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Cosas que pasaron en El Puerto (2) #6.342

A La Andaluza la llamaron La Burra

| Texto: Enrique Pérez Fernández. Imágenes generadas con IA a partir de fotografías de José Ignacio Delgado ‘Nani’ y Fito Carreto.
Cerró sus puertas en octubre de 1990. Ubicada a pocos metros de la Plaza de Abastos, en la acera derecha de la calle Cielos, fue el último testigo de una época que se fue. Por última vez entré en La Burra en 2009, acompañado de Ramón Sordo de la Borbolla, quien estuvo al frente de la taberna durante sus últimas cinco décadas. El local continuaba como siempre, con el lógico deterioro que el paso del tiempo conlleva, que más que restarle valor le añadía el sabor de lo añejo, de lo que tiene solera y tradición.

Sí. Todo continuaba igual que siempre: el típico suelo de losas de Tarifa; los zócalos de azulejos multicolores “de plantilla”; el pequeño hierro junto a la pared para que los parroquianos se limpiaran las suelas del calzado al entrar, cuando las calles apenas estaban empedradas; los gastados mostradores de caoba; los vistosos anaqueles repletos de botellas; la pizarra, el antiguo escritorio y la vieja caja registradora, marca National, america­na; las nueve botas de roble; el reloj de pared, por el que no parecía haber pasado el tiempo; y a la izquierda del mostrador, enfilados en un largo pasillo, los once reservados o camarotes, auténticas reliquias de otros tiempos, sin las puertas de vaivén desde que se mandaran quitar cuando vino el Movimiento, aunque Ramón siempre las conservó en su casa. Todo como siempre, sí, pero ¿desde cuándo?

Los orígenes de la taberna

Abrió sus puertas en año impreciso entre 1857 y 1863 a iniciativa del montañés Juan de la Portilla Jareda, que como tantos paisanos -los jándalos- encontró su porvenir en el gremio de los hosteleros en Andalucía. Y no le fue mal porque llegó a abrir una fábrica de licores junto a la taberna y otras tiendas de vinos en Chanca, Misericordia y Ganado.

A comienzos de la década de los 80 Juan de la Portilla dejó la propiedad de la taberna y destilería, y se hizo con ellas Miguel Felices Camino, también montañés, de Santillana del Mar. Fue quien le dio a la taberna la fisonomía que conocimos quienes ya peinamos canas. Cinco trabajadores -encargado y chicucos- despachaban en el local, todos montañeses. Entre ellos, su sobrino Alfredo Felices y -retenga el nombre- Benigno Sordo de la Borbolla. Fue Alfredo quien tomó las riendas del negocio tras fallecer su tío. Y también le fue bien, ampliando su actividad comercial fletando barcos a América con sus vinos y licores, que regresaban a El Puerto cargados con variadas mercancías.

Pero, según supe de la tradición oral, Alfredo fue un empedernido jugador, circunstancia que terminó siendo su perdición, llegando a estar refugiado un tiempo, hasta que algunas aguas volvieron a su cauce, en Cienfuegos (Cuba). Para saldar importantes deudas contraídas con Norberto Sordo, hijo de Benigno -su antiguo compañero, encargado del establecimiento en los años de su tío Miguel-, le dejó en propiedad la taberna y la casa en que vivía, arriba de la taberna. Comenzó entonces la etapa de la familia Sordo de la Borbolla como dueña del establecimiento. Corría el año 1910.

Los Sordo de la Borbolla

Norberto, nacido en la Montaña, en Prio, cerca del límite con Asturias y de la costa cántabra, tuvo a bien llamar a la taberna La Andaluza. En 1912 abrió una destilería de aguardientes, anisados y licores, con el mismo nombre, en la calle Ganado nº26 (lindera a la panificadora Divina Pastora, ya existente enton­ces). De allí salieron los anises Las Tres Perlas y La Andaluza, y años después La Cigüeña, seca o dulce, muy afamada.

La taberna, a pesar de no ocupar una de las esquinas comer­ciales del centro, a las que los montañeses, como avispados comerciantes, tenían especial inclinación, sí se encontraba en un emplazamiento estratégico. A escasos 30 metros de la calle del Ganado y de la Plaza de Abastos, siempre populares y bulliciosas, era un lugar idóneo para que los parroquianos parasen a tomar unos vasos de vino o de aguardiente, al tiempo que, sentados en los reservados, hablaran de negocios y cerraran sus tratos comer­ciales.

La Burra

Afuera, en la entrada, los vendedores ambulantes de leche de burra apuraban las ubres, mientras que los más asiduos clientes de la taberna, los arrieros, ataban sus bestias de carga en las argollas dispuestas a tal fin en la fachada. Pensaba yo que estas estampas -reales- podían ser el origen del nombre popular de La Burra. Pero no.

Resulta que un día, con plena seguridad antes de 1920, en uno de los camarotes dos arrieros gitanos se enzarzaron en una agria discusión a cuenta de la propiedad de una burra; que si tuya, que si mía, la disputa concluyó cuando uno de los arrieros apuñaló de muerte al otro. Desde entonces, en recuerdo de aquel suceso, el pueblo comenzó a llamar a La Andaluza, La Burra, y Burra se le quedó para siempre.

Fue habitual parada de célebres personajes populares, como Juanillo Paterna; Belita; Luis Agacha; Saldiguera; Alemania, “gran paletón, con la picha de papel y los huevos de cartón”; El Chumi; El Camión; Gabriel Julo-Julo; La Filomena y su hijo El Cota; El Tarugo; La Tula o El Guarigua (Ya se murió Guarigua / Dios lo perdone / Ya se lo llevan volando / los cigarrones, decía la copla).

En uno de los reservados -me apuntó mi añorado amigo Luis Suárez- solían reunirse a cantar romances José de los Reyes el Negro, Chamarit, El Caneco y José Morón Moroncillo. Cada uno entonaba cuatro hemistiquios, y quien no sabía continuarlos o se equivocaba, tenía que pagar una botella de vino para los demás.

La Burra fue escenario, cómo no, de algunos robos, como éste que recogió la Revista Portuense el 7 de agosto de 1924, cuyo autor fue el propio encargado del local: “Por el guarda Francisco Díaz Toro fue detenido ayer José Puente García, encargado del estableci­miento de bebidas La Andaluza, conocida actualmente por La Burra, el que había sustraído del cajón 125 pesetas. De éstas le fueron ocupadas 62 que conservaba en un calcetín, habiendo distraído las restantes. Fue ingresado en la Cárcel a disposición del señor Juez de Primera Instancia.

Norberto Sordo contaba para el almacenado de vinos propios con dos bodegas. La mayor, con dos lagares, arriba de la calle Lechería, donde se criaba el fino Tambor. Y la pequeña, dos números más abajo de La Burra, dedicada a manzanillas.

Ramón Sordo entró a trabajar con su padre en 1941, cuando tenía 17 años. Tras la muerte de Norberto en 1957 continuó llevando el negocio, ya sin la destilería, hasta que cerró sus puertas en 1990. Falleció en 2013. Lo vi por última vez unos meses antes, cuando preparaba la segunda edición de mi libro Tabernas y bares con solera. Para recabar información me pasé una tarde por su casa, sin saber que era el día de su cumpleaños. Así que me disculpé y quise retirarme, pero me invitó a pasar y compartir un buen rato de aquella tarde con su familia, tarta incluida. Pequeñas historias que no se olvidan.

 

 

1 comentario en “Cosas que pasaron en El Puerto (2) #6.342

  1. Mercedes Muñoz Ortega

    Me ha encantao la historia de la burra.
    Aunque he nacido muy cerca en Vicario 4- para nosotros los niñ@s era un sitio tabú.
    Salí de Vicario para casarme. Hoy has abierto la puerta de unos recuerdos que mi mente guardaba sin que yo fuera consciente de ello.
    He vuelto a sentir los olores de entonces, a escuchar los pasos de mi padre subiendo la escalera, la voz de mi madre pidiéndole a mi prima que ya le podía llevar el primer café a la cama. Tantos y tantos recuerdos se agolpan en estos momentos en mi mente…

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