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4.379. José María Urquinaona. Obispo en Barcelona y en las Capuchinas capellán

José María Urquinaona y Bidot, nació en Cádiz en 1814 y falleció en Barcelona en 1883. Miembro de una familia burguesa —su padre, un acreditado abogado—, tras haber sido alumno interno del Seminario de su ciudad, logró a lo años una muy rentable capellanía jerezana. Ordenado sacerdote y después de haber sido capellán del convento de las Capuchinas de El Puerto de Santa María, se posesionó del curato de la Iglesia Mayor Prioral de la Ciudad en 1844.

Designado por Mons. Arbolí y Acaso su secretario de cámara en el obispado accitano (1852), no tardó en alcanzar una canonjía en el Cabildo guadijeño. Antes de acompañar a Arbolí en su traslado a la sede gaditana y con miras a una futura promoción episcopal, se doctoró en Teología en el Seminario central granadino. Canónigo y arcipreste en 1857 de la mitra gaditana, en marzo de 1868 Isabel II le nombró obispo de Canarias. Enérgico y muy laborioso, su pontificado significó un notable revulsivo para el decaído estado religioso del archipiélago, con cuyos principales centros de heterodoxia entró en ruidosas y acaloradas polémicas, en las que mostraría en varias ocasiones más ardor que perspicacia.

Incardinado plenamente en la línea ideológica representada por el prohombre y gran cacique episcopal Alejandro Pidal y Mon, sería designado en 1878 obispo de Barcelona. Construyó el nuevo Seminario de Barcelona (1879), al que dotó del Museo de Geología y la Academia Filosófico-científica de Santo Tomás de Aquino.

Por las fiestas del Milenio de Montserrat (1880) consiguió de León XIII la proclamación del patronazgo de la Virgen de Montserrat sobre el principado de Cataluña, así como la Coronación de la Virgen. Fue en extremo caritativo y preocupado por la acción social cristiana, según revelara ya en las Canarias. La atención a esta vertiente pastoral junto con el afán de encauzar y aminorar las pujantes corrientes integristas de gran parte de la clerecía y laicado catalanes de los inicios de los años ochenta se erigieron en las metas fundamentales de su actuación. | Texto: José Manuel Cuenca Toribio

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