¡Esos niños!
| Texto: Enrique Pérez Fernández. Imágenes generadas con IA a partir de fotografías antiguas.
Las gamberradas que antaño cometían en el Parque Calderón algunos chiquillos no están escritas, pero la Revista Portuense, un día sí y otro también, se hacía eco de ellas y, con escaso éxito, las denunciaba. Y es que a los chavales, a esa edad en que hierve la sangre, les dio por tomar al Parque, especialmente durante los veranos, como el centro de operaciones de sus fechorías aprovechando que era un espacio abierto, muy transitado e inmediato a la población donde podían deambular a sus anchas.
Muchísimas denuncias al respecto publicó la Revista en su historia (1891-1938), aunque fue en los años 10 y 20 cuando las gamberradas alcanzaron su cumbre. Por cierto, siempre cometidas por niños, nunca por niñas. Desde las páginas del periódico los llamaron de todo, aunque los calificativos preferidos eran los nombres de algunas tribus o culturas -supuestamente- salvajes o incivilizadas: desde zulús y cafres (negros del sur de África), pamues (negros de la Guinea española y del Congo francés) o indostánicos, no faltando términos tan cariñosos como pequeños salvajes, bolcheviques en miniatura, turbas de chiquillos mal educados, pequeños zánganos y otras lindezas semejantes.

Pobres palmeras
Su actividad favorita era maltratar el arbolado del Parque, por lo que fue habitual, una vez detectados los malhechores, la imposición de multas a sus padres. Pero lo que ocurrió a partir de 1921 no tiene nombre: Las palmeras de Micaela Aramburu, plantadas en 1914, comenzaron a ser el blanco favorito de las criaturas. Les dio por ellas. Leo en la Revista Portuense del 5 de junio de aquel año: “En la noche del pasado viernes unos niños saltaban sobre las palmeras de la Avenida Micaela Aramburu, gozando de la mayor de las libertades en su destructora obra.”
Desde entonces las denuncias se sucedieron, alcanzando cotas insospechadas en 1925. Del 23 de junio es esta: “Dirigimos atento ruego a nuestra primera autoridad en demanda de que disponga sea vigilada más atentamente la Avenida Micaela Aramburu, con el fin de evitar que las turbas de chiquillos que concurren a aquel lugar maltraten las palmeras allí existentes.”

Ruego que fue atendido de inmediato pues al día siguiente publicaron la noticia de que “efectivamente, hemos visto una pareja de guardias municipales estacionados en aquel lugar, medida que aplaudimos cual merece, toda vez que con ello se evita prosigan su campaña destructora unos ineducados que han llegado a conseguir poner aquellas palmeras en un estado lastimoso.”
Pero no, no se evitó. Al contrario, fue entonces cuando los niños se rebelaron y se sucedieron, día tras día, las multas. Dos ejemplos: Del 9 de julio del 25 es ésta, a cuyo protagonista el segundo apellido le venía de perlas: “Por la Alcaldía le ha sido impuesto multa de 2 pesetas al padre del niño Juan Pupo Travieso, por haber sido hallado éste causando desperfectos en las palmeras existentes en Micaela Aramburu.” Y del mismo mes y año: “Prosiguen siendo impuestas por la Alcaldía multas a los padres de niños que producen daños en las palmeras de la avenida Micaela Aramburu. Ayer les ha tocado a los vecinos Manuel Rodríguez y Francisco Guilloto, padres respectivos de los niños José María y Juan. Muy bien, duro, que la letra con sangre entra.” Este Juan era Juan Guilloto León, el célebre, pasados los años, General Modesto, que se destacó defendiendo sus ideales comunistas en la guerra civil.

Pero no fueron estos animalitos los únicos que causaron daños a las palmeras; en junio de 1921 se le impuso una multa de 10 pesetas a Rafael Lechuga “por daños causados por una cabra de su pertenencia en una palmera de la Avenida de Micaela Aramburu.”
Los patos estresados
Muchas guerrillas entre pandillas --las llamadas pedreas-- tuvieron como escenario al Parque Calderón, siendo habitual que entre las líneas de fuego se interpusieran civiles que se llevaban la peor parte, resultando achocáos. De ello se quejaba la Revista Portuense en junio de 1899: “Llegan a nosotros repetidas quejas del escándalo que producen por la tarde en el paseo del Parque unos cuantos zulús que establecen allí su campo de operaciones para entablar recia pedrea, que termina con algún desgraciado accidente.”
Otras veces no hacía falta enemigo declarado para probar puntería; bastaba con tener a mano cualquier bicho viviente, como sucedía en el verano de 1921 en la Fuente de las Ranitas del Parque, frente a la Casa de la Munición: “En una de las fuentes del Parque Calderón se colocaron unos patos que eran el encanto de la gente menuda. Niños incultos y soeces la han emprendido a pedrada limpia con esos animalitos y los han dejado tan mal parados que huyen de la vista de las gentes, escondiéndose en los juncos y a uno de ellos lo han dejado cojo.”
¡A por las niñas!
Y cómo no a estas pequeñas bestias humanas no les iba a dar por molestar a las niñas. Un ejemplo, de 1898: “En el paseo del Vergel y en el Parque, a varias muchachitas los pequeños cafres les han cortado mechones de pelos y a otras las persiguen para arrancarles los lazos y las flores.”
Otro ejemplo, del verano de 1907: “Volvemos a recibir las quejas de años anteriores por esta misma época. Unos cuantos angelitos mal educados y en estado semisalvaje, golpean en los sombreros de paja a los niños y niñas que pasean por el Parque Calderón.”
Y como colofón, vaya este de junio de 1925, resuelto con diligencia por un agente de la autoridad: “Llega a nosotros la razonable y fundamentada queja, de los niños en rebelión violenta, con manifestaciones del más refinado salvajismo. Persiguen a las niñas en paseos y calles, las acosan y mortifican y por último llegan a agredirlas dándoles golpes y porrazos. ¿Señor alcalde, eso no tiene remedio? La guardia municipal, ¿para qué sirve? ¿Ni esto puede impedir? Se nos afirma, que una de estas niñitas perseguidas y acorraladas acudió a un guardia y éste se encogió de hombros y contestó literalmente: ¿Me van ustedes a dejar tranquilo?”
Serie Cosas que pasaron en El Puerto
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