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La viñeta de Alberto Castrelo. La cantera de Panarria y Panarrio #5.397

| Viñeta y texto: Alberto Castrelo.

En mis visitas a las canteras de la sierra de San Cristóbal a primeros de otoño, buscando murciélagos a los que fotografiar, encontré una colonia muy interesante. Bien es sabido que los murciélagos se comunican en diferentes frecuencias de ultrasonidos. Cada tipo de murciélago emite su señal en distinto rango de Khz. En la cueva cantera del Macario, durante dicha visita encontré el insólito caso que aquí acontece:

Estando yo bajando los últimos peldaños de una escalera con más de tres mil, observé entre las piñas de murciélagos y ejemplares volaores que me rodeaban a una extraña pareja. No eran de cueva ni de herradura ni ratonero, que son los catalogados y documentados en la Z.E.C (Zona de Especial conservación), sino una especie extrañísima. Tampoco se comunicaban con pulsos de frecuencia de las especies citadas anteriormente. He aquí, a continuación, lo más increíble de este relato: solo se comunicaban en el pulso exacto de 11500 khz.

El medidor de frecuencia que llevaba, trucado en Selenio Electrónica por Manuel Fernández Lobo, experto en radiofrecuencias, transcribía al porteño perfectamente toda la conversación de la pareja de quirópteros, haciéndola entendible para mis oídos, pues hasta los 7 años me crié en la calle del Postigo, en el Barrio Alto y de ahí pasé a la noble urbanización de Beauty Bay, conocido por las gentes sin idiomas como Bella Bahía.

Allí, en el silencio de aquello con la única distracción del aroma que se desprendía del papel de estraza de La Giralda donde guardaba un puñaíto de chicharrones, me aposté a escuchar la conversación --que transcribo a continuación-- de aquellos dos ejemplares de panarrias, tan peculiares como adorables:

—Lo que yo te diga, Panarrio, que se está perdiendo en El Puerto tó. Qué jartura y qué cochambre de gente.
—-Digo, Panarria… que…
—-…Y además, que no hay respeto por nada. Porque antes uno tenía donde resguardarse, pero no nos queda nada más que esta sierra y estas canteras ¡Y como la tienen, Panarrio!
—-Eso digo yo, Panarria…
—-Porque esa es otra, ¡cómo tienen la sierra! ¡Normal, si no estamos ni en el pliego de limpieza! Entre eso y la gente que es de todo menos cívica, nos tienen las fanegas de tierra como un estercolero ¡Ni que fuéramos cochinos!
—-¡Digo! Panarria, que…
—-Por no hablar de… ¡la manía con olvidar sus raíces, de dónde vienen! Primero que si la modita de zambomba en vez de zambombá y ahora cuando vienen los cuatro pelagatos a las cuevas nos llaman murciélagos. ¡Murciélagos! ¡Murciélagos! ¡Cómo al común de los quirópteros de todo el mundo! ¡No señor, nosotros tenemos un estatus! ¡Que no somos cualquiera! ¡Somos portuenses! ¡Animales porteños! ¡Somos panarrias! ¡P-A-N-A-R-R-I-A-S!
—-Digo, Panarria…
--¿Tú no tienes nada que decir, Panarrio? ¿Que parece que soy yo el único indignado?
--Claro que tengo que decir, pero no me dejas. Digo, Panarria, que a ver si podemos salir a volar un poquito que se me está viniendo la sangre a la cabeza, vida mía.
--¡Haberlo dicho antes! Además, mira, otro carajote con un aparato de radiofrecuencia, como si fuera a entendernos… ¡vámonos, Panarrio, que se ponga a escuchar a otros!
--¡Venga, Panarria, a volar por la cueva del Macario! Pero, no enciendas la luz… ¡Que me mareo eo eo!

Y claro, tras esta conversación, he creído conveniente traerles cada semana un estudio exhaustivo sobre los diálogos y reflexiones de tan ilustres como pintorescos porteños, ahora sí, bien llamados: Panarria y Panarrio.

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