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A mi amigo Paco  Viseras,
que me “ordenó” le escri-
biese un soneto.
I

Un soneto me manda hacer Visera(s),
Don Francisco, y debo diligente
ponerme en ello, aunque torpemente
llegar a su final no consiguiera.

¿Qué diré en el soneto? No quisiera
resultar atrevido ni insolente;
pero es arduo callar lo que uno siente,
sin poderlo decir a su manera.

Ya van de mi soneto por delante
los cuartetos en rima consonante,
medidos de manera demostrada;

mas habré de escribirle otro soneto,
pues ando por el último terceto,
y, por miedo a decir, no dije nada.

II

Don Francisco Viseras, que fue otrora
ginecólogo insigne, noble brazo
do se apoyó tantísimo embarazo,
sostén de la sufrida “paridora”,

ha querido, sin más, en esta hora
de homilía con hechuras de latazo,
descubrirnos de golpe y de porrazo
su escondida aptitud de ave canora.

Canta el Sr. Viseras... Gorjea y canta,
cual si hubiese un jilguero en su garganta,
con el que fuera Hermano de La Salle,

niño cantor de Viena, sevillano
seise de andar por casa... Ni en verano
¡tenemos la alegría de que se calle!

5 de agosto 2003.
Francisco del Castillo

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