Mucho antes de que la risoterapia se pusiera de moda y algunos médicos comprendieran que hacer el humor beneficia gratamente a la salud, el Doctor Casimiro ya ejercía, con el beneplácito de la afición de El Puerto de Santa María, su sanadora vis cómica, mientras fisgoneaba en los vestuarios de un pabellón auditivo o buscaba faunos en el laberinto de un oído interno. Acostumbrados como estábamos a la arrogancia seca de los que tenían estudios, a la afectación malaje de unos profesionales demasiado estirados, el humanismo sabio y surrealista de aquel joven empezó a propagarse allende los tímpanos.
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