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Analfabetos, ignorantes y catetos #5.602

Bares en la playa de La Puntilla

| Texto: Jesús María Serrano Romero

Analfabetos, ignorantes y catetos. Así nos llamaban los veraneantes y se quedaban tan tranquilos porque pensaban que insultándonos nos sacaban del pozo donde habitábamos los rústicos y ceporros. Lo recuerdo perfectamente. | Foto: Rasero.

Cuando de mañana salía de mi kiosko bien tempranito con mi morguera y el cubo de plástico grande, el nuevo de color naranja que se había comprado en Plastimar para la temporada de verano, en la calle Vicario, iba contento y me agachaba para ver la marea entre las dunas tiernas que pisaba con mis pequeños pies, me alejaba de todos, nunca chapoteaba para elegir los mejores muergos que trataban de ocultarse y salían más limpios de arena, era feliz.

Papel de envolver de Plastimar

| Papel de envolver del bazar Plastimar, que estaba en la calle Vicario.

Pues cuando ya llevaba más de medio cubo o lo que podía ser 7 u 8 kilos siempre aparecían algunas mujeres con sus niñas para preguntarme.
--¿Qué haces?
No contestaba y trataba de alejarme, pero me seguían, me cabreaba porque toda la zona pisoteada ya no se podía mariscar. Insistían.
--Niño a las personas mayores --chapoteando con sus chanclas de dedos-- se saluda; lo hacían tratando de intimidarme, de modo que paraba y les contestaba.
--Marisco señora ¿no me ve usted?
--¿Y qué mariscas si puede saberse?
--Muergos.
--¿Muergos? Eso no son muergos, son navajas ¡qué asco!

Ya empezaban a darme el coñazo. Me retiraba rápidamente, huía de las veraneantes, esas que negaban el nombre de las cosas y me trataban con desprecio.

| De izquierda a derecha, Begoña, hermana del autor de la nótula, su madre y Jesús María, en el desaparecido kiosko familiar de ‘Los Mellizos’ en la playa de La Puntilla, con pocos años.

Ya en el kiosko mi madre que era sabia, tras calentar la plancha le echaba algunas sardinas para que se quemaran y oliesen, porque los invasores, así les llamaba yo que veía una serie de televisión de ellos en el internado de Sevilla, acudiesen en peregrinación al olor de las sardinas y los boquerones. La faena en el pequeño negocio, en mi cantina conseguía hacerme olvidar los insultos.

--¿Qué tienes para comer niño? -- me preguntaban y yo miraba la tabla trasera de la puerta donde tenía apuntado con tiza mojada todo lo que ofrecíamos, así contestaba: --Tenemos sardinas asás; boquerones fritos y en vinagre; tapaculos: acedías; niñas y chocos.
--¿Niñas dices?
--Sí señora, niñas muy ricas, bien fritas por mi madre con el aceite limpio como está todo el kiosko, el más limpio de la playa de La Puntilla.
--¿Y eso tiene muchas raspas?
--¿Raspas? Ninguna que yo sepa.
--Pues nos traes una ración de eso que llamáis niñas para probarlas.

| Bares en la playa de La Puntilla 

Y así unas y otros durante todo el día, cuando al caer la tarde debía cobrarles siempre les parecía caro todo y la mujer de las niñas me dijo que ese pescado tenía raspas. Le contesté que no, me mostró las espinas y lógicamente respondía que eran espinas no raspas, no sabía eso de las raspas, en La Puntilla no había raspas en el pescado.

Luego se cambiaban en la caseta grande donde dormían mis padres y de vez en cuando aparecía alguien para tomarse unas copas al fresco.

Llegó el apoderado de un torero y nos encargó un arroz caldoso con mucho marisco y una lubina al horno para el día siguiente, mi padre asintió. Llegaron en dos coches americanos larguísimos que tenían un búcaro en la baca y muchos niños, no paraban de beber y pedir cosas, el torero era como un junco, el pelo peinado hacia atrás y los ojos muy negros con andares muy elegantes. No paraba de beber Fino de Cuvillo que yo rellenaba en la botella que ellos querían, la única con su etiqueta, algunos pedían Elegante de Valdespino y yo les daba Pálido Número 1 de Cuvillo y Compañía, otros preferían La Ina y hacía lo mismo, bien fresco estaban encantados. El arroz los entusiasmó, estaban allí porque se lo había recomendado mi tío Pepe (José Antonio Romero Zarazaga el de las gambas, que luego fuera conocido como Romerijo).

Venían de triunfar en Madrid.

Cuando servimos el robalo, pescado por mi padre para la ocasión aquella misma noche con el paterón del tío Paco, que papá abrió por la mitad presentando un magnífico ejemplar que solo mirarlo invitaba a comerlo, aplaudieron.

--Tenía razón Pepe cuando nos recomendó venir a Los Mellizos en esta playa, pero esto no es un robalo sino una lubina, -- dijeron.
--No señor, no es una lubina porque lubina es hembra y robalo es macho.
--¡Qué sabrás de peces niño! -- Me respondió.

| Niños y niñas en La Puntilla. Al fondo, las casetas que no se quitaron hasta finales de la década de los ochenta del siglo pasado.

Yo no sabía de casi nada por ser un niño que en invierno permanecía en un internado estudiando y rezando, ni todavía he aprendido de peces porque no soy biólogo marino, lo que sé lo he aprendido por las playas y a bordo de nuestros botes, pescando y mariscando de día y de noche, recibiendo rociones de agua, frío y calores y de otra cosa no sabré, pero de pescados poca gente puede enseñarme. Por supuesto, eso no se lo dije puesto que nuestra familia vivía de los veraneantes, los mismos que nos trataban como analfabetos, ignorantes y catetos, cuando yo me sentía muy orgulloso de recibir a final de cada curso el diploma al niño que más literatura conocía del Colegio Claret de Sevilla, la misma ciudad de donde era el torero.

Sin haber pisado jamás una playa, se sentían capacitados para cambiarle el nombre a los muergos, quitarles las espinas a los pescados e inventarse un nuevo nombre para los robalos.

Pero había que sobrevivir y aquí estamos todavía, miramos con sorna y escuchamos capulladas, digan lo que digan veraneantes y toreros.

3 comentarios en “Analfabetos, ignorantes y catetos #5.602

  1. Juan Rios Cote

    Querido Diego juegas con ventaja.....sabes que tanto el texto como tus comentarios son la sacrosanta verdad...a pesar de que "semos" unos ignorantes catetos.
    Éste que lo es,tú amigo (creo que bueno) Juan Rios.

  2. DIEGO UTRERA

    Querido Jesús, parafraseando lo que dijo el otro, quien no ha ido de niño a mariscar y herirse las plantas de los pies con las conchas de los ostiones, quien no se ha quemado los hombros y luego se "despellejaba", quien no se ha tirado de los montes, quien no ha visto los fuegos que originaban los flechas en las dunas, quien no ha tenido la caseta anegada en las mareas de Santiago, quien no salivaba con el olor de las sardinas asadas, quien no ha atravesado el Canal con la vista puesta en el paso del Vapor (ese que los neoportuenses llaman el Vaporcito), no sabe lo que es ser feliz en la playa de la Puntilla.

  3. DIEGO UTRERA SÁNCHEZ

    Querido Jesús, no encontraba este espacio para comentar tu delicioso texto y lo he hecho en mi Facebook, espero que lo busques. Y olvidé decir que los muergos se utilizaban como "carná" antes de ser "navajas" para los neocatetos de fuera.

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