Hubo un tiempo en el que el flamenco aún no estaba entre los registros de determinados estratos sociales y pertenecía solo a la gente del pueblo, de donde emanaba su esencia más pura, la que había heredado de la necesidad, del trabajo sin descanso, de la salvaguarda a la que lo había sometido una comunidad para la que el cante y el baile era una forma de entender penas y alegrías.
Antonio Nuñez Buhigas, nació el 1 de Noviembre de 1948 en El Puerto de Santa María, en el número 34 de la calle Cielo, finca que actualmente conserva su fisonomía y estructura tal y como estaban aquel Día de Todos los Santos del año en el que la ONU decretó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hijo de Antonio y Juana es el mayor de sus hermanos. Pero cuando habla de su infancia la referencia es su abuela María que es la que lo crió desde que tenía tres meses en unas condiciones muy humildes en las que compartían la misma habitación 5 personas.
En la foto, en primer plano, Fernando Terremoto, cantaor grande, gitano, con la mirada baja en el desplante de los que saben lo que es el cante. El público entusiasmado con la cara de los que están asistiendo a un momento sublime sonríe, acompaña por palmas y observa con admiración en un entorno que refleja en sus paredes que el cante de ese nivel no se hacía más que en los lugares donde la gente acudía a una ceremonia que no tenía nada que ver con las modas, mitomanías y flamencos “de temporá” que rodean a los espectáculos actuales. Y ahí al fondo atento, discreto, serio, responsable, Antonio Núñez Buhigas, cumpliendo con su papel de acompañar y seguir al monstruo que tiene delante y que acapara todas las miradas pero que sabe que sin una guitarra de garantía ningún cantaor puede sentirse a gusto para levantarse a dar esa “pataíta”.
1948
Ese año de su nacimiento en El Puerto, Fernando C. de Terry se hace con una punta de caballos cartujanos y empieza a crear la famosa ganadería que sería símbolo de sus bodegas. El Club Náutico se refunda en 1948 y se celebra la primera Regata Snipes que se celebra en El Puerto. Rafael Alberti termina su libro de poemas ‘A la Pintura. Poema del Color y la línea (1945-1948)’.
La población reclusa del tristemente conocido Penal del Puerto fue el 1 de enero de ese año de 245 penados. Manolo Girón es nombrado sacristán de la Iglesia de San Joaquín. También en 1948, el Racing Club Portuense recibía la visita del Puerto Real, ganando por 5-1. Fueron alcaldes de la ciudad ese año, Joaquín Calero Cuenca y Eduardo Ciria Pérez.
Antonio recuerda la suya, como una niñez en las que pasaban muchas “fatiguitas”, con una abuela que ejercía de practicante para las gentes del barrio sin haber cursado ningún tipo de estudios y que nos da una idea de esa España tan gris que sufría las penurias de una doble posguerra.
EL MUNDO DEL TRABAJO
Hasta los nueve años estudió en el colegio de La Merced, edad en la que empezó a trabajar en una panadería de la calle Cielo transportando con un carro los sacos de harina y buscándose algunos extras como descargar la leña de los borricos por seis pesetas o camiones enteros por cinco duros. A los trece años entró en las Bodegas Caballero de aprendiz y uno o dos años más tarde en el lavadero de botellas de Torrent.
A los trece años entró a trabajar como aprendiz en Bodegas Caballero.
Antonio recuerda que “había trabajo”, habla de que trabajó de albañil, ayudando al cura a llevar la cruz por la que le daba dos duros o de recadero, hasta que se coloca en el pañol del taller de Manolo Moreno Simeón (ver nótula núm. 981 en Gente del Puerto), servicio oficial de Ossa y Lube-Ren, dos reputadas marcas de motocicletas. Allí en el cuarto del pañol un hombre le dijo a Antonio algo que él dice “que se me quedó, porque me dijo que allí metío no iba a prosperar”. Así que en cuanto pudo cambió de trabajo y se fue a otro taller, en este caso de Volkswagen, cuyo encargado era un alemán que no veía mal que saliera del cuarto para aprender cómo se hacían las cosas en el taller. El alemán le da la oportunidad de salir de allí para dar brillo a los coches y de esta manera empieza a montar piezas, carburadores, etc. Es “el niño” del taller, “Antoñito” durante casi toda su vida, diminutivo al que solo tiene derecho en la madurez los que han sido buena gente toda su vida.
Taller de Ossa y Lube-Ren en la calle Diego Niño, de efímera vida. A la derecha, Manolo Moreno Simeón.
El taller cuya dueña era la tía de Juan Melgarejo Osborne (ver nótula nùm. 890 en GdP), que sería alcalde más tarde, terminó en manos de su sobrino y posteriormente de unos ingleses que ampliaron el servicio con la marca Austin. Y Antoñito seguía allí cuando los ingleses decidieron marcharse y los ocho trabajadores se hacen cargo del taller montando una cooperativa que terminaría cerrando y dando con él en las bodegas 501 para pasar luego a otro taller en Fuenterrabía hasta llegar a Destilerías Rives donde terminaría por jubilarse a los 58 años.
LA GUITARRA, SU PASIÓN.
El trabajo ha sido una prioridad por responsabilidad, pero la pasión ha sido para la guitarra. La primera vez que coge una tiene trece años. La inquietud por la música ya la tenía y tocaba la armónica y Antonio encadena recuerdos: “se hace un espectáculo de caras nuevas y Manolo Suárez, un bailaor me habla de coger la guitarra. Y me gustó. Y nos reuníamos varios amigos en casa de Joaquín Albert, un guitarrista, y ahí empiezo”.
Las guitarras son prestadas hasta que tras mucho juntar Antonio se hace con las 300 pesetas que le cuesta la primera de su propiedad. Con ella ya se recuerda en el bar El Refugio (ver nótula 703 en GdP) que supone “una escuela con Paco Navarro, Chaqueta y muchos más. Empezábamos a las 12 o la1 y nos daban las 5 de la tarde solo a base de vasos de vino”.
Presentado por Benito Pérez, el jurispoeta, en la Tertulia Flamenca Tomás 'El Nitri'.
Practicaba en la cocina de la abuela que era tan pequeña que no cabían la silla y él, por lo que tocaba apoyando el pie sobre una tinaja y metiéndole trapos para tocar de noche sin molestar.
Y ahora se amontonan los recuerdos y encadena nombres, anécdotas, situaciones, sensaciones, alegrías, muchas alegrías y cuenta cómo debuta en el Teatro Thebussem de Medina Sidonia en una gala benéfica antes de reflexionar con rotundidad que “los viejos es la pureza. El pozo está ahí. Hay que beber de abajo”. Se reconoce con orgullo como guitarrista de acompañamiento, siempre al lado de un cantaor, seguramente porque por humildad hubiese considerado una vanidad el mostrar su talento en solitario en una época en la que aún no habían explotado los grandes solistas que habrían de darle otra dimensión a la guitarra flamenca.
CON ARTISTAS DE PRIMERA.
La primera vez que gana dinero tocando es con Joaquín Albert en el hotel Sal y Mar de San Fernando durante unas navidades. Tenía 18 años y le pagaron 200 o 300 pesetas aunque reconoce que le falla la memoria, quizás porque no cae en que han pasado 50 años. “Terremoto, El Borrico, Pansequito, Juan Villar, con Camarón unos fandangos en la Venta Vargas, Calixto Sánchez, Mariana, Chano, Scapachini, Alfonso del Gaspar y Rancapino (ver nótula núm. 2.139 en Gente del Puerto) cantando por Cádiz ganando en Mairena”. A todos ellos Antonio les rasgó la guitarra y los nombra con la confianza de quien ha compartido con ellos los momentos más íntimos de la comunión entre guitarra y cante.
Con Rancapino
También ha tocado mucho con José de los Reyes ‘El Negro’ con el que llegó a grabar en Sevilla, trabajo por el que cobró 14.000 pesetas. Para televisión grabó con Panete y le tocó a Alfonso de Borbón y a la nieta de Franco mientras cantaba Lola Sevilla en Isecotel de Cádiz. En diferentes momentos pero también lo escucharon el actual rey, su padre y su abuelo. La vez que mejor le pagaron fue en una reunión del Cante de los Puertos por la que cobró 125.000 pesetas.
Con José de los Reyes, 'el Negro', en la II Fiesta del Cante de los Puertos. Año 1972.
Nombra con enorme orgullo a su hijo Jesús, ese sí, “un profesional, se me cae la baba. La vez que más me han ofrecido fue Luís Suárez, 400.000 pesetas por tocar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid pero como estaba de baja lo hizo mi hijo, con José el Negro, Panete y Juan de los Reyes”. Lo más lejos que le llevó el flamenco en esa época en la que aún era un producto difícilmente exportable fue a Madrid por lo que nunca tuvo oportunidad de salir al extranjero, “igual que mi hijo que está todo el día por ahí”.
Y siguen fluyendo las anécdotas como cuando en Sevilla “en la presentación de un disco Carlos Cano me pidió la guitarra y tuve que subir al escenario a ponerle la cejilla al 3 porque estaba al dos, mu dura”. Aunque tiene premios de acompañamiento hasta no saber cuántos y ha ganado algún dinerillo con la guitarra reconoce que “la guitarra ha sido mi vida. Hubiera tocado sin cobrar”. A Chano Lobato lo recuerda tocándole en el Teatro Principal en la fiesta de bienvenida a Rafael Alberti, poniendo en pie al público con Orillo del Puerto acompañándoles.
Con el cantautor José Luis Perales, asiduo de El Puerto.
MANOLO SANLÚCAR
De entre sus colegas de profesión con quien se le llena la boca es sin duda con Manolo Sanlúcar, su amigo, su compadre y su ídolo. Antonio y Manolo son amigos “y me quiere mucho, y su padre aún me quería más, como a un hijo”. Conoce a Manolo cuando éste sirve en San Fernando en Infantería por mediación del dueño de la Panadería San Joaquín, hermano de la madre de Manolo. Hacía tres meses que Antonio había empezado a tocar la guitarra a la que le dedicaba 15 horas todos los días cuando surgió la ocasión de ir de visita a Sanlúcar. Se conocen y desde entonces “cada vez que tenía 3 duros me iba a Sanlúcar, al ambiente de Manolo. Su compadre iba a ser el padrino del primogénito, Antonio también, pero una gira por Italia se lo impidió.
Con su compadre, Manolo Sanlucar, en 1972.
LA FAMILIA
Nunca ha sido un hombre festero. Su vida ha sido su trabajo, su casa y su guitarra. Y al hablar de su casa lo hace de sus tres hijos, de Antonio, de Jesús y de Carli y sobre todo de su mujer “que ha sido y es muy buena mujer, que miró mucho por su gente y que me ha ayudado mucho”.
De las siete guitarras que tiene, todas de Rafa de Valeriano y de su padre Valeriano Bernal, las únicas que toca por la calidad de las mismas, solo una lleva grabado un nombre, el de su mujer Ana María, la única a la que ha puesto nombre en su vida. Solo uno de sus hijos ha seguido sus pasos, Jesús, que ha tocado para Sara Baras y lo hace actualmente para Pitingo, por no relatar la cantidad de hombres y mujeres a los que ha acompañado.
Saliendo a saludar, de la mano de Fernando Terremoto.
Y al final de la conversación me enseña otra foto que forma una secuencia con la segunda que vimos, la de Fernando Terremoto, en la que éste toma de la mano a un satisfecho Antonio en reconocimiento a la tarde de guitarra que le ha proporcionado a la vez que me comenta que “Terremoto me sacó a saludar. Eso no lo hacía con nadie.” /Texto: José María Godínez Calvo.