Centenario de un bautismo poético: Mar y Tierra o Marinero en Tierra
| Texto: José María Morillo.
Hoy se cumplen 100 años. El 6 de junio de 1925, un jurado compuesto por sabios y poetas --entre ellos Antonio Machado, que no se limitó al gesto protocolario, sino que dejó constancia autógrafa de su voto-- rubricaba un acto que, con el tiempo, se volvería casi fundacional para la poesía española del siglo XX. Aquel día, el entonces jovencísimo Rafael Alberti Merello, un portuense con apenas 22 años, obtenía el Premio Nacional de Literatura en la sección de “Poesía Lírica” por un libro inédito titulado Mar y Tierra. Un libro que, con la natural deriva de los títulos que aún no han tocado imprenta, terminaría por ser publicado como Marinero en Tierra en noviembre de ese mismo año, abriendo una travesía que aún resuena con fuerza un siglo después.
El centenario de aquel fallo --6 de junio de 1925-- es algo más que una efeméride: es un espejo en el que conviene mirar de nuevo cómo nació, con tintes de sal y nostalgia, la voz de uno de los grandes poetas del 27. Como recogió Robert Marrast en su edición crítica de Marinero en tierra. La Amante. El Alba del Alhelí (Cátedra, Letras Hispánicas), aquel poemario no sólo era un debut brillante, sino una apertura de ciclo: Alberti, saliendo de una crisis personal y espiritual, canalizaba su amor y añoranza por El Puerto de Santa María a través de una poética que supo conjugar la tradición popular andaluza con los ecos del modernismo y las primeras vanguardias.
Sin embargo, el camino editorial del libro fue, cuanto menos, errático. Como advierte José Luis Tejada en su ensayo Rafael Alberti, entre la tradición y la vanguardia (Biblioteca Románica Hispánica, Editorial Gredos), la publicación de Marinero en tierra no quedó registrada en la Biblioteca Nacional, y su primera reseña crítica no aparece hasta febrero de 1926. Para ser un Premio Nacional, el nacimiento público del poemario fue, si no clandestino, al menos discreto. Esta anomalía bibliográfica, señalada por Tejada, permite entrever las contradicciones de una época que celebraba la poesía en los despachos ministeriales, pero aún no sabía muy bien cómo integrarla en los escaparates.
El acta del jurado, publicada el 12 de junio de 1925 en la Gaceta de Madrid, es un testimonio esclarecedor, no solo por el reconocimiento a Alberti, sino también por su contexto.
Mar y Tierra fue elegido, en una convocatoria en la que participaban nombres como Gerardo Diego, que acabaría recibiendo el premio sobrante del apartado de “Teatro” --declarado desierto-- por Versos humanos. Resulta hoy casi hilarante, y ciertamente revelador, que los ilustres miembros del jurado --Menéndez Pidal, Maura Gamazo, Carlos Arniches, José Moreno Villa y, por supuesto, Machado-- consideraran que ninguna de las obras teatrales presentadas era, literalmente, “verdaderamente de teatro”. Una sentencia más reveladora de los cánones estéticos del momento que de la calidad de las obras.
Volviendo al joven Alberti: el manuscrito de Mar y Tierra, en su versión premiada, no fue exactamente el mismo que luego se publicó como Marinero en Tierra. Las revisiones fueron múltiples, como rastrea Marrast en su edición crítica, quien analiza con las variantes textuales, la reordenación de los poemas y la progresiva depuración formal de los textos. La poesía del libro rezuma un mar que no es geografía, sino memoria; y en él la infancia y el exilio emocional de Madrid dan forma a un “mar interior” donde navega un yo lírico que ya se sabía en tránsito. Marrast no deja pasar la ocasión de señalar que, aunque el libro se inscribía aún dentro de los moldes del neoromanticismo y el folclore culto, ya prefiguraba la capacidad de Alberti para asumir lo popular sin caer en lo pintoresco.
La cita de Antonio Machado, que aparece en una hojilla entre las páginas del ejemplar presentado, resuena con una mezcla de sobriedad y entusiasmo que solo él sabía conjugar: “Mar y Tierra. Rafael Alberti. Es, a mi juicio, el mejor libro de poesía presentado al concurso. Machado, el hombre que todo lo decía caminando, había encontrado en aquel poemario una promesa cierta, un “mar” en el que la poesía española podía mojarse los pies sin miedo a la modernidad. El hecho de que apareciera esa constancia autógrafa de su juicio nos habla no solo del valor literario de la obra, sino también de la conciencia de estar asistiendo al nacimiento de algo genuino.

Y así fue. Marinero en Tierra, con su música de romance y su cadencia portuense y gaditana, marcó el inicio de una de las trayectorias más singulares de nuestra poesía. Un Alberti que comenzaba mirando al mar acabaría cruzándolo muchas veces, exiliado por la historia y reconciliado con su país y su tiempo mucho más tarde. Pero todo comenzó ahí, en ese título doble que flota entre el arraigo y el deseo de fuga: Mar y Tierra.
Cien años después, recordamos no solo el acierto de un jurado ni el triunfo de un libro, también el eco prolongado de una voz --“Si mi voz muriera en tierra/ llevadla al nivel del mar/ y dejadla en la ribera” -- que, como la de los antiguos marineros, aún canta cuando cae la tarde sobre las aguas gaditanas. Y lo hace con la misma naturalidad con que un muchacho de El Puerto de Santa María encontró su lugar en la literatura universal, firmando con una pluma de sal sus primeros versos.
| Con mi agradecimiento a José Ignacio Buhigas Cabrera.