| Texto: José María Morillo
En la carretera que une Jerez con Rota, a la altura de la linde que marca la frontera invisible entre dos mundos –-El Puerto y Jerez-– de sus términos municipales, se alzaba la viña ‘La Josefa’, con su caserón blanco encalado y la sombra protectora de los eucaliptos, junto a la finca 'La Blanquita'. El sol de septiembre caía de plano sobre los majuelos, arrancando destellos dorados de los racimos maduros
En una de aquellas fotos que aún sobreviven al polvo de los álbumes familiares, aparecen tres mujeres que fueron memoria viva de aquellos días: Matilde Gómez López, Francisca Nieto Saborido y Francisca Lechuga Camacho | Año 1967 | Foto: Colección Vicente González Lechuga.
La faena era dura y no conocía tregua: tijera en mano, se cortaban uvas con destreza aprendida desde siempre, mientras los hombres cargaban los serones que terminaban en el lagar de la Casa Viña, donde se faenó la vendimia de la desaparecida Bodega González Rico, durante muchos años. Allí aguardaba la prensa, solemne, como un gigante paciente que esperaba que los brazos y el sudor de los vendimiadores le entregaran la cosecha.
La única máquina que aliviaba aquel esfuerzo era la pisa, metálica y ruidosa, que vino a sustituir a los pies descalzos de antaño. Todo lo demás dependía de la fortaleza de los cuerpos, de la resistencia callada de quienes se doblaban sobre la viña hasta que la última luz del día caía.
En las breves pausas, al pie de la parra vieja que daba sombra junto al caserón, se compartía el gazpacho fresco en cántaro de barro con el pan duro que sabía a gloria. Entre risas y comentarios sobre el tiempo y el jornal, la jornada se volvía más llevadera.
Aquel año la Feria de Primavera de El Puerto de Santa María se celebraba por segunda vez en Crevillet y la firma portuense bodegas Caballero, también por segundo año, otorgaba el Gran Trofeo Caballero, copa de oro y plata, que donaría al equipo máximo goleador de Primera División de Fútbol.