste el ejemplo que nos deja. Y eso es lo que yo más admiro en él.
Su enfermedad final ha sido larga y cruel. Sobre todo, los cinco meses finales. Ha estado en cuatro hospitales, le han hecho cuatro operaciones, mantenido a base de calmantes y entre dolores insoportables. Los jesuitas no han escatimado medios, personal, cercanía, todo lo que ha necesitado. No tengo palabras de gratitud ante tanta generosidad. Pero lo más admirable ha sido el comportamiento de Emilio. Jamás una queja, jamás una protesta, ni una sola exigencia de nada.
Lo he pensado muchas veces: el final de una vida no se improvisa. El final es la despedida elocuente de lo que ha sido la vida entera. Y el final de la vida de mi hermano Emilio nos ha dicho a todos, con gritos de silencio elocuente, que este mundo tiene arreglo cuando acertamos a situarnos en el centro del que brotan todas las soluciones para los seres humanos: la honradez y la bondad sin límites ni fisuras”. /Texto: José María Castillo.